Promesas incumplidas ejemplifican el accionar de los políticos como aspirantes al poder
Los inicios del actual gobierno trajeron unas expectativas de cambio entre los sectores menos favorecidos de nuestro país, uno de los comentarios políticos de rutina cuando se trata del tema. Salomón Lerner Febres, Presidente Ejecutivo del Idehpucp, opina al respecto.
Se trata de una perspectiva algo superficial, pero en la que existe sin embargo algo cierto. Ha transcurrido el tiempo y, con él, nuestro país ha hecho nuevamente un aprendizaje realista del carácter de la política que suelen poner a la obra las personas que han ingresado en esa importante actividad. Halla, otra vez, que entre lo que se promete en campaña y lo que realmente se hace una vez que se ha llegado al poder puede existir gran distancia. Ahora bien, lo que hoy se resiente comprende, pero también trasciende, la frase “la gran transformación” o el documento bautizado como “hoja de ruta”. En efecto, la exigencia para reorientar las políticas de estado se reclama ya no sólo de las circunstancias en las que se produjo la elección de nuestro actual presidente y la situación presente. Ella surge al tomar conciencia de que, una vez más, ha triunfado la habilidad comunicacional a través de una retórica que, en su decir, no expresa la realidad de lo que en verdad se piensa y se quiere.
Las promesas –no cumplidas– constituyen solo el ejemplo más reciente de lo que es ya un modo reiterado de actuar en los políticos peruanos que aspiran al poder. Solo que esta vez, luego de década y media de “éxitos macroeconómicos”, habían surgido fundadas expectativas en el grueso de la población de que el crecimiento económico se transformara en “desarrollo humano” y de que la exclusión, al desaparecer progresivamente, dejara de ser la sucia impronta de nuestro atraso histórico y social.
Existen al menos dos grandes ámbitos en los cuales la decepción y el enojo resultan más notorios. Uno de ellos es la forma en que se ha mantenido, sin variaciones apreciables, el mismo modelo de crecimiento y desarrollo de las dos últimas décadas a pesar de que hay evidencias de que, en esa lógica, la inclusión de quienes hoy son marginales tomará mucho tiempo. Señalar eso no implica, en absoluto, reclamar demagógicamente la sustitución de un modelo por otro. La población peruana ha hecho un aprendizaje suficiente de las bondades de la responsabilidad fiscal y no pide, necesariamente, un regreso a políticas populistas; pero ello no significa que el modelo actual deba ser inalterable: la ciudadanía necesita y tiene derecho a ver que su gobierno despliega un esfuerzo de voluntad política, de imaginación y de compromiso por hacer que el crecimiento sea un camino hacia el bien público. El abandono de la educación y de la salud en medio de la bonanza económica indica que eso no está ocurriendo todavía.
El otro ámbito es crítico, pues compromete al sentido mismo de nuestra democracia. Se trata de la forma rígida, incluso con reflejos autoritarios, con que se responde a quienes se oponen a las decisiones del gobierno. Ello ha creado un ambiente de crispación que debería ser mitigado. La pérdida de más de una decena de vidas humanas debería llevar a una profunda reflexión y a una sincera rectificación, y esto incluye también a quienes lideran de manera irresponsable las protestas.
Así pues, la política en el Perú, y sobre todo aquella administrada por quienes ejercen la autoridad por mandato popular, no debería ser considerada como un simple juego de poder. Alcanzar el poder, conservarlo, acrecentarlo no puede ser, en modo alguno, el fin de la vida política. El poder es sólo un medio para lo que realmente debe importar en una democracia y en una vida pública que se desea impregnada de los valores de la justicia, el respeto y el reconocimiento.
Todo lo anterior no significa que consideremos el derrotero de la actual gestión gubernamental sea ya definitivo. Resulta evidente que se necesita urgentemente reorientar los modos en que el Estado se vincula con la población y así generar la idea y vivir la experiencia de la política como un modo de ser superior para mejorar nuestras vidas. Este gobierno tiene todavía esa posibilidad abierta.
>>Fuente: La República