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Entrevistas 7 de abril de 2020

Por Juan Takehara (*)

El momento de aislamiento social en el que nos encontramos viene generando cambios extremos en nuestro estilo de vida. Para muchos, cada día es una pequeña batalla cuando se busca reproducir actividades que aludan a la normalidad de hace algunas semanas. Aunque todavía no tengamos cifras sobre la actual situación de salud mental en el país, vemos algunos efectos de la crisis sanitaria a través de manifestaciones como miedo, enfado, irritación e impotencia, pero también solidaridad. ¿Cuánto venimos aprendiendo sobre nosotros mismos y cuándo deberíamos de buscar ayuda profesional? Conversamos con el doctor Enrique Delgado Ramos, docente e investigador del Departamento de Psicología de la PUCP.

¿Cómo observa el comportamiento de los peruanos y peruanas confinado/as?

La situación inédita que estamos viviendo funciona, en diversos niveles, como un reactivo que revela lo que ya estaba allí: nuestras fortalezas como personas, parejas, como sociedad, como Estado, incluso también como especie. Pero revela también nuestras debilidades. Por ejemplo, las dificultades en nuestra formación ciudadana que se expresan en el incumplimiento, en personas de todos los sectores sociales, de normas destinadas al bien común. Asimismo, las condiciones estructurales de vulneración de derechos para una gran cantidad de peruanas y peruanos. En este sentido, acercarse a los aspectos relacionados con la noción de salud mental requiere, necesariamente, tomar en cuenta que esta es afectada por lo que se conoce como “determinantes sociales”, entre los que destacan la pobreza, la desigualdad y la exclusión social. Evidentemente, no es lo mismo pasar la cuarentena con ingresos fijos o sin ellos, en una casa en la que los varones son responsables del cuidado de la misma y de los menores si los hubiera o, en otra en la que estas tareas están colocadas, preferentemente, sobre las mujeres.  No es lo mismo salir al espacio público si se es cisgénero o trans, o intentar llevar clases a distancia cuando no se cuenta ni con luz ni con agua potable. No es lo mismo tampoco pasar la cuarentena siendo niña o niño que adulto, las necesidades de expansión y movimiento son diferentes.

En este marco, la pandemia y la cuarentena son reveladoras de lo somos y de lo que tenemos. Y pueden ser, también, una oportunidad para escucharnos y repensar lo que queremos ser, los vínculos y la sociedad que queremos construir. Pero para que esto no sea solo una frase bien intencionada, un simulacro, me parece muy importante insistir en la dimensión política de la salud mental.

«Es fundamental buscar ayuda cuando identificamos que los recursos con los que contamos no son suficientes para afrontar esta u otras coyunturas.»

La tecnología ha generado que sepamos todo lo que ocurre de forma constante, y nos comunicamos mucho más con amigos y familiares, pero, más allá de sus ventajas, ¿qué tan perjudicial puede ser en esta situación que nos encontramos?

Somos seres sociales, somos siempre con otros y gracias a los otros. La tecnología nos brinda maravillosas oportunidades para conectarnos con nuestros otros significativos, expresar ideas o sentimientos y, en ese proceso elaborarlos. Pero puede ser utilizada también para agredir, difamar o, en general, reaccionar o descargar impulsos sin mayor elaboración o contención. El cuchillo es también un instrumento tecnológico y, como tal, puede servir para cortar el pan, untar la mantequilla o agredir. Es evidente entonces que lo importante es cómo y para qué se usa. Pero es importante no perder de vista que siempre hay un quién, un sujeto.  Para una gran parte de personas, el revisar constantemente noticias y datos sobre la pandemia puede suscitar un incremento en los niveles de ansiedad o estrés, de allí las recomendaciones de no estar haciéndolo constantemente. Sin embargo, para alguna persona, hacerlo le puede dar una sensación imaginaria de control sobre lo que está ocurriendo y, esa sensación, ayudarla a desenvolverse en la cuarentena. Somos muy diversxs, y pensar en términos de estructuras sociales o recomendaciones generales no tiene por qué significar olvidar la diversidad y la singularidad. A veces, lo que ayuda a unas personas puede no hacerlo a otras, y viceversa.

En este sentido, es muy importante darnos espacio para escucharnos a nosotros mismos, para reflexionar sobre lo que pensamos, sentimos y hacemos en este periodo y, de acuerdo con ello, tomar las decisiones y emprender las acciones que identificamos contribuyen con nuestro bienestar y el de los demás. A veces, esto puede significar, por ejemplo, hacer cosas aunque en un determinado momento no tengamos ganas de hacerlas, por ejemplo, hacer ejercicio físico. Otras veces, esto puede significar aceptar y compartir con nuestros otros significativos, que podemos no sentirnos bien, que estamos preocupados o que nos molesta no tener control de las cosas o no saber qué va a pasar, o no poder ayudar como quisiéramos. Y, quizá, al hacerlo podamos darnos cuenta que la vida siempre fue sin garantías, siempre fue frágil, incierta. Que nadie nunca “se hizo solo”, que necesitamos y necesitaremos de los demás, de la polis.

Bienvenida entonces la tecnología si, gestionando sus riesgos (confidencialidad, saturación, entre otros) la utilizamos para expresar nuestra palabra y escuchar respetuosamente la de otrxs, para ir más allá de nuestros pequeños mundos y, conociendo las condiciones de vida de otras personas, ejercer ciudadanía, construir juntos la sociedad que queremos.

¿Cómo identificar situaciones como ataques de pánico, ansiedad generalizada, pesimismo o indicios incluso de suicido?

Es fundamental buscar ayuda cuando identificamos que los recursos con los que contamos no son suficientes para afrontar esta u otras coyunturas. Las líneas de ayuda que instituciones públicas y privadas, así como diversos profesionales de la salud mental viene ofreciendo, constituyen un importante recurso en esta situación. Me parece pertinente subrayar un principio heurístico fundamental cuando tratamos con situaciones o problemáticas que pueden generar daño: si siempre podemos equivocarnos, es mejor hacerlo por exceso de cuidados que por defecto.

Por ejemplo, las verbalizaciones respecto a ideas de suicidio nunca deben ser minimizadas. Hay un mito, lamentablemente extendido, erróneo y dañino, que señala que las personas que verbalizan ideas de suicidio no lo comenten, que quienes realmente lo van a realizar guardan silencio (como si hubiera un solo tipo de suicidio, o como si los gestos suicidas no pudieran terminar también de la peor manera). Esa idea equivocada ha impedido muchas veces emprender acciones que pudieran haber evitado muertes o lesiones graves.

En general los seres humanos tenemos una gran capacidad de adaptación. En este sentido, la promoción de la salud mental debe apuntar a fortalecer los recursos con los que las personas y colectivos contamos (amistades, realización de las actividades que nos gratifican, verbalización de pensamientos y emociones, rutinas personales y familiares, cumplimiento de normas sociales, etc.), así como de generar condiciones de justicia para todas y todos. Partiendo de ello es que podemos buscar minimizar riesgos y ofrecer espacios y alternativas específicas (que pueden ser virtuales) para las personas que lo requieran.

Muchas personas ya se dedican al teletrabajo y también los docentes vienen preparando sus clases virtuales y – contrariamente con lo que inicialmente se puede pensar – se están realizando jornadas hasta de 14 horas al día. ¿Cuántas horas realmente efectivas deberíamos dedicarnos a nuestras labores?

Uno de los desafíos de la cuarentena es que debemos ejercer simultáneamente diversos roles, cuando normalmente, estos tienen espacios o tiempos diferenciados. Esto nos demanda un esfuerzo adicional para organizarnos y ejercer nuestros diferentes roles y responsabilidades. Por ejemplo, luego de contestarle debo ayudar a mis hijos con sus tareas del colegio, pero también cocinar, limpiar y preparar clases. Creo que hay dos palabras clave para contestar su pregunta: derechos y diversidad.

Nuestra vida es mucho más que simplemente nuestro trabajo. Lamentablemente, el discurso neoliberal ha extendido y normalizado un sentido común que considera ilusas las históricas conquistas sobre la jornada laboral. Y esto se realiza muchas veces de formas realmente perversas. El discurso de “ponerse la camiseta”, “poner el hombro” o, inclusive el de “ser solidario” puede ser instrumentalizado para encubrir situaciones inaceptables de vulneración de derechos. Lamentablemente, esto se puede observar incluso en instituciones reputadas. En coyunturas como la que vivimos debemos estar particularmente alertas al respecto. La entrega y los actos solidarios o incluso heroicos nos ayudan a atravesar esta situación y favorecen la cohesión social, claro que sí. Pero estos no tienen por qué ser un parche para la inexistencia de las condiciones laborales adecuadas. Por ejemplo, el personal de salud o los docentes de escuela pública tiene que tener las condiciones de seguridad para ejercer su labor. Que su formidable entrega no sea utilizada para invisibilizar las dificultades estructurales que tenemos que revertir. Del mismo modo, virtualizar el proceso de enseñanza-aprendizaje es, ciertamente, una tarea compleja que requiere mucha dedicación. No es simplemente “hacer lo mismo” pero utilizando una u otra plataforma. Algunos docentes vienen dedicando, efectivamente, catorce o más horas pensando en el aprendizaje de sus estudiantes. Esta entrega, ante una situación inédita, es ciertamente admirable y debemos destacarla. Pero eso no significa perder de vista que está relacionada, también, con dificultades previas en algunas políticas institucionales de formación docente o en condiciones estructurales que ya estaban allí (hay plataformas más idóneas que otras para la educación virtual). Es loable entonces que entreguemos, a favor de otros, más horas de las que nuestra jornada laboral nos reconoce. No lo es que esta entrega sea instrumentalizada para ocultar dificultades, ni que en lugar de implementar las políticas que necesitamos, en los diferentes niveles, las instituciones apelen simplemente a la entrega.

Situado el marco de derechos (nadie tendría por qué trabajar catorce horas al día), no debemos olvidar la diversidad. El trabajo es para muchas personas una fuente importantísima de realización y gratificación.  Y puede ser también una manera de lidiar con emociones y pensamientos suscitados por la situación que estamos viviendo. Ver una película, leer un libro o trabajar pueden ser formas muy saludables de “evadir la realidad”. A veces necesitamos hacerlo también, lo que no significa que dejemos de hacer las compras por ver una película. Las formas de buscar permanentemente el equilibrio pueden ser tan diversas como las personas.

Se viene abriendo líneas para ayuda psicológica, ¿esta podría ser una oportunidad -como política pública – para masificar el apoyo profesional?

El condicional de la pregunta es muy importante. Considero que sí, es una posibilidad. Pero para ello es necesario tomar en serio las posibilidades y límites de las líneas de ayuda u otros servicios basados en medios virtuales, las condiciones necesarias para su implementación (políticas de formación, estándares de calidad y seguridad de los servicios claramente establecidos, mecanismos de supervisión, condiciones materiales, entre otros), la diversidad de características personales, sociales y culturales para la implementación de  tales servicios, así como  el hecho de que esta no tiene por qué ir en desmedro de otras modalidades de intervención. Las líneas de ayuda pueden funcionar para muchas personas, situaciones, problemáticas y contextos; pero no para todas y todos. Pienso en este momento, por ejemplo, en todos los desafíos interculturales que supone la promoción de la salud mental en las comunidades indígenas de nuestro país.

(*) Integrante del área de Comunicaciones de IDEHPUCP.


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