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Notas informativas 6 de abril de 2018

La semana pasada, mientras turbulencias  políticas  ocurrían  en el Perú, fallecía en Venezuela el maestro José Antonio Abreu, músico, economista y docente pero, por encima de todo, un amante y promotor del arte como modo de transformar vidas. En estos tiempos en los que se valora tanto al lucro y lo utilitario, bien vale la pena reflexionar sobre el legado que nos deja tan singular personaje.

Abreu era ya un joven brillante, con amplios estudios musicales, cuando inició la carrera de economía en la Universidad Católica Andrés Bello. Su dominio de esta ciencia dedicada al estudio de la riqueza le abrió rápidamente el camino a la enseñanza universitaria, en donde destacó por su carismática cualidad docente. Sus antiguos alumnos atestiguan que era un profesor de ideas claras, estructuradas con envidiable fineza lo cual no era, en absoluto, impedimento para transmitir de manera interesante y comprensible los conceptos y teorías más complejos y abstractos.

Excelente en la economía y su docencia, el maestro Abreu sin embargo entregó su más grande amor a la música clásica.  Pasó de ser concertista a director de orquesta pero destacó por encima de todo como un vigoroso promotor. Su propuesta era audaz y novedosa: concibió que era posible llevar las obras de los clásicos a los lugares más pobres del país,  localidades agobiadas por la escasez y la violencia.

Acarició el sueño de la liberación más plena que podrían obtener los niños, especialmente los más pobres, si ellos se acercaban al lenguaje hermoso que la música nos transmite. Y es así como con tenacidad y pasión propició el encuentro de muchos jóvenes con este arte que fomenta la disciplina, la paz interior, la vida armoniosa, el goce de lo bello.

Estaba convencido de que el ejercicio de la música culta podía trascender los círculos de las élites y llegar a un público hasta entonces excluido. “La alta cultura musical del mundo tiene que ser una cultura común, ser parte de la educación de todos” decía el maestro.

Recurrió entonces a su carisma y a su paciente y seductora capacidad de persuasión para obtener los fondos que le permitieron cumplir un sueño inmenso: la creación del Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela.  Ellas llegaron en su momento a recibir hasta 800 mil jóvenes y niños. El sueño de Abreu ha sido imitado en varios países y allí  donde él  ha llegado se ha ratificado la capacidad de la música para  transformar vidas. “Tocar y luchar” fue el lema con el que sintetizó el trabajo de “El Sistema”.

Abreu entendió y enseñó que la riqueza de las naciones iba más allá de la posesión material, que la música estructura y afirma nuestra identidad al tiempo que consolida nuestras emociones, lo que somos y lo que esperamos ser. “El instrumento musical y la orquesta” dijo alguna vez “convierten al niño pobre-material en un rico-espiritual”.

Nos deja como legado la lección de que el arte ciertamente no es un lujo, no es un ornamento. Ella es más bien una experiencia esencial que confiere sentido y libertad. Un país como el nuestro, atravesado de tantas carencias e imperfecciones, tiene mucho que recoger de su obra. Abreu nos recordó que el arte es aquello que verdaderamente nos enriquece. No es, no puede ser, un elemento adjetivo, secundario o complementario, de la educación de niños y niñas. Debe ser más bien aquello que del modo más bello les define en su humanidad.