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Entrevistas 24 de noviembre de 2020

La vacancia de la Presidencia decidida por el Congreso generó una respuesta masiva de la ciudadanía, especialmente de los jóvenes, quienes salieron a las calles para protestar de manera pacífica. Para saber cómo se definen y qué actitud tienen ante la realidad política, conversamos con la socióloga Noelia Chávez, quien los ha denominado la Generación del Bicentenario.

¿Cómo podemos definir a la «Generación del Bicentenario»? ¿Es un movimiento, una suma de varios grupos con intereses comunes, o más bien es una actitud independientemente del rango de edad?

La frase «Generación del Bicentenario» surge durante las marchas, en el centro de Lima, minutos antes de que empezara la represión policial. Por lo tanto, es, sobre todo, una narrativa política, que ayuda a encauzar el sentido de generación que ya rondaba entre la diversidad de los marchantes – jóvenes muy heterogéneos – que protestaban para defender una democracia que se nos escapaba de las manos. El lenguaje y la palabra son herramientas poderosas que permiten que un hecho, una realidad, al ser nombrada, exista para los demás, incluso para aquellos que no están presencialmente en el lugar de los hechos. Eso es lo que permite la frase «Generación del Bicentenario», reconocer, legitimar, sumar al pegamento identitario, de las y los actores que protestaron, que comparten el proceso de enfrentamiento contra una clase política que ya no les representa, y que está encabezada sin lugar a dudas por jóvenes con diversas identidades, culturas, intereses y demandas.  No lo considero un movimiento, teóricamente los movimientos sociales son protestas que se sostienen en el tiempo y que tienen algún tipo de estructura organizativa, este no es el caso. Tampoco es solo una suma de actores con intereses comunes o únicamente una actitud. Es una épica. La generación del bicentenario es un conjunto de individuos, en su mayoría mujeres y sobre todo jóvenes de clase media (según las encuestas), que no se pueden entender sin la acción de protesta, que no se van a quedar callados, que se enfrentan al poder autoritario, que defienden su democracia. Por eso, se convierte en la posibilidad de dotar de un significado diferente a nuestro bicentenario, no como una celebración o un recuento de nuestros errores, sino como actores, dueños de su agencia, de lo público y abriendo la oportunidad de un país diferente.

Además del hartazgo de la política tradicional e indignación generalizada, ¿cuáles consideras que son las diferencias de esta generación con respecto a anteriores grupos en la historia donde también los jóvenes salieron a protestar?

Tenemos un fenómeno social complejo que estudiar con detenimiento en Lima y en regiones. Te puedo dar mis primeras impresiones de lo que ha ocurrido en Lima. Lo principal es la heterogeneidad. La etiqueta «Generación del Bicentenario» es útil políticamente, pero tiende a homogeneizar a todos, cuando una de las características de quienes asistimos a las protestas es que somos muy diferentes entre sí. En marchas anteriores todavía podíamos distinguir a los gremios de estudiantes, los sindicatos de trabajadores, los partidos políticos y los colectivos u organizaciones en defensa de los derechos humanos y la democracia, como los actores principales que encabezan, convocan y organizan. La primera vez que se rompe ese esquema es en el 2014-2015 con las movilizaciones de los «pulpines». En ese momento, por ejemplo, nacen Las Zonas, jóvenes que sin conocerse se organizan a través de internet, sobre todo Facebook, bajo una lógica territorial agrupando los distritos de Lima. Las zonas no participan siempre de la coordinadora tradicional, pero son de suma importancia para ganar contundencia en la calle. Aquella vez también se sumaron el colectivo Hip-Hop, las colectivas de mujeres feministas y colectivos lgtbi+ que diversificaron los repertorios de protesta con batucadas, bailes y performances. Sin embargo, esta vez, los actores tradicionales prácticamente desaparecieron, muchos no estuvieron, llegaron tarde a un estallido que fue más rápido que ellos y los que llegaron fueron absorbidos por una diversidad nunca antes vista. Encontramos más bien a las zonas, colectivas, hip-hopers, barristas, skaters, k-poppers, danzantes, bicicleteros, motociclistas, grupos culturales, desactivadores de bombas, equipos de seguridad y rescate, y sobre todo grupos de amigos. Todos autoconvocados.

«Encontramos que la mayoría son jóvenes de 18-24 años, mujeres, de clases medias de Lima, 3 de 4 tienen algo o mucho interés por la política (impensable en años previos), y que no se sienten representados por ningún partido» (Imagen: Washington Post)

Esa diversidad, hizo imposible una organización única, liderazgos o vocerías claras. Lo que vimos fue más bien una diversidad y multiplicidad de organizaciones que confluían con un mismo fin, que encontraban necesidades que cubrir y formaban nuevos grupos a través de WhatsApp, Telegram o Discord, para coordinar. Los voceros fueron Influencers que alzaban su voz en Instagram y Tik-Tok convocando a las diversas acciones colectivas, y que, a diferencia de los actores tradicionales, tienen millones de seguidores. Otra característica que empezó con los pulpines y que ahora se re-potenció, fue la ocupación del territorio de manera diferente. Ya no solo se toma el Centro de Lima, sino diversos parques, avenidas, balcones, puertas, y a las marchas tradicionales se le suman nuevos recorridos, intervenciones audiovisuales en edificios, cacerolazos de los vecinos que acompañan la marcha. También el uso intensivo de las redes sociales, que reducen la distancia espacio/tiempo, acelerando cualquier proceso de información, organización, convocatoria. Lo que antes podía tomar días, ahora toma unas cuantas horas. También permiten viralizar consignas en tiempo record a través de hashtags y tuitazos, y transmitir en vivo y en directo lo que está ocurriendo en la protesta, produciendo, por ejemplo, una indignación inmediata frente al abuso policial o la presencia de Ternas que, en vez de sembrar terror y replegar, sembraba indignación para sumar.  Por último, se generan acciones de protesta en el espacio virtual, no solo a través de imágenes, videos y memes, sino con apagones a páginas web, bots para invadir cuentas de políticos, y poniendo a disposición aplicaciones que permiten encontrar la protesta más cercana, así como los espacios de represión policial.

«Que las mujeres jóvenes sean la cara de la protesta demuestra la importancia del Movimiento Ni Una Menos y sus demandas por una sociedad más igualitaria y sin violencia. Si lo pensamos bien, esto puede marcar un quiebre con los marchantes de los 90s.»

En suma, encontramos muchísima heterogeneidad, poca organización, ausencia de liderazgos y nuevos repertorios de acción colectiva en el espacio físico y el espacio virtual. Ahora, si nos ponemos a explorar las características socio-políticas propias de quiénes protestas, encontramos que la mayoría son jóvenes de 18-24 años, mujeres, de clases medias de Lima, 3 de 4 tienen algo o mucho interés por la política (impensable en años previos), y que no se sienten representados por ningún partido (Encuesta del IEP). Que las mujeres jóvenes sean la cara de la protesta demuestra la importancia del Movimiento Ni Una Menos y sus demandas por una sociedad más igualitaria y sin violencia. Si lo pensamos bien, esto puede marcar un quiebre con los marchantes de los 90s. Es más, podría (es una hipótesis que conversamos hoy con mi colega sociólogo Sergio Saravia), marcar un quiebre con los legados de violencia política que nos dejó el conflicto armado interno y la dictadura fujimorista. Recordemos que son (somos) jóvenes que no vivieron esa época y no cargan con el estigma de la radicalidad que los grupos de poder le pusieron a la protesta, no creen en el terruqueo, parecen ser irreverentes con los fantasmas del pasado y estar, en cambio, interesados por la política y los asuntos públicos.

Comparando a las protestas en Chile – donde la demanda general fue cambiar las grandes desigualdades, solicitando incluso una nueva constitución – aquí las protestas se ha enfocaron a un hecho específico que ha sido la toma del poder por parte de un gobierno que no consideran legítimo. ¿Esta es una diferencia válida o consideras que también en las protestas el rechazo ha sido por un cambio del statu quo?

Hay que ser cuidadosos cuando planteamos comparaciones, sobre todo de procesos históricos de cambio social. Lo que sabemos por investigaciones previas es que Chile tiene un Estado más fuerte, un sistema político más institucionalizado y una sociedad civil más organizada que la peruana. Esto definitivamente va a hacer que sus proceso políticos y sociales sean distintos a los nuestros y no por eso mejores o peores como parece sugerir la pregunta. Es más, no podemos comparar un proceso constituyente, que tiene mucha historia detrás, con una sola protesta social en Perú, estaríamos comparando el árbol con el bosque. A qué me refiero. Si bien no soy especialista en política chilena, me parece que su proceso constituyente no empieza en el 2019 con escolares protestando contra la subida del pasaje (un acto reactivo muy similar a los que suceden acá). El proceso constituyente de Chile probablemente empieza a gestarse al rededor del 2006 con la Revolución Pingüina, escolares en contra de la privatización del sistema educativo, y que se fortalece en el 2011 con las protestas estudiantiles por una educación pública gratuita y de calidad. Y te menciono esas dos porque son las que conozco, pero probablemente las protestas sociales chilenas en contra del sistema que generaba riqueza, pero ampliaba la desigualdad, hayan sido muchas más. Es más, las protestas chilenas en el 2019 estallan por cuestiones muy puntuales que luego se van agregando hasta pedir el cambio de constitución, una demanda que ha ido ganando legitimidad a lo largo de los años por las fallas que el sistema demuestra. Han pasado alrededor de 14 años para que Chile logre una Constituyente.

En el Perú, hemos visto protestas y movimientos sociales desde hace ya varios años, ojo, empezando en Bagua, pasando por los pulpines, el movimiento antifujimorista, el movimiento feminista Ni Una Menos, las protestas contra la corrupción y el indulto, todo eso va sumando. Hemos vivido un estallido histórico de protesta ciudadana con el gobierno ilegítimo de Merino y ahora se empiezan a articular agendas, entre las cuáles está el cambio de Constitución. No sabemos si todas las protestas anteriores, más pandemia y más esta protesta masiva, que han develado grandes falencias en nuestro modelo político y económico, arribará a un proceso constituyente ahora, o si acaso este es el inicio de un proceso que podría tardar más años o incluso no llegar. Recordemos que hasta hace algunas semanas se nos señalaba como el país que no se sumó a las protestas ciudadanas de América Latina, y ahora probablemente hemos sido cuna de la más grande de la región. Entonces, la pregunta que queda abierta es si esta fuerza participativa ciudadana con interés en los asuntos públicos logrará articularse en el corto o mediano plazo para lograr cambios más sustantivos y propositivos en el Perú. No lo sabemos. Eso está por verse. 

«La generación del bicentenario es un conjunto de individuos, en su mayoría mujeres y sobre todo jóvenes de clase media (según las encuestas), que no se pueden entender sin la acción de protesta». (Imagen: El Comercio)

¿Crees que los manifestantes han encontrado cierta empatía en algunos políticos que apoyaron las marchas?

Creo que el claro adversario de las protestas ciudadanas es la clase política trasnochada que está en el Congreso, sus partidos, sus líderes, sus intereses particulares. El Partido Morado es probablemente el que ha salido más entero de esta traumática crisis política porque votó en bloque en contra de la vacancia. Se le puede percibir como el más responsable en sus acciones. Sin embargo, la calle no le ha dado un cheque en blanco al gobierno de Sagasti y parece tener más empatía con algunas personalidades específicas de su bancada, como Alberto de Belaúnde y Daniel Olivares, que por su líder Julio Guzmán. Si vemos las últimas encuestas ningún candidato ha tenido un repunte importante en la última semana, a pesar de que Guzmán o Mendoza se mostraron a favor de las manifestaciones e incluso marcharon.  Entonces, apoyar las marchas, más que aumentar su prestigio, parece haber evitado su hundimiento. Era lo mínimo que se esperaba para que continúen en carrera como candidatos viables. Para que estos candidatos logren generar puentes con la juventud movilizada, tendrán que renovar su estrategia electoral, recordando que no son una masa homogénea, buceando para encontrar a los más afines, proponiendo cambios sustanciales y renovando completamente sus estrategias de comunicación. Las juventudes partidarias que también se han movilizado (al menos he visto militantes de JP y PM), tienen una tarea importante como bisagras, no solo para persuadir sino para legitimar la política institucional y mostrarla como un camino viable para los políticos de vocación. Nuestra democracia representativa siempre va a ser un escándalo si es que no cambiamos a la clase política que ocupa los cargos. Para eso necesitamos que la ciudadanía activa se interese en militar, liderar y representar.

Gestos como la ahora Beca Generación Bicentenario ha sido alabada en su mayoría por la opinión pública, pero realmente ¿cuáles son las verdaderas demandas que solicitan los jóvenes en la actualidad?

No lo sé. Te puedo hablar de mis demandas personales como joven millenial, pero eso no sería representativo en ningún grado. Creo que es un tema que requiere mayor profundización, investigación, análisis. Lo único que me queda más o menos claro es que las y los jóvenes que protestan no están buscando solo «mejores servicios» como puede ser una beca o incluso «productos» como algunas marcas ya alistan para este verano. Me da la impresión que podrían buscar algunos cambios más sistémicos, reformas más profundas y nuevos canales de representación política. También hay una urgente necesidad de incorporar demandas regionales que tienen tiempo sin ser escuchadas en un país extremadamente centralista. Y lo digo como posibilidad, porque es un campo aún no explorado. Las agendas están justamente en construcción.


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