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Opinión 20 de julio de 2021

Marcela Huaita Alegre (*)

Hace unos meses, una colega estaba haciendo una pequeña encuesta a mujeres profesionales con hijos/as, sobre cómo estaban asumiendo su doble rol productivo y reproductivo en la pandemia.  Me pidió contestar su pregunta, y sin reflexionar mucho comencé a responder de la manera más sincera -y por primera vez me animé a expresar cómo me sentía en medio del caos total que había significado para mí la pandemia-: Mis mañanas -que suelen ser las más productivas-, ahora son compartidas con ser monitora de mi hijo. Ello supone priorizar su educación (conectividad, apoyo, soporte, atención); si se cae la red, lo conecto a mi laptop con mi señal de teléfono, … pero me anula totalmente; luego debo hacer las cosas de la casa (cocinar, lavar, limpiar, hacer lista de pedidos, cuentas, etc.). En la tarde avanzo lo que puedo siempre que mi hijo esté jugando en silencio (lectura, nintendo, compu o en la tele) Si se aburre, juega pelota, dardos, espadas, pistolas y no puedo concentrarme. Entonces contesto correos. En la noche, trato de conectarme con mi pareja, familia, y darles soporte. Cuando mi hijo se duerme trato de avanzar lo pendiente. Tengo los ojos agotados y sintiendo que no fui productiva porque no avance mi chamba, desanimada porque no participé en ninguno de los webinars que me interesaban y tampoco pude revisar y contestar todos los correos porque eso toma tiempo, y es lo que no tengo”.  Varios meses más tarde, me encontré anunciando a amig@s de Facebook un pequeño logro: había podido tener un día completo “libre de computadora”, es decir sin conectarme al trabajo.

Sin duda, las mujeres estamos soportando de muchas maneras la carga de la crisis de cuidado sobrevenida con la pandemia, lo que ha profundizado nuestra pobreza de tiempo. En ello, creo que un grueso de mujeres, profesionales o no, nos podemos reconocer, especialmente las que tenemos personas dependientes a nuestro cargo. Miremos por ejemplo los datos del acompañamiento escolar del MINEDU, en donde más del 60% de acompañantes de los hijos/as en primaria son las madres, proporción que crece a más de un 75% en educación inicial.[1]

¿Cómo estamos viviendo esta pobreza de tiempo desde la academia?  Al respecto, diversos artículos dan cuenta de estudios y  reflexiones en otras realidades[2] como en Estados Unidos[3] o España[4]. Sin duda, será importante hacer alguna investigación para conocer cómo estamos en el Perú. Aún sin esos datos de por medio me atrevo a decir que muchas de las mujeres que estamos en la academia compartimos esta problemática, especialmente, aunque no exclusivamente las que tenemos hijos/as pequeños y en edad escolar. Ello sin duda debería ser considerado para las calificaciones, promociones, reconocimientos, etc. que son parte de la carrera docente, especialmente en tiempos de medición de productividad, como artículos escritos, papers publicados, participación en congresos, registro de investigaciones, etc. etc.

El tiempo es un recurso limitado. Las mujeres académicas hemos tenido también que optar y priorizar. Es indudable que las necesidades inmediatas de nuestro entorno serán las que debamos atender primero, pero los costos que ello puede tener en nuestra carrera docente debe ser materia de una reflexión que también involucre a nuestras autoridades.  Acciones afirmativas pueden ayudar a emparejar la cancha, no porque queramos un trato excepcional, sino porque más bien creemos en la igualdad y luchamos por nuestros derechos.


(*)Abogada, Docente e Investigadora asociada al IDEHPUCP.