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Opinión 20 de enero de 2017

Sin duda, estamos ante hechos preocupantes que, por sí solos, implican una inquietud respecto del futuro de la humanidad. Pero también cabe verlos en conjunto como lo que representan: el síntoma de una importante variación en los tiempos en los que vivimos.

Sostengo que los hechos que hoy vivimos y que muchos lamentamos son la consecuencia directa de una disociación importante que hemos tenido durante los últimos años. Se ha prostituido la palabra liberalismo a tal punto que solo denotaba la libertad de intercambio de bienes y servicios, la profusión de tratados de libre comercio y se ha entendido la globalización como la mera extensión del mercado a escala universal. Con ello, se ha olvidado que esta corriente de pensamiento ha sido, a lo largo de la historia, esencialmente política y que se encuentra en la base del reconocimiento de los derechos fundamentales que todo ser humano debe gozar.

Asimismo, los términos de discusión pública se han deteriorado a tal punto que lo que vemos, antes que un diálogo, es una mera repetición de lugares comunes dirigidos hacia quienes ya están convencidos de una sola posición. Resulta previsible que la palabra “posverdad” haya sido nombrada como el vocablo más importante del año que acaba de partir, debido a que denota la degradación de lo factual en detrimento de los prejuicios. El uso sin ética de las redes sociales virtuales y reales para esparcir noticias falsas es la responsable de este culto a la mentira. En nuestro país lo estamos viviendo a través de la campaña que pretende confundir derechos que mujeres y ciudadanos LGTBI merecen con una denominada “ideología” que buscaría destruir a la familia cuando, por el contrario, la misma no puede concebirse sin el respeto a la dignidad de las personas.

Al mismo tiempo, Occidente parece haber olvidado valores clave que han estado en la base del proyecto moderno: la libertad, la fraternidad, la igualdad, la caridad –no entendida como lástima, sino como la solidaridad empática por el otro–, el respeto por la dignidad humana. Y en esa carencia se ha construido el resentimiento que gatilla votaciones a favor de salir de la Unión Europea o a favor de un candidato que echa la culpa de todos los males a los migrantes, cuando es claro que su forma de ver el mundo próximamente quedará clausurada.

Por ello, resulta indispensable que comencemos a recuperar la esencia de aquellos valores que han permitido construir un futuro mejor para varias generaciones, incluyendo más a aquellos sectores que hoy, desencantados con las promesas hechas en las últimas décadas, deciden optar por figuras o políticas que, lejos de solucionar sus problemas, ahondarán los mismos.

Escribe: Salomón Lerner Febres, presidente ejecutivo del IDEHPUCP, para La República

(20.01.2017)