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Opinión 28 de noviembre de 2014

Ciertamente no sería justo desdeñar que hemos atravesado –con desigual suerte en los diversos estratos sociales–, una cierta bonanza económica que en las grandes cifras manifiestan un incremento de la riqueza nacional. Pareciera que, lamentablemente, este crecimiento no se mantendría consistentemente en los tiempos venideros, pues dependía en buena medida de la situación –por naturaleza variable– de los mercados internacionales y en ellos de los precios de los productos que exportamos. 

Renacen así preocupaciones, al parecer fundadas, de que se avecinan tiempos menos bonancibles. Empero el malestar al que antes aludía no se origina tan sólo por un posible decrecimiento en los aspectos económicos. Existe la sensación de que algo no marcha bien entre nosotros. Me refiero a la fragilidad y deterioro que exhiben muchas de nuestras instituciones, tanto en el ámbito nacional como en el regional y el local.

Una Administración Pública anodina que confunde políticas sociales sustentables con simples programas dirigidos a ciertos grupos sociales, acciones que son por su naturaleza limitadas en el tiempo; un Parlamento sobre el cual existe casi unanimidad cuando se trata de calificarlo como de actuación muy discreta; un Poder Judicial que, por desgracia actúa, en ocasiones, colocándose en las antípodas del valor que lo debe inspirar… Todo ello se vincula y conjuga con un acrecentado temor por el aumento de la violencia y las acciones delincuenciales y también con el fenómeno cada vez más extendido de la corrupción que, quebrantando la ética y la ley, halla como actores a  personas del ámbito público y privado que buscan, cada vez de modo más cínico, provecho personal.

Ante esto, surge la pregunta acerca de ¿qué es aquello que tendría que ocurrir para que todas esas lacras se alejen? Creo que uno de los pocos medios que podrían sacarnos de tal situación se halla en la Educación.  Es ella bien entendida la que hará que en el mediano plazo los peruanos seamos personas conscientes de nuestros derechos, pero también responsables frente a los deberes que nos son exigidos. Entre tanto y ya acercándonos al desconcierto e indignación  que presenta el momento actual, no nos queda sino pensar con detenimiento en las personas que deberán orientarnos en el futuro cumpliendo con solvencia, inteligencia y honestidad los cargos que vayan a ocupar. En pocos días se presentará una oportunidad para que el Perú avance en ese sentido: se deberá elegir al nuevo Presidente del Poder Judicial. Entiendo que quien deba ocupar esa gran responsabilidad, tendrá que ser una persona que se haya mostrado,  en su vida privada y pública,  como ejemplo a seguir;  que tenga una elevada preparación académica conseguida en universidades del Perú  y del extranjero;  que posea la experiencia de juicios de especialísima importancia en los cuales haya desempeñado un papel muy destacado. Entre los candidatos existe, pienso, un hombre que reúne esas cualidades: Víctor Prado Saldarriaga, magistrado y docente universitario. Creo que de ser elegido, procurará una mejora sustancial en nuestra administración de justicia. Esperemos que ello ocurra.