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Opinión 25 de mayo de 2021

Escribe: Rolando Ames Cobián (*)

El Perú vive un tiempo intenso, riesgoso, pero también prometedor a 200 años de su independencia política. Por eso la idea de fuerzas y carencias. Las generaciones que nacieron aquí produjeron civilizaciones valiosas y propias en un pasado de cinco milenios. El trauma de la Conquista hace cinco siglos fue sin embargo devastador en pérdida de vidas y en la afectación de la autoestima más honda de nuestras poblaciones originarias, forzadas a aceptar relaciones de servidumbre organizadas y cerradas. La fundación de la República no pudo incluir, por eso, a la mayor parte de sus habitantes, sobre todo andinos y amazónicos. La independencia política y estatal abrió las luces de un horizonte de democracia inclusiva posible, pero bien lejana.

Hace 100 años, otro proceso transformador surgió de la inversión externa de alta tecnología en los términos del capitalismo, para la explotación de riquezas principalmente para la exportación. Ello generó un enorme proceso migratorio que no ha concluido y que hoy convierte a la costa peruana en la región más poblada. Este fenómeno comportó no solo el aumento de la productividad de la economía, sino que ha ido modificando la cultura y la subjetividad de los peruanos, enriqueciendo su saber y sus capacidades, pero también enfrentándolos a expectativas de empleo y soporte de un Estado de todos, que no se materializa. Migraciones europeas y asiáticas, aparte del inicial comercio esclavista, han ido conformando este Perú de todas las sangres en los términos de Arguedas, con sus deudas sociales pendientes en el eje cultural de su existencia.

La historia larga importa mucho en el Perú. He extendido la mirada atrás porque milenios y siglos pasados marcan la actualidad. Alberto Vergara, acertadamente a mi juicio, señaló en una entrevista reciente, las elecciones de 1931, como el antecedente político más parecido al actual. Entonces, un partido naciente, el Apra, surgió ofreciendo justicia social y una visión de un proyecto de país cualitativamente distinto. Al cabo de pocos meses, la mitad del país apoyó a su líder, Víctor Raúl Haya de la Torre, y una multitud ingresó en un partido de masas abierto. Esto produjo, por cierto, la reacción defensiva de la oligarquía y sectores conservadores de todo el espectro social, que apoyaron la candidatura autoritaria y populista del comandante Sánchez Cerro. Al final, el Apra, como después el pequeño partido comunista de Mariátegui, fueron puestos fuera de la ley por un cuarto de siglo. Por tanto, el reto del Perú actual, hoy mucho más factible, es que el país evite la violencia y no recurra a las dictaduras militares o civiles que lo gobernaron la mayor parte del tiempo luego de aquella polarización.

La de hoy ocurre en una sociedad muy interdependiente entre sí e integrada a un mundo globalizado y es de una naturaleza más consistente pese a todo. Pero, incluso sin esta interdependencia global, el país solo, por su cuenta, no soportaría que se pretendiera reprimir a la otra mitad “ni por el cambio” ni por “la defensa del “modelo”. Los fanáticos no son la mayoría, felizmente.

«La gran fuerza democrática del Perú es hoy la mayor autonomía cultural del voto popular y su capacidad de hacerse respetar. Y se ha expresado por esa identificación étnica y social con “alguien como nosotros.»

El fenómeno de Castillo y Perú Libre es muy especial. Su novedad principal ha surgido de la forma en que se han identificado con él la mayor parte de los sectores económica y políticamente más débiles y empobrecidos, o los habitantes de las provincias más maltratadas. Y esto ha ocurrido a gran escala sólo en la segunda vuelta, en contraste, por tanto, con su adversaria. Pero cuando la disputa es por la Presidencia de la República, el asunto se vuelve muy importante, y eso pese a que el Congreso esté ya ganado por una mayoría declarada favorable a Keiko Fujimori y que, por lo tanto, en caso de ser oposición, gozaría desde ya de mucho poder y de plenas garantías. Lo principal es entonces que el fenómeno de cambio en nuestro país es no solamente político, sino también social y cultural. Y por tanto podría ser, ojalá, el comienzo de un proceso duradero para bien.

La gran fuerza democrática del Perú es hoy la mayor autonomía cultural del voto popular y su capacidad de hacerse respetar. Y se ha expresado por esa identificación étnica y social con “alguien como nosotros”. Comentando las encuestas, Juan Carlos Tafur dice que Pedro Castillo parece tener un teflón de hierro. Ello no se resuelve con un marketing populista ni mejorando las promesas inmediatas por parte de la señora Fujimori. Los votantes sin recursos están obligando a los de mayor poder a reconocer que pueden ayudar a que el debate sobre la agenda económico social del Perú en la próxima década tenga un sentido democrático y humano muy superior al del pasado inmediato, que endiosó al crecimiento económico y el libre mercado.

Estudio el presente del país con una perspectiva histórica y un interés por seguir la relación entre política y cambios socioculturales entre los años 50 y el presente. Y encuentro que es esta separación entre la cotidianeidad social y la política institucional, la gran carencia, la fuente de la precariedad de nuestra democracia política. Y es en este espacio donde se definirá muchos de los rasgos del régimen político que comenzará en julio. Los peruanos acabamos de ver lo suicida del enfrentamiento permanente entre Ejecutivo y Legislativo. ¿Vamos a repetirlo para pasar no ya a un declive sino a un despeñadero?  Esta es la responsabilidad que depende de ambas fuerzas en conflicto. Una proclama desde la sociedad civil acaba de explicitarlo y ambos candidatos de reconocerlo al firmarla.

Que el Ejecutivo esté a favor de una regulación mayor de la economía para que ella incorpore a más gente en condiciones dignas y que el Legislativo privilegie la promoción de inversiones privadas y cuide el equilibrio financiero del Estado, no tiene por qué ser una maldición, como lo piensan la mayoría de las elites económicas. Muchas de ellas olvidaron que la política, la que en democracia teóricamente gobierna, se inventó justamente para que coexistan o colaboren los que discrepan en serio. La mayoría social apunta más bien a que el modelo económico se reforme progresivamente; es lo que surge de las consultas en encuestas serias. Es la posición de quienes no tienen asegurado el sustento diario luego de más de un año de pandemia. El sentir mayoritario y el aporte de las ciencias humanas y sociales deben encontrarse también en esta dirección.


(*) Profesor principal PUCP y presidente de la Escuela de Gobierno. Ha sido senador y comisionado de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Miembro de la Asamblea del IDEHPUCP.