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Opinión 18 de agosto de 2014

Veamos los hechos investigados por la Comisión de la Verdad y Reconciliación en febrero de 2003 (Informe Final CVR, Tomo V: 269; Tomo VII: 496 et sqq.). Los días 18 y 19 de agosto, un grupo de 150 a 300 hombres, colonos andinos y nativos ashaninka y nomatsiguenga, atacaron ocho comunidades del valle de Tsiriari, poblados mayoritariamente por colonos andinos (Monterrico, Sol de Oro, Camavari, Santa Isabel, Unión Cubaro, San Francisco de Ubaro y Pueblo Libre), y una comunidad nomatsiguenga, Tahuantinsuyo. Sobre el total de 72 personas asesinadas a sangre fría, con extrema crueldad y sin ninguna “explicación”, 14 eran niños a quienes se les cortó las orejas y/o la lengua, 51 fallecidos eran de origen andino y 21 eran nomatsiguenga. Varias mujeres fueron violadas, dos fueron mutiladas y a una señora embarazada, en Tahuantinsuyo, se le extrajo el feto antes de ser asesinada. Después de estos sucesos, los asaltantes robaron animales y bienes de las casas antes de desaparecer huyendo por las colinas.

La cvr determinó que los asaltantes eran probablemente miembros del pcp-sl de la zona. Otra hipótesis es que la responsabilidad de la organización de esta terrible masacre recaiga sobre el “Teniente Veneno” jefe del Batallón N°324 de Satipo, cuyo verdadero nombre es Manuel Benigno Sánchez, quien ya había sido acusado de haber participado en masacres en la base militar de Los Cabitos (Ayacucho). Es probable que este perpetrador haya querido ejercer una venganza personal contra los Sinchis de Mazamari que debían aparecer como los autores de la masacre de Tsiriari.

Según los testimonios recogidos en la comunidad de Tahuantinsuyo, el ataque empezó a las 4 p.m., los hombres armados convocaron a la comunidad en el local comunal y, poco después, empezaron a matar a 21 personas fuera del local, con armas blancas y con cuerdas. Poco después, hacia las 6 p.m., los asaltantes llegaron a la comunidad de colonos de Sol de Oro, hicieron salir a todas las familias de sus casas y les dijeron que no había ronderos en la zona. Posteriormente, sin ninguna explicación, asesinaron a 17 personas, dejando los cuerpos mutilados y sin ropa. El grupo de asesinos se dirigió luego a la comunidad de Monterrico, llegando hacia las 8 pm, y actuaron del mismo modo. Las otras víctimas fueron asesinadas al día siguiente en las localidades de Cubaro, Calmavari, Santa Isabel y Pueblo Libre.

Esta masacre atroz fue denunciada ante la Organización de las Naciones Unidas y el Congreso pidió un informe en profundidad para determinar quienes fueron los responsables. En setiembre de 1993, el Fiscal de Huancayo había decidido ampliar la investigación, cuando dos niños (Alfredo Quintimari Inga de 11 años, y Uziel Asto Cuicapuza de 9 años) y una joven, Rosa Shimanca Chumpate, de 20 años, sobrevivientes de la masacre, reconocieron a una decena de hombres quienes ya estaban fichados por la Policía de Satipo como autores de la masacre. El 23 de setiembre de 1993, el Fiscal lanzó un mandato de captura contra 16 personas por los delitos de terrorismo, homicidio y mutilaciones contra Máximo Capcha y otros. Los cinco principales acusados fueron condenados a 25 años de prisión el 20 de Julio de 1994 y la Corte Suprema de Justicia ratificó la condena el 18 de Julio de 1995. Sin embargo, el 25 de junio de 1997, el presidente Alberto Fujimori concedió el derecho de gracia a cuatro de los acusados. He ahí otro hecho del cual es responsable este triste personaje y por el cual no ha sido juzgado.

Desde enero de 2004, el caso de la masacre de Tsiriari es examinado por la Cuarta Sala Penal de Huancayo y se encuentra en la fase de investigación preliminar ante la Tercera Sala Penal de la misma región, que ha confiado una parte del trámite al Ministerio Público en Satipo (idehpucp, Seguimiento de casos judicializables, 2010).

El caso de la comunidad de Tahuantinsuyo

Visité la comunidad nomatsiguenga de Tahuantinsuyo el 27 de julio de 2014 y tuve la oportunidad de entrevistar a un joven sobreviviente de esta terrible masacre, Hermías Delgado Inga, quien tenía 8 años en 1993.

Hermías recuerda con mucho dolor la pérdida de sus padres quienes fueron asesinados delante de él, en la plaza de la comunidad. Los hombres armados habían llegado y pedido una reunión de toda la comunidad, estaban sanos, ni ebrios ni drogados. Los acusaron de ser “soplones” con los militares, luego empezaron a matar, a mutilar, a viejos, a mujeres y a niños, sin ninguna distinción. Había algunos ashaninka en cushma, con arcos y fléchas. El jefe era un hombre andino con bigotes y canas, de 50 años aproximadamente, y llevaba un revólver con tambor. Luego de la masacre, todo quedó en silencio. Los Sinchis de Mazamari llegaron al día siguiente, con un helicóptero que aterrizó en el estadio, trataron de encontrar pistas para seguir a los asaltantes, y luego obligaron a los sobrevivientes a hacer una fosa común donde enterraron 21 personas, sin ninguna identificación. Los heridos como Hermías y sus dos hermanitos, Ángel (6 años) y Elva (7 años), fueron transportados a Satipo y luego al Hospital del Niño en Lima, donde pasaron 6 meses de recuperación.

Hermías y sus hermanitos no fueron separados y regresaron a Tahuantinsuyo. Más tarde recibieron el apoyo de los padres franciscanos de Mazamari, quienes habían fundado una escuela para niños huérfanos (La Aldea), donde terminó sus estudios secundarios y, posteriormente, recibió una beca para continuar su formación en educación bilingüe en la Universidad Nopoki de Atalaya, también creada por los franciscanos. Hermías ha logrado aceptar la terrible vivencia que le tocó sufrir cuando niño y luego de un largo período de tristeza, ha conseguido salir adelante, “vivir el presente” y ha fundado una familia con su esposa, madre de su hijita de un año, que vivía en el Gran Pajonal y que felizmente estuvo lejos de los horrores de la guerra en la región de Satipo.

Sobre quienes fueron los autores de la masacre de Tsiriari existen dos versiones que circulan en la región. Según Hermías, algunos consideran que fueron senderistas que intentaron darles un gran terror matando de manera cruel tantas personas inocentes. Sin embargo, nadie piensa que hubieron dirigentes militares. La mayoría considera sin embargo que fueron vecinos quienes se organizaron en bandas criminales para robarles sus bienes.

La memoria de estos hechos terribles no se ha perpetuado, sigue siendo objeto de un gran silencio tanto a nivel familiar como a nivel comunal. Hermías no habla del pasado ni con sus hermanos, ni con su abuelita, ni con sus tíos sobrevivientes que siguen viviendo en Tahuantinsuyo. En ese contexto, la conmemoración oficial que se realiza en la zona de frontera entre Tahuantinsuyo y Sol de Oro (alrededor de una columna de cemento) cada 18 de agosto es muy importante para no olvidar lo ocurrido, para que el horror injusto y sin sentido pueda ser recordado por los familiares de las víctimas del conflicto armado interno peruano en esta región aislada y casi olvidada de la selva central.

Escribe: Mariella Villasante, investigadora asociada del IDEHPUCP