Por Kathy Subirana (*)
César Fierro (México, 18 de noviembre de 1956) pasó más de 40 años en una prisión de Texas, Estados Unidos, sentenciado a muerte por un crimen que no cometió. Su historia la conocimos el año 2013, cuando el cineasta mexicano Santiago Esteinou presentó en múltiples festivales el documental Los años de Fierro, un trabajo que narra los entretelones de un proceso judicial viciado y de las vidas que, en el camino, se vieron afectadas. César Fierro vivió en el corredor de la muerte de Texas desde 1980, y durante la grabación de Los años de Fierro, pensó que esa película daría testimonio de su inocencia después de su muerte.
Sin embargo, aquí está. César Fierro me dio personalmente el testimonio de su inocencia el martes 12 de agosto de 2025, en Lima, durante la edición número 29 del Festival de Cine de Lima. Visitó nuestra capital a propósito de un nuevo documental basado en su vida: La libertad de Fierro (2024). La película, dirigida nuevamente por Santiago Esteinou, recorre la vida de César Fierro tras ser expulsado de la cárcel el año 2020, en plena pandemia.
Cuando lo veo, me pregunto ¿qué espera de la vida una persona que, durante 40 años, despertaba cada día sabiendo que el fin estaba cerca?
La marca de una injusticia
Fierro, originario de Chihuahua, fue condenado en Texas en 1980 por un asesinato que siempre negó haber cometido. Su caso estuvo lleno de irregularidades: declaraciones arrancadas bajo coacción, violaciones al debido proceso y la ausencia de una defensa adecuada.
En 2008, el cineasta Santiago Esteinou conoció su historia y decidió contarla en el documental Los años de Fierro, que se convirtió en una herramienta de incidencia antes que en un producto cinematográfico convencional. “La película fue utilizada por el equipo legal para visibilizar el caso, generar presión y abrir nuevas rutas jurídicas. Ahí entendí finalmente y de forma concreta el poder transformador del cine”, dice Javier Campos López, editor y guionista de los dos documentales que abordan la vida de César Fierro.
La vida fuera de prisión no fue sencilla. Su salida coincidió con el inicio de la pandemia de COVID-19, un contexto extraño que, paradójicamente, sirvió como una especie de transición para alguien que llevaba tanto tiempo aislado del mundo.
“Yo salí y no sabía ni dónde estaba. No sabía qué iba a comer, cómo iba a tomar un vaso de agua”, me cuenta Fierro. “Yo sé que la pandemia fue terrible, pero confieso que a mí me ayudó. Yo tenía miedo de salir a la calle, y como todos tenían que quedarse en casa, no había tanta gente ni tráfico. Eso me dio un poco de calma”, añade.
Pero la pandemia se fue y la vida continuó, y Fierro admite que aún le cuesta adaptarse. Los años de encierro dejaron huellas difíciles de borrar: “Me da miedo estar con mucha gente, me da ansiedad subirme al transporte público, me asustan los policías. Cuando veo un patrullero o un policía me falta el aire, me duele el pecho. Yo creo que ya no van a venir por un viejo como yo, pero qué hago, así me siento”, cuenta.
César tiene una voz amable y una expresión asustadiza. Su historia despierta miles de preguntas, pero al tenerlo al frente me pregunto si tengo el derecho de formularlas, de indagar en su vida, en sus sentimientos. ¿Tengo derecho a remover sus heridas? Decido que no, y le pregunto qué le gusta ver en la televisión. “Ah, pues los deportes. Veo mucho deportes y veo series y películas. Aunque ya me aburrí un poco de las series”, dice. Me río. “Yo nunca me aburro de las series”, le digo. “Es que tú has visto más series que yo”, responde.
Dice que al salir de prisión quería tomarse una cerveza y comer un cóctel de camarones; y que gracias a las películas que Santiago ha hecho sobre él, ha podido conocer el mundo, visitando países como Francia, Suiza, Bélgica o Grecia. “Viajar es bonito, pero ya no quiero andar viajando mucho. Vengo a los festivales porque me invitan y porque quiero agradecer a las personas por invitarme, por su solidaridad, por ver la película, por ser tan amables, pero ahora lo que más deseo es llevar una vida tranquila”, cuenta.
Una impensada forma de volver al mundo
Tanto Los años de Fierro como La libertad de Fierro demuestran el poder del cine documental para ir más allá de lo artístico. “Desde la primera película entendimos que contar la vida de alguien no es solo hacer una obra creativa: implica una responsabilidad enorme. Santiago siempre tuvo claro que el cine debía servir también como herramienta de incidencia, y en este caso fue crucial para lograr que César quedara en libertad”, recuerda Campos López.
La segunda película no busca reabrir un caso legal, sino abrir preguntas más profundas: ¿qué significa ser libre después de un encierro tan largo? ¿Qué necesita una persona que recupera la vida tras décadas de injusticia? ¿Puede el cine acompañar esos procesos más allá de la pantalla? “La idea no era hacer un documental objetivo y distante, sino observar y estar cerca de César”, explica Javier Campos. “La pandemia cambió todo, y de pronto Santiago, el director, también se volvió parte de la historia. Eso transformó la película en algo más íntimo y cercano”.
La relación entre Fierro y Esteinou trasciende la de cineasta y protagonista. Para César, el director se convirtió en un ángel guardián. “Él me cuida más que mi papá. Siempre digo que es como mi hijo. Me ha acompañado en todo este tiempo, me ha dado libros, me ha llevado a conocer lugares y a hacer cosas que mi hermano ya no pudo compartir conmigo porque murió”, dice con el cariño que también queda en evidencia en las imágenes de La libertad de Fierro. Más que un retrato de un hombre marcado por la prisión, el documental es también la historia de un encuentro humano que le dio sentido a la libertad recuperada. “No es suficiente abrir la puerta de la cárcel y dejar a alguien afuera. Hace falta acompañarlo, darle herramientas para reconstruir su vida con dignidad, acceder a servicios de salud, a oportunidades, a una vida plena”, dice Javier Campos.
César Fierro sigue aprendiendo a habitar la libertad. Su relato combina la dureza de los recuerdos con una ternura que interpela. “Me gustaría estar siempre alegre, tomarme una cerveza con los amigos, celebrar que estoy aquí y seguir caminando”, me dice y su voz se torna más dulce, antes de añadir: “No sé cuántos años me queden, pero los que sean, quiero disfrutarlos”. Así sea, César.
La libertad de Fierro está programada en el ciclo “Lo que te perdiste del Festival” y se exhibirá el jueves 21 de agosto a las 07:15 p.m. en la Sala Azul. Las entradas pueden adquirirse en este enlace.
(*) Periodista. Responsable de prensa del IDEHPUCP.