Por: Paula Távara (*)
En su libro Democracia, una guía para los ciudadanos, Roberth Dahl plantea una sencilla pregunta ¿por qué la democracia? ¿Por qué considerar este régimen político mejor que otros, o más adecuado para nuestra vida en sociedad?
Una de las primeras respuestas que Dahl nos dará será que la democracia “garantiza a sus ciudadanos una cantidad de derechos fundamentales”, lo que no ocurre con los regímenes autoritarios o incluso con formas limitadas de democracia.
El derecho de igualdad y no discriminación es el primero de ellos. Sabiendo que incluso en los sistemas más democráticos aún nos encontramos con prácticas de discriminación y situaciones de desigualdad, lo cierto es que son estos sistemas los más tendientes a la ampliación de derechos.
Por el contrario, los regímenes autoritarios tienen entre sus puntos de partida la limitación de derechos y libertades, pues de lo contrario no podrían mantener el control sobre la política y el territorio, este control es la base de su poder.
El derecho a la vida, a la libertad (de tránsito, de asociación, de expresión), a la protección de la ley, a la privacidad, son solo algunos de los derechos que recoge la Declaración Universal de los Derechos Humanos que son garantizados por regímenes democráticos y violentados en regímenes autoritarios.
Nos dirá Dahl también que “la democracia ayuda a las personas a proteger sus propios intereses fundamentales” y con esto nos adentraremos en los derechos políticos que ciudadanos y ciudadanas tenemos; es decir, derechos a defender no solo nuestros intereses particulares, sino también nuestros intereses y proyectos colectivos.
Estamos hablando de la posibilidad de oponernos a políticas que vayan contra nuestros intereses y libertades, manifestarnos en contra de determinada ley que afecte nuestros derechos laborales, denunciar abusos de una persona de una organización contra otras personas, o votar en un referéndum para apoyar alguna medida.
Los regímenes autoritarios limitan la libertad de acción y organización, y en ellos no hay lugar a la protesta o la oposición, o a la defensa de ideas o derechos disímiles a los determinados por el gobierno autoritario. Cuando estas situaciones aparecen en un gobierno autoritario, nos encontramos con respuestas represivas que pueden pasar por la prohibición de organizaciones o protestas, por la detención de los opositores (como vimos recientemente en las elecciones nicaragüenses) o incluso con la desaparición o muerte de las personas que participan o lideran estos movimientos.
«Nuestro país vive desde hace meses en una situación en la que, con cierta frecuencia, se ha planteado que no nos encontramos viviendo bajo un sistema democrático. O, más grave aún, que la democracia no nos sirve y que lo que corresponde es “aplicar mano dura”».
Nuestro país vive desde hace meses en una situación en la que, con cierta frecuencia, se ha planteado que no nos encontramos viviendo bajo un sistema democrático. O, más grave aún, que la democracia no nos sirve y que lo que corresponde es “aplicar mano dura”. Pero, como vemos, hay un conjunto de derechos humanos fundamentales, que damos casi por sentado en nuestro día a día, derechos que la democracia peruana (imperfecta como es) sí ha logrado proteger en estos años.
Sólo con más democracia, no con menos, podremos proteger las libertades y derechos que tenemos, de toda índole, y sólo con más democracia podremos exigir una mejor protección y avance en los derechos por parte del Estado. No es tarea fácil, pero es imprescindible.
(*) Analista política y máster en Liderazgo Político y Social por la Universidad Carlos III de Madrid y en Políticas Públicas y Sociales por la Universitat Pompeu Fabra Barcelona, Cataluña.