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Opinión 26 de julio de 2022

Por Eduardo Dargent (*)

En los últimos meses, toda propuesta de salida a nuestro entrampamiento político es denostada como irreal o ingenua. Pero, luego, quien señala la ingenuidad del prójimo presenta una salida tanto o más irreal que la anterior. Desde el “que se vayan todos” hasta el “adelanto de elecciones con reformas”, toda opción tiene evidentes puntos débiles que hacen difícil concretarlas.

En este texto, presento un par de ideas urgentes para enfrentar la situación actual, pero comienzo por reconocer y explicar por qué cualquier propuesta tiene realmente puntos débiles. Estos están ligados tanto al irreal papel de actores altruistas y con capacidad de renuncia que deberían jugar quienes hoy tienen poder en el Ejecutivo y el Congreso, como también a la ausencia de una calle que presione para que estos actores rectifiquen su conducta.

Sin esa presión callejera, lo más probable es que la mediocre estabilidad actual se mantenga por buen tiempo. El gobierno no es tan débil como se cree y la polarización es menos determinante de lo que parece. Un sector amplio de congresistas tiene mucho que ganar sosteniendo a un Ejecutivo débil y acorralado por denuncias. Una representación construida sobre la base de pequeños intereses o agendas informales o ilegales, donde abundan personajes sin trayectorias que les aseguren una buena vida profesional tras dejar el cargo, tiene abundantes razones para rechazar la vacancia y más bien ordeñar la vaca de la debilidad.

Estos congresistas altamente desprestigiados, esos centristas pragmáticos que critican al gobierno, pero a la vez lo sostienen, saben que, si cae Castillo, es muy probable que lo siga la vicepresidenta Boluarte y, luego, ellos. Sin presión, no van a aceptar romper el statu quo. Y esa presión externa, como decíamos, no existe por distintas razones. No puedo abundar aquí en estas razones, pero una de las principales es, sin duda, el profundo desprestigio del Congreso.

Un empate desastroso: hay alta percepción de incapacidad y corruptela de los actores institucionales que nos gobiernan, pero todo cambio es considerado riesgoso por temor a quién pueda tomar el poder. Sabemos bien que siempre se puede estar peor.

A pesar de ello, no hay que perder de vista que esta estabilidad sigue siendo precaria. La caída de Castillo, y el consecuente adelanto de elecciones al que conduciría, es una posibilidad abierta, pues estamos ante políticos muy débiles. Cualquier escándalo de corrupción que involucre directamente al Presidente, un creciente malestar por la situación actual de alimentos, combustible y fertilizantes, o, simplemente, protestas frente a las cuales el Ejecutivo actúe mal, pueden empujar a ese centro pragmático e incluso a los aliados del gobierno a precipitar la salida. Tampoco descartaría que, finalmente, el activismo y la calle se prendan por alguna situación de abuso de la megabancada conservadora. Este pacto de estabilidad funciona y no hay que minimizar su resiliencia, pero tampoco olvidemos la precariedad de políticos amateurs, sus continuos escándalos y su temor al malestar ciudadano.

En esa situación de entrampamiento, de estabilidad mediocre con posibilidad de colapso, planteo un par de propuestas que creo necesarias y urgentes para avanzar hacia una situación mejor a la actual, haya o no adelanto de elecciones. Obviamente, esto implica algunas convicciones con las que el lector podrá estar o no de acuerdo. Doy una probabilidad cercana a cero a la posibilidad de que un gobierno atrapado en sus cuoteos, incapacidades y corruptelas, rectifique. Hoy, el Presidente está pensando más en cómo mantener el poder para ocultar la corrupción que toleró y protegió, y que seguramente lo involucra, que en gobernar. Hablar de relanzamiento del gobierno es una mala broma. Tampoco creo que los grupos dominantes en el Congreso –ya sean la derecha dura, el leninismo criollo grandilocuente o los pragmáticos del centro– ofrezcan una salida hacia una mejor situación.

«¿Por qué hablar de crisis de representatividad, si el Congreso -mal que bien- representa lo que somos en términos de informalidad y conservadurismo? Porque también es cierto que buena parte de la población ha quedado huérfana de representación.»

No perdamos tampoco de vista que estos grupos mantendrán poder y vigencia si cae el gobierno. Están desprestigiados, pero lejos de ser irrelevantes. Paradójicamente, a pesar de su alto rechazo, en elecciones, seguramente, seguirán siendo el “menos malo” para una parte importante de la población que hoy ve otras opciones como más de lo mismo. Quien todavía cree en el gobierno o ve en estos grupos en el Congreso una buena opción hacia el futuro, probablemente no coincida con lo que sigue.

Mejorar, entonces, pasa por enfrentar tanto al gobierno como a estas bancadas empoderadas. La sola presión ya les haría más difícil seguir impunes en su ruta actual de desarticular reformas y repartirse el Estado. Aquí es clave articular iniciativas, juntar fuerzas, siendo conscientes de la debilidad organizativa de la sociedad civil y la poca movilización que se logra convocar. Una primera propuesta es lograr que, desde la sociedad civil, se logren acuerdos sobre lo que toca defender y lo que hay que cambiar, y unir esfuerzos para cuando se convoque a protestas. Una presión por reformas básicas para buscar una mejor representación y gobernabilidad (bicameralismo, regulación de la vacancia y cuestión de confianza, entre otros) es también positiva, pues dirige la atención hacia aquello que no funciona en el sistema y que debería cambiar. Da horizontes de mejora, lo cual es bueno. La presión más concertada de la sociedad civil, como la de los gremios, es clave para reducir los márgenes de abuso y corruptela de quienes gobiernan.

Pero lo que creo realmente urgente, y más difícil en la situación actual de deslegitimación política general, es construir y fortalecer actores electorales que busquen representar este creciente malestar y politizarlo. Ya no me refiero a partidos, pues sabemos que eso es muy difícil, sino, cuando menos, alianzas de individuos que aseguren cierta estabilidad, programas y continuidad. Porque es crucial reconocer que estamos ante una crisis de representación, que nadie está aprovechando para construir opciones programáticas y democráticas.

¿Por qué hablar de crisis de representatividad, si el Congreso -mal que bien- representa lo que somos en términos de informalidad y conservadurismo? Porque también es cierto que buena parte de la población ha quedado huérfana de representación. Este Congreso sobrerrepresenta el peso de actores como los señalados y subrepresenta otras ideas e intereses en la sociedad. Buena parte de la población no se reconoce en esas agendas hoy dominantes en el Pleno y el Ejecutivo, algunas incluso impopulares en las encuestas. Por ejemplo, el movimiento social más importante del país en estos años, Ni una Menos, es ninguneado por esta supuesta mayoría.

Así, de producirse un adelanto de elecciones otros grupos tienen que estar listos para competir y ocupar esos espacios. Y si no se da dicho adelanto, deben mostrar que ellos son una opción futura frente al desmantelamiento del Estado, el avance de intereses informales y corruptos y a la alianza conservadora que hoy impone posiciones. No perdamos de vista que son esos grupos los que harán funcionar cualquier regla nueva que se logre adoptar o que contribuirán a moderar el abuso constitucional de vacancias y confianzas aparecido desde el 2016. No son las instituciones formales las que cambian las conductas por sí mismas, sino los actores con poder los que hacen funcionar estas reglas y les dan contenido. Y hoy esos actores que podrían promover tendencias centrípetas que reduzcan la polarización, demandar honestidad y meritocracia en el Estado, así como avanzar y defender reformas que la población demanda, no existen.

«Es necesaria una izquierda que rompa su relación culposa con Perú Libre, que reconozca sus fundamentales diferencias sustantivas con esa izquierda conservadora y patrimonialista.»

Si hay un adelanto de elecciones ojalá haya dos o tres grupos con estas características listos para competir. Antes que construir alianzas basadas en consensos amplios, parece mucho más realista y atractivo electoralmente recuperar posiciones programáticas donde éstas se han vaciado. Es deseable que una derecha nueva se reconstruya desde fuera del Congreso, pues es lo que más nos falta hoy: un grupo que haga una defensa clara de la importancia de la inversión privada para el desarrollo, pero sin estar anclado en la conspiración del fraude y el conservadurismo extremo. Que sea capaz de salir de Lima y leer mejor al Perú.

También es necesaria una izquierda que rompa su relación culposa con Perú Libre, que reconozca sus fundamentales diferencias sustantivas con esa izquierda conservadora y patrimonialista. Que pueda explotar electoralmente temas de igualdad, políticas sociales efectivas, feminismo y rechazo a la corrupción. Irían contra la obsesión izquierdista por la unidad, pero debería ser momento de reconocer que esa unidad les cuesta una alta tolerancia al radicalismo y patrimonialismo.

Finalmente, el Partido Morado debe aprovechar mejor su registro para construir una agenda con ideas claras, actuar en conjunto con sus Congresistas (su mejor carta hoy), romper su medianía programática y salir del conflicto interno intrascendente que los está haciendo irrelevantes. Y ojalá haya uniones antes que fragmentación que solo ocasiona Ejecutivos débiles de ganar la elección.

Pelear la representación es clave para comenzar a recuperar una política más funcional y subsanar sus insuficiencias previas al 2016. Obviamente, como queda claro del diagnóstico inicial, aunque parezcan poco, esta concertación de la sociedad civil y esta construcción electoral son en realidad difíciles de lograr. Tan o más probable es que el 2026 o en nuevas elecciones la renovación venga con cara de populista, sin programas claros ni convicción democrática. No olvidemos que la primera vuelta hoy se gana con 17-18% de votos.

¿Qué se puede decir a estos grupos con vocación democrática para que eleven su juego y coordinen más? Pues que los grupos en el poder tienen objetivos comunes y que uno de ellos es la exclusión de sus rivales. Denuncias constitucionales, inhabilitaciones y acusaciones exageradas serán la forma de golpearlos. Esos grupos buscarán que no haya competencia ya sea en el 2026 o antes, si se adelantan las elecciones. Así, para la opción democrática es ya una cuestión de supervivencia. O surgen grupos que puedan criticar lo que existe, garantizar espacios electorales competitivos y coordinar una defensa común frente a la aplanadora congresal, o probablemente nos quedaremos con lo que hay o con opciones nuevas similares a lo que hay. Y esta urgencia, si no ha quedado claro, es para todos los que no nos sentimos representados en los que hoy nos gobiernan y que vemos cómo el país se nos cae a pedazos.


*Abogado por la PUCP, máster en filosofía política por la Universidad de York y docente en el Departamento Académico de Ciencias Sociales PUCP. Es además miembro de la Asamblea de IDEHPUCP.