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Opinión 30 de agosto de 2017

‘Mujer, he ahí a tu hijo’ (Juan 19:26)

Angélica Mendoza Ascarza era una mujer peruana como muchas otras. En 1983, un grupo de secuestradores con uniformes de policías se llevó a su hijo Arquímedes a un terrible cuartel que se convirtió en su lugar de sufrimiento y muerte. Antes de morir, logró hacer llegar a su madre un papel en el que le rogaba desesperadamente por ayuda y desde entonces nada más supo de él. Mamá Angélica emprendió entonces una larga e indeseada búsqueda.

Mamá Angélica clamó por sus hijos y los hijos de tantos otros. Las puertas de la ley se cerraban. Los cómplices de los actos atroces silenciaban o se excusaban entre sí. Su insondable amor de madre fue más fuerte y más tenaz que la conjura de los injustos. Fue la inspiración de muchas familias y su dignidad se alzó como un símbolo de amor frente a la barbarie.

El 18 de agosto de este año fueron condenados los culpables. El cuerpo de Arquímedes había sido convertido en cenizas. Pero el corazón de Mamá Angélica seguía latiendo y repitiendo su nombre. Diez días después, su cuerpo se decidió a descansar, como si, una vez cumplida su misión, se propusiera reunirse con su hijo en otro mundo en donde hay una justicia suprema que no es la de los hombres. Partió el mismo día del décimo catorce aniversario de la entrega del Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.

El mensaje de Mamá Angélica es sencillo y a la vez poderoso. Nos alienta a repudiar la artimaña, a despreciar la argucia, a no capitular frente al atropello. Somos testigos a diario de actos mediocres y mezquinos, pero en ocasiones somos bendecidos por la máxima grandeza que puede alcanzar el espíritu humano. Quien conocía a Mamá Angélica no podía sino sentirse interpelado por su palabra amorosa y verdadera.