Ir al contenido principal Ir al menú principal Ir al pie de página
14 de diciembre de 2021

Escribe: Gonzalo Gamio Gehri (1)

El ejercicio de la ciudadanía constituye una forma de cultivar la libertad. En efecto, cuando intervenimos en la esfera pública –ya sea desde los foros del sistema político o desde las instituciones de la sociedad civil- participamos en la construcción de un destino común de vida. Podemos convertirnos en coautores de la ley, incorporar temas de interés colectivo en la agenda pública, o generar diversas formas de control político. Una democracia sólida necesita ciudadanos comprometidos con su comunidad política.

El concepto de ciudadanía cuenta con dos fuentes histórico-filosóficas que son particularmente significativas para el diseño del orden público. Posee una herencia liberal, que describe al ciudadano como titular de derechos y libertades individuales. Concibe la sociedad, sus normas y sus instituciones como fruto de un contrato, un acuerdo voluntario entre sujetos libres e iguales. La legitimidad de los cimientos del ámbito público reside en el consentimiento de los individuos, que se perciben a sí mismos como “partes” de este acuerdo. Los derechos básicos –a la vida, a la libertad, a la propiedad- se interpretan como inviolables, inalienables y no negociables. El individuo puede invocar al Estado, o, llegado el caso, a las instituciones de la justicia global, si estos derechos son conculcados a causa de la acción de terceros.

Pero la idea de ciudadanía posee asimismo una herencia clásica, que se remite a las prácticas y visiones de la vida pública propias de la antigua pólis ateniense y la república romana. La ciudadanía se define como agencia política, la capacidad de actuar en el espacio común. La forja de la ley, la toma de decisiones y la edificación de instituciones son resultado del discernimiento público. Aristóteles sostenía que ciudadano –polités– es aquel agente que gobierna y es gobernado[2]. Es gobernado en la medida en que observa tanto las decisiones tomadas por las autoridades políticas como los acuerdos alcanzados en la asamblea; asimismo, gobierna en tanto interviene en los procedimientos de designación de las autoridades, así como participa decisivamente en los debates convocados en el ágora. A juicio de Hannah Arendt, el poder se pone de manifiesto cuando los agentes se reúnen para dialogar y coordinar acciones sobre aquello que concierne al espacio común, es decir, cuando actúan políticamente[3].

«La construcción de la ciudadanía examina críticamente la idea de ciudadanía de cara a los conflictos que plantea una sociedad compleja como la nuestra, una sociedad que aspira a la democracia pero que vive bajo la constante amenaza de una cultura autoritaria que combate pero que no ha logrado erradicar.»

Ambas concepciones de la ciudadanía son complementarias y estructuran nuestras formas de pensar y vivir la política en las democracias contemporáneas. Este es el tema principal que examino en mi libro La construcción de la ciudadanía, de reciente publicación[4]. La forja de esta idea de ciudadanía –que recoge tanto la herencia liberal como la herencia clásica- necesita de mecanismos de justicia distributiva que combatan las desigualdades y promuevan la adquisición y el cuidado de capacidades humanas centrales. Del mismo modo, requiere de la construcción de una cultura política que aliente la acción cívica en la esfera pública.

El libro explora, en cada una de sus secciones, cuatro dimensiones de esa cultura política. En primera instancia, discute el lugar crucial de la ética cívica y la deliberación práctica. La vida política pone en juego la razón práctica a través del ejercicio de la deliberación. El ciudadano tiene que enfrentar dilemas prácticos, incluso conflictos trágicos que ponen a prueba su capacidad de pensar, así como sus valores públicos más preciados. En segundo lugar, examina la relevancia del respeto de la diversidad cultural y sexual en el desarrollo de las identidades al interior de una sociedad democrática. En tercer lugar, el texto aborda el cuidado de la ‘razón pública’, la tolerancia religiosa y el pluralismo de visiones del mundo en el marco histórico-social de las instituciones liberales. Por último, el libro presenta y debate cinco imágenes de la libertad, presentes en la tradición filosófica y literaria, que han contribuido a la configuración de la idea de agencia política.

La construcción de la ciudadanía examina críticamente la idea de ciudadanía de cara a los conflictos que plantea una sociedad compleja como la nuestra, una sociedad que aspira a la democracia pero que vive bajo la constante amenaza de una cultura autoritaria que combate pero que no ha logrado erradicar. El libro constituye una invitación al cultivo de la agencia política en tiempos difíciles. La libertad política, como todo valor humano fundamental, solo se alcanza a través del discernimiento, el esfuerzo personal y el compromiso comunitario.


[1] Gonzalo Gamio Gehri es Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid, España). Actualmente es profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Es autor de los libros La construcción de la ciudadanía. Ensayos sobre filosofía política (2021), El experimento democrático. Reflexiones sobre teoría política y ética cívica (2021), Tiempo de Memoria. Reflexiones sobre Derechos Humanos y Justicia transicional (2009) y Racionalidad y conflicto ético. Ensayos sobre filosofía práctica (2007). Es coeditor de El cultivo del discernimiento (2010) y de Ética, agencia y desarrollo humano (2017). Es autor de diversos ensayos sobre ética, filosofía práctica, así como temas de justicia y ciudadanía intercultural publicados en volúmenes colectivos y revistas especializadas. Miembro de la Asamblea IDEHPUCP.
[2] Cfr. Política 1277b 10.
[3] Cfr. Arendt, Hannah La condición humana Madrid, Seix Barral 1976 p. 262 y ss.
[4] Gamio, Gonzalo La construcción de la ciudadanía. Ensayos sobre filosofía política Lima, UARM-IDEHPUCP 2021.