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3 de octubre de 2023

Foto: Marco Cotrina/La República.

Por Sebastián Pimentel (*).

Al reflexionar sobre el reciente proyecto de ley que busca modificar la promoción del cine peruano, es importante referirme al espíritu de la propuesta. Este se evidencia en párrafos como el siguiente, que se refiere a la ley actual de cine en el apartado c) (Fundamento de la propuesta), y que está incluido en la parte subtitulada Identificación del problema: “… se observa que la intención de la norma [actual] no es promover la inversión en el Perú gracias a la industria cinematográfica sino, únicamente, fomentar la creación de obras audiovisuales en favor de la cultura nacional, con prioridad en poblaciones específicas”. 

 Pues bien, en el párrafo citado, se resume el despropósito de todo el proyecto de ley de la congresista Adriana Tudela que, al buscar la derogación de la actual ley de cine, pretende recortar drásticamente los estímulos económicos que hasta hoy otorga el Ministerio de Cultura –a través de una serie de concursos– a proyectos de largometraje peruanos, para, más bien, enfocarse en el financiamiento de producciones extranjeras. 

Vale preguntarse, ante una propuesta que parece enorgullecerse de su desconocimiento: ¿desde cuándo un Ministerio de Cultura debe tener como su prioridad lograr incrementar la inversión de capitales en el país? ¿Eso no le compete, más bien, al Ministerio de Economía? Es decir, ellos están presuponiendo que la creación artística, en el Perú, debe tener, como primer objetivo de su existencia, convertirse en un medio, en un instrumento, para promover inversión de dinero de grandes capitales en el país. Y no es casual, por eso mismo, que el proyecto de ley proponga quitarle competencias –referidas al cine—al Ministerio de Cultura, para otorgárselas a Prom Perú.

Si aplicamos la lógica de Tudela a, por ejemplo, la obra literaria de César Vallejo, esta sería un sinsentido, porque, simplemente, es inútil para el crecimiento de la economía, y porque la poesía de Vallejo no permitió atraer inversión de capitales al país. Lo que no entiende Tudela es que el arte, incluido el cinematográfico, no lo hace ningún artista auténtico con la meta de incrementar el PBI de un país, ni para marquetear mejor la Marca Perú de cara al consumo turístico.

Pero las declaraciones públicas recientes de los congresistas Tudela o Alejandro Cavero reafirman el despropósito mencionado, que podemos resumir así: “hay que hacer al cine peruano más atractivo comercialmente, más mercadeable internacionalmente”, o “hay que hacer una ley que tenga como principal objetivo la inversión de empresas de cine extranjeras”; es decir, pretenden que el cine peruano sea un producto homogéneo y estandarizado como medio para para captar divisas, como si habláramos de la industria pesquera o minera.

Es claro que los señores Tudela y Cavero solo piensan en términos monetarios, de mercado. El arte, como arte, incluido el cine, es un fenómeno ajeno a su visión del mundo. Tampoco parecen saber cuál debe ser el objetivo de un Ministerio de Cultura, que es el de fortalecer, preservar, y difundir el arte peruano en su pluralidad y en sus diferentes expresiones lingüísticas y culturales. Tudela no sabe que el arte es tan importante como la ciencia, y que, sin un arte genuino y múltiple, un país no tiene futuro, ni presente, ni pasado.

Pero la propuesta de Tudela y Cavero también ofrece otras falacias: el cine peruano, a nivel artístico, sí ha ido concitando y logrando numerosas distinciones de los mejores Festivales de Cine del mundo –la información se encuentra en internet—. Es más, en las últimas décadas, y gracias a la tecnología digital, así como a los incentivos y políticas públicas de la norma vigente del Ministerio de Cultura, se han producido películas con un nivel de originalidad y complejidad de alcance universal, provenientes de todas las regiones del Perú, también habladas en aymara, quechua o shipibo, películas que antes raramente se producían y no contaban con ningún incentivo del Estado.

 A estos avances sostenidos a lo largo de las últimas décadas y debidos, en parte, a la todavía muy imperfecta ley actual, hay que sumar los esfuerzos que se hacen actualmente –esfuerzos que no tienen que ver con una sola administración o con una sola bandera política—para crear una comisión fílmica con la que, como en otros países, se pueda exonerar de impuestos a las productoras extranjeras que quieran filmar en el Perú.  Es decir, las pocas ideas sensatas de la ley Tudela no ofrecen nada nuevo bajo el sol, y el Estado ya está trabajando en ello, con posibilidades de que los resultados los veamos pronto.

Lo más importante de todo este debate no son las minucias técnicas sino los valores que están en el fondo. Porque no se trata de que un Ministerio de Cultura busque el lucro con el arte de sus ciudadanos –algo absurdo–, sino de que el arte pueda ser creado y conservado por todos sus ciudadanos. Por último, se hace notoria también la necesidad de que conozcamos mejor el cine peruano, que ya es uno de los más interesantes y diversos del mundo. Si es verdad que el futuro será cada día más audiovisual y cinematográfico, no debemos perder la oportunidad de pensarnos, desde hoy, como el gran país cinematográfico que ya somos.

(*) Licenciado y magíster en filosofía por la PUCP. Actualmente es Jefe del Repositorio Institucional de la misma casa de estudios.