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4 de septiembre de 2023

Placa conmemorativa en honor a los fallecidos en la comunidad nomatsiguenga de Tahuantinsuyo (©Villasante 2019)

El 18 de agosto de 1993 tuvo lugar en el valle de Tsiriari (Mazamari, Satipo, Junín) una de las más terribles masacres de la guerra interna peruana. Ese día 72 personas fueron asesinadas cruelmente en ocho localidades, entre las cuales se encontraba la comunidad nomatsiguenga de Tahuantinsuyo. Fallecieron 51 colonos andinos y 21 nomatsiguenga (parientes de los Ashaninka). He evocado estos hechos en una nota anterior (Villasante 2014 [1]). En este texto quiero aportar otras informaciones conmemorando los 40 años de estos trágicos hechos explicitados en mi libro Violencia política en la selva central (Villasante 2019: 402-429 [2]).

La Comisión de la Verdad y Reconciliación investigó esta masacre en profundidad, en particular en la comunidad nomatsiguenga de Tahuantinsuyo (If, T. V: 178-180; T. VI: 488-489). La reconstrucción de los hechos de violencia y la investigación con perspectiva jurídica se presentan en el Tomo VII (71. Asesinatos y violaciones de los derechos humanos en Mazamari (1993): 496-505). En el Tomo V se aportan datos sobre el número de atacantes y las localidades agredidas:

La tarde del 18 de agosto de 1993, tres columnas subversivas integradas cada una por setenta colonos y nativos aproximadamente [Nota 342: Los testigos calculan que fueron entre cien y trescientos hombres, mujeres y niños, colonos y paisanos], ingresaron a ocho comunidades del valle de Tsiriari. Seis de ellas eran colonas (Monterrico, San Isidro, Sol de Oro, Unión Cubaro, San Francisco de Cubaro y Santa Isabel) y dos nativas (Pueblo Libre (sic) y Tahuantinsuyo). Se presentaron como ronderos y asesinaron cruelmente a muchos colonos y nativos y luego saquearon las casas, llevándose enseres domésticos, medicinas y animales menores. (T. V: 178). 

Las masacres del valle de Tsiriari fueron perpetradas por una multitud de personas, en mayoría hombres, pero también estuvieron presentes mujeres y niños. Esto es un hecho sorprendente, pues son grupos considerados siempre vulnerables en la sociedad. El caso de Tsiriari presenta similitudes con las masacres perpetradas en Ruanda entre 1990 y 1994, donde los hutu atacaron masivamente a los tutsi, parientes étnicos, exterminando a cerca de 800,000 de ellos. Estos trágicos hechos fueron calificados de genocidio por los especialistas. En ambos casos, los atacantes fueron hombres, mujeres y niños, que utilizaron machetes, cuchillos, palos y piedrases decir, armas arcaicas– para eliminar a pobladores desarmados en modo extremadamente cruel. 

Hasta el momento, 40 años después, no se ha aclarado quiénes fueron los atacantes y cuáles eran sus objetivos. No obstante, podemos considerar que el móvil principal en estos ataques masivos fue el pillaje y el robo de bienes. En efecto, el 19 de agosto muchos agresores regresaron para continuar los robos de animales y objetos a los pobladores. De acuerdo con el Informe Final de la CVR:

El 18 de agosto, un grupo de 150 a 300 personas desconocidas, acompañadas de nativos asháninkas ingresaron en ocho comunidades del valle del Tsiriari (distrito de Mazamari, provincia de Satipo) y dieron muerte a 72 pobladores (entre ellos 16 menores de edad) y dejaron heridos a otros diez. En algunos casos hubo abuso sexual contra mujeres y sustracciones de bienes de las casas de las víctimas. Estos hechos fueron inicialmente atribuidos al PCP-SL. Sin embargo, posteriormente se atribuyó estos crímenes a un oficial de la base contrasubversiva 324. (T. VII. 71. Asesinatos y violaciones de los derechos humanos en Mazamari: 496-505).

Muchos nativos de la zona consideran que los atacantes fueron senderistas andinos y ashaninka. Sin embargo, otros testimonios afirman que los agresores fueron ronderos organizados por un militar de la base de Mazamari, el “Teniente Veneno”. En fin, algunos testigos nomatsiguenga de la comunidad de Tahuantinsuyo han declarado que los agresores fueron colonos vecinos de la localidad de Sol de Oro que querían apropiarse de todas sus tierras. 

La comunidad de Tahuantinsuyo tuvo el número más alto de muertos (21, sobre un total de 72, o sea casi 25%). De los 16 niños asesinados, 12 eran Nomatsiguenga y tenían entre 7 meses y 13 años; 11 niños han sido identificados, y 5 niños (3 niños, que tenían entre 8 y 10 años, y 2 niñas que tenían 2 y 13 años) no lo han sido (IF, T. VII 499-500). Asimismo, la CVR estableció que, según las necropsias practicadas, en todos los casos hubo “muerte violenta por apuñalamiento (con exposición de las vísceras) y muerte producida por shock hipovolémico (mutilación de extremidades superiores, cortes múltiples en cabeza y cara.” (If, T. VII: 501). 

  • La CVR recogió 15 testimonios sobre la masacre del valle de Tsiriari, uno de los cuales fue aportado por Walter Chirisente Quintimari, que tenía 15 años cuando su comunidad de Tahuantinsuyo fue diezmada. Los datos recogidos explicitan la barbarie de los hombres que atacaron con saña y bestialidad extrema a los niños y a los adultos, quienes fueron torturados y mutilados antes de morir. 

El 18 de agosto de 1993, a las 6 p.m. escuchó ruido y oyó a su primo Vicente Quintimari que gritaba: “¡escápense son terrucos!”. Se escaparon con toda su familia al monte, y al regresar al día siguiente vieron que todos estaban muertos. Entre los 21 asesinados se encontraban 8 niños (de 2 a 13 años), 4 mujeres (de 18 a 30 años) y 9 hombres, entre los cuales estaba el jefe de la comunidad, Fernando Quintimari Mahuanca (35 años).

Encontraron a su hermano Juan acuchillado en la espalda en el estadio de la comunidad, a otros cuatro familiares les habían cortado el cuello. De este ataque han sobrevivido los niños: Rosa Chimanca Chumpate, Ángel Delgado Inga, Hermías Delgado Inga [veremos su testimonio más adelante], Elba Delgado Inga. Fueron transportados en helicóptero a Satipo. 

Los militares les ordenaron que entierren a los muertos, con ayuda de los Sinchis que llegaron a la comunidad. Hicieron 4 fosas comunes cerca de la plaza de la comunidad. Los sobrevivientes se fueron a vivir a Mazamari por dos años, regresando solo a recoger plátanos y yuca de sus chacras. (Testimonio n° 330.040 de Walter Chirisente Quintimari, en Villasante 2019: 406). 

Hasta el día de hoy no se ha determinado quiénes fueron los autores de las masacres del valle de Tsiriari. La CVR recomendaba en 2003 “identificar a los verdaderos responsables de los hechos criminales” en todas las localidades golpeadas por las masacres (If, T. VII: 504). Lo más probable es que los agresores hayan sido colonos andinos acompañados de algunos nativos — quizá de la comunidad de Potsoteni (ríos Ene), que había sido sometida por Sendero Luminoso — con móviles diversos: provocar el terror, apropiarse de tierras, vengarse y robar bienes. Se trata de atrocidades que, por desgracia, son ordinarias en territorios que se encuentran en estado de guerra abierta, cuando la prohibición del asesinato ha desaparecido. 

La masacre del valle de Tsiriari era examinada en el año 2004 por la Cuarta Sala Penal Provincial de Huancayo. En ese entonces, el proceso estaba en su fase de investigación preliminar en la Tercera Sala Penal que había confiado una parte de la misma al Ministerio Público de Satipo (Seguimiento de casos judicializables, IDEHPUCP, 2010: 20). Actualmente se desconoce la situación del proceso. 

Hermías Delgado, sobreviviente de la masacre de Tahuantinsuyo

En agosto de 2012 recogí un primer testimonio de la terrible masacre con Hermías Delgado. He aquí algunos extractos:

Yo tenía 8 años, fue un 18 de agosto de 1993. Hubo una masacre en Tahuantinsuyo. Han llegado de pronto, algunos tenían pasamontañas, otros así nomás, eran choris [andinos] y Ashaninka. Había niños, mujeres, hombres, como 100 eran [y venían] por dos partes: por el camino de la escuela y otros por la carretera. Eran las 5 p. m. cerca de la hora de nuestra cena, antes que caiga la noche. […]

Luego nos juntaron en una casita donde hacíamos nuestras reuniones, la casa comunal. El jefe era un chori de 45 años, tenía bigote blanco. Yo presentí que iba a pasar algo malo, tenían caras amenazantes. Dijeron que querían sólo conversar con nosotros. 

Pero después vino el jefe y dijo: “¡amarren a los varones! Arrodíllense, ¡manos atrás!”, cuando todos estuvieron amarrados empezaron a gritar: “queremos saber quiénes son los perros que llevan chismes a los militares ¡van a pagar por traidores y por no apoyar al partido!”. 

Mi mamá dijo: “nosotros no nos metemos en sus cosas de ustedes, no hemos dicho nada a nadie”. Un hombre le dijo: “¡cállate tú!” y le apunta con una carabina. Entonces empezaron a separar los hombres y las mujeres. Nosotros los chiquitos nos han separado [también]. 

Después dijeron: “¡vayan a buscar costales para poner dentro los cadáveres!” Mi papá tenía costales para el café, pero estaban en la chacra. No encontraron, y después habrán cambiado de opinión. 

Empezaron a agarrar a cada hombre y le cortaban el cuello, se escuchaba sus gritos ¡tan fuertes! Mi corazón iba a estallar, mi papá dijo: “si quieres matarme, mata también a mis hijos porque después ¿quién se va a ocupar de ellos?” El jefe contestó: “no te preocupes de ellos, ya sabemos que vamos a hacer con ellos.”

A las mujeres, antes de matarlas les cortaban el seno, las violaban… Mi mamá estaba embarazada de seis meses, le cortaron el vientre y le sacaron el feto… pobrecita mi mamá. 

Cuando terminaron de matar a todos los adultos vinieron a cortarnos con machete, yo recibí dos golpes en la cabeza y me caí al suelo, sentí otro golpe en mi espalda. […]

— Hermías ¿no les decían nada más cuando estaban matando? ¿Habían grupos o cómo estaban actuando los atacantes? ¿quizá estaban borrachos?

No estaban borrachos, no decían nada mientras mataban a la gente… todos atacaban en desorden mientras tanto las mujeres y los niños nos robaban las cosas, ollas, víveres, lo que podían. 

Felizmente después yo recuperé la conciencia, me levanté y busqué a mis dos hermanitos para esconderlos en nuestra casa. Sentíamos mucho frío, perdíamos sangre, en la casa ya no había nada, todo estaba vacío. Mataron a 30-40 familias. Los que están ahora aquí en la comunidad son los sobrevivientes y sus hijos. 

A las 2 p. m. [del 19 de agosto] llegaron los militares, no eran Sinchis, tenían miedo de venir aquí. Con un helicóptero nos trasladaron a Satipo. Nos preguntaron qué había pasado, entre los niños yo era el que más había recuperado la conciencia. Y me dieron una pastilla y me quedé dormido, desperté en el Hospital de Satipo ¡que susto tuve! […]

Había tantos heridos, sin brazos, sin piernas, llorando, gritando. Algunos estaban abiertos casi la mitad del cuerpo. Luego nos han atendido, nos han cosido las heridas, y como a las 11 p. m. nos llevaron a Lima, al Hospital del Niño. Ahí estuvimos como 6 meses. Nos han tratado con psiquiatras por el traumatismo también. 

De mi comunidad éramos 5 niños [sobrevivientes]. Mi prima estaba herida y murió en Lima. Ahí había otros 4 niños que habían sido rescatados de otros centros poblados, eran choris. Estábamos solitos, los periodistas venían y nos tomaban fotos de la ventana, el doctor no les dio autorización de entrar. También vinieron de la PIP. Me entrevistaron también, pero después me quedaba mudo, no podía hablar. Hablaba solo con los psicólogos, nos daban pastillas en el día y para dormir en la noche. […]

— ¿Hermías cómo interpretas lo que ha sucedido? 

No quería hablar más de la matanza. Yo lo he enterrado, he empezado otra vida, pensando en seguir adelante, tratar de retroceder el tiempo sería terrible para mí. Lo que voy a decir es medio loco, se me vinieron muchas ideas después de la universidad, donde he conocido gente inteligente; y mi conclusión es que yo he aceptado todo lo que me ha pasado como parte de mi vida, eso me hace más fuerte y más humano. El mundo, los hombres lo hacemos así, cuando hablo de esto me siento más fuerte ahora. Lo interpreto como algo horrible, como atrocidades que pueden cometer los hombres. (Hermías Delgado, Satipo 3 de agosto de 2012. Villasante 2019: 411-415).

Hermías expresa con serenidad y con una gran humanidad sus recuerdos de la terrible masacre que sufrió su comunidad y de la cual pudo salir adelante con mucha valentía y resiliencia. En efecto, luego de haber pasado varios meses en el Hospital del Niño, Hermías recibió asistencia del Instituto Nacional de Bienestar Familiar para continuar sus estudios primarios en Mazamari. Más tarde fue inscrito en el colegio religioso La Aldea de Mazamari, y continuó sus estudios de profesor bilingüe en la Universidad Católica Sedes Sapientae de Atalaya (Raymondi, Ucayali), o Universidad Nopoki. Desde entonces se desempeña como profesor bilingüe en las comunidades nativas de Satipo. 

Búsqueda de desaparecidos

En 2019, la Oficina Regional de Junín de la Dirección General de Búsqueda de Personas Desaparecidas (DGBPD) del MINJUS ha establecido que la provincia de Satipo es la que presenta el número más importante de desaparecidos a nivel regional, por lo cual está concentrando sus investigaciones en los distritos de Río Negro, Satipo y Mazamari. La segunda fase debe realizarse en los distritos de Río Tambo y de Pangoa, que son los que han sido sufrido de la extrema violencia de los senderistas y de los militares. 

Desde entonces tengo el honor de colaborar con el equipo basado en la ciudad de Huancayo (Villasante 2020 [3]). El 29 de noviembre de 2019 acompañé a las funcionarias Carol Baca y Katia Valladares a la comunidad de Tahuantinsuyo, donde informaron de sus actividades en la provincia de Satipo y plantearon las actividades que se podían realizar en la comunidad. Se trata de efectuar las exhumaciones de los cuerpos enterrados a la entrada de la comunidad (donde fueron sepultados por orden de los militares), y de proceder a la identificación y a la restitución a los familiares. Al final de la reunión, pedimos permiso para visitar la fosa común situada al lado de la carretera, a la entrada de la comunidad, cerca de la antigua plaza central donde tuvo lugar la masacre. Nos informaron que el alcalde de la Municipalidad de Mazamari Walter Escriba Cuba (2015-2018) ha donado una placa conmemorativa con los 21 nombres paternos y maternos de los muertos. 

En noviembre de 2022, el equipo de la DGBPD, dirigido por Raúl Greenwich, en colaboración con Rosalucía Sánchez y Luzmila Chiricente, realizaron una visita a Tahuantinsuyo y convocaron a los familiares de las personas fallecidas. Todos confirmaron su interés por continuar con el proceso de identificación y restitución de restos ofrecido por la DGBPD. De acuerdo con Raúl Greenwich, se esclareció que, sobre el total de 21 personas muertas, “20 fueron enterradas en la fosa común y una niña de nombre Hilda Shumpate Inga de 10 años [en 1993] que, según dos testigos (Jorge Ñaco y Armando Ascencio Simate) estaría enterrada en el cementerio de Mazamari con las víctimas de otros poblados.” Por otro lado, “siguiendo las declaraciones de un testigo, en el caso de la comunidad de Tahuantinsuyo, se ha determinado que existen tres fosas en las cuales se han enterrado por separado a los niños, las mujeres y los hombres [siguiendo las órdenes de los soldados del Ejército que llegaron a Tahuantinsuyo al día siguiente de la masacre].” (Villasante 2022 [4]).

Reflexiones finales

Desde la antropología de la violencia, las masacres implican la deshumanización de las víctimas a través de las mutilaciones que animalizan a las personas, que hacen desaparecer su humanidad. La violencia extrema implica en efecto “la negación de la humanidad del otro que se extermina” (Françoise Héritier 1996 [5]: 16). Por su parte, el antropólogo de la prehistoria Lawrence Keeley ha observado que el objetivo de las masacres sorpresivas es la eliminación completa del grupo enemigo. Las mutilaciones están destinadas a eliminar la humanidad de las víctimas, a desfigurarlas y a hacerles daño inclusive después de sus muertes, provocando la cólera y el horror de sus familias (Keeley 2002 [6]: 151, 207). El historiador Daniel Goldhagen (2012 [7]: 26), especialista en el estudio de las masacres, considera que estas están incluidas dentro de las cinco formas de eliminacionismo registrado en la historia de la humanidad: transformación (destrucción de identidades políticas), represión (dominación violenta), expulsión, prohibición de reproducción y exterminio o genocidio. 

He estimado que entre 1989 y 1994 se perpetraron 25 masacres en la selva central, en las que murieron al menos 777 personas: alrededor de 556 nativos y 221 colonos. El perpetrador más importante fue Sendero Luminoso (520 muertos), seguido por los ronderos andinos y nativos (112), por los militares (105 muertos), y por otros actores armados (40 muertos). No obstante, solamente ocho masacres han sido documentadas, entre ellas las masacres del valle de Tsiriari (Villasante 2019: 388).

• Finalmente, debemos destacar que, en la selva central, los especialistas que laboran en la DGBPD del Ministerio de Justicia están realizando labores admirables que merecen nuestro reconocimiento académico y ciudadano. Esperemos que los trabajos continúen en esta región, donde queda tanto por hacer 20 años después de la publicación del Informe Final de la CVR, un documento central para la reconstrucción histórica de los hechos de violencia en el país.

Fosa común de la comunidad de Tahuantinsuyo, visita oficial de la DGBPD de Huancayo en septiembre de 2022 (© Raúl Greenwich)

(*) Doctora en antropología por la École des Hautes études en sciences sociales, Paris e investigadora asociada del IDEHPUCP.


[1] Villasante, 2014, La masacre de Tsiriari y de la comunidad nomatsiguenga de Tahuantinsuyo (Satipo), Boletín del IDEHPUCP, 12 de agosto de 2014, http://idehpucp.pucp.edu.pe/comunicaciones/opinion/la-masacre-del-valle-de-tsiriari-y-de-la-comunidad-nomatsiguenga-de-tahuantinsuyo-satipo/

[2] Villasante, 2019, La violencia política en la selva central del Perú, 1980-2000. Los campos totalitarios senderistas y las secuelas de la guerra interna entre los Ashaninka y los Nomatsiguenga. Estudio de antropología política, Lima. Prefacio de Salomón Lerner.

[3] Villasante 2020, Retorno a la comunidad nomatsiguenga de Tahuantinsuyo y visita de la Dirección general de Personas Desaparecidas del MINJUS, Boletín del IDEHPUCP, 28 de enero de 2020
https://idehpucp.pucp.edu.pe/notas-informativas/retorno-a-la-comunidad-nomatsiguenga-de-tahuantinsuyo-y-visita-de-la-direccion-general-de-personas-desaparecidas-del-minjus/ 

[4] Villasante 2022, Los avances en la búsqueda de personas desaparecidas durante la guerra interna en Satipo: el caso de la comunidad nomatsiguenga de Tahuantinsuyo, Revista Ideele, n° 307, diciembre de 2022 https://www.revistaideele.com/2023/01/10/los-avances-en-la-busqueda-de-personas-desaparecidas-durante-la-guerra-interna-en-satipo-el-caso-de-la-comunidad-nomatsiguenga-de-tahuantinsuyo/ 

[5] Héritier, 1996, De la violence, París: Odile Jacob. 

[6] Kelley, 2002 [1996], Les guerres préhistoriques, París: Perrin.

[7] Goldhagen, 2012 [2009], Pire que la guerre. Massacres et génocides au XXe siècle, París: Fayard.