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26 de abril de 2022

Foto: Idehpucp

Por Inés Martens1

Cuando hablamos de violencia hacia las mujeres y las acciones para prevenirla y reducirla, pocas veces colocamos en el centro del debate a la autonomía económica, entendida como la capacidad para generar ingresos sobre la base del trabajo remunerado.

El tener la posibilidad de contar con recursos propios, permite a las mujeres tomar decisiones de manera independiente, siendo clave para su autonomía física (control sobre su cuerpo) y de decisión; les permite disponer de dichos ingresos para su bienestar y el de su familia, así como salir de círculos de violencia.

En adición a ello, la violencia económica es aún la menos visibilizada, a pesar de estar reconocida en la legislación nacional (Ley 30364). De enero a marzo del 2022, de acuerdo con la información del Programa Aurora, los CEM a nivel nacional atendieron 156 casos de violencia económica, siendo sus manifestaciones más recurrentes: evasión del cumplimiento de obligaciones (38.5%), limitación de los recursos económicos destinados a satisfacer sus necesidades (37.8%), privación de los medios indispensables para vivir una vida digna (28.2%). Asimismo, en las estadísticas destaca que más del 70% de víctimas no trabajaba (de forma remunerada), por lo tanto, no generaba recursos propios.

En el caso del Perú, de acuerdo con las cifras del INEI para el año 2020, el porcentaje de mujeres sin ingresos propios fue del 36%, mientras que la de los hombres fue del 19.7%. Asimismo, en dicho periodo la tasa de participación de las mujeres en el mercado de trabajo fue de 55%, mientras que la de los hombres fue de 76.2%.

Ante esta realidad, es preciso tomar en cuenta que las mujeres tienen mayores dificultades para ingresar y permanecer en el mercado laboral, así como para acceder a recursos, y que este no es un tema que dependa, única o principalmente, de su voluntad. Por dicha razón, es preciso analizar las barreras específicas que enfrentan las mujeres para lograr su autonomía económica, con la finalidad de reducirlas con acciones diferenciadas.

El origen de estas dificultades está en los estereotipos de género, que establecen la relación de las mujeres con el ámbito doméstico y reproductivo.

Lo primero que se debe comprender es que el origen de estas dificultades está en los estereotipos de género, que establecen la relación de las mujeres con el ámbito doméstico y reproductivo, y de los hombres con el ámbito público y productivo; unido al impacto que tiene ello en el uso del tiempo, donde las mujeres dedican en promedio 27 horas más a la semana que los hombres (Flora Tristán/IEP 2021) a las tareas domésticas y de cuidado (trabajo no remunerado). Asimismo, cabe señalar que a menor nivel socioeconómico es mayor el tiempo que las mujeres dedican a tareas domésticas y de cuidado, pues tienen menos posibilidades (o no las tienen) de pagar un servicio que cubra dicha necesidad.

En ese sentido, la Política Nacional de Igualdad de Género (aprobada por Decreto Supremo 008-2019-MIMP), al referirse al uso del tiempo, señala que “la alta participación de las mujeres en el trabajo doméstico no remunerado les genera una dependencia económica que establece patrones de asimetría en el intercambio y refuerza relaciones de poder y subordinación con respecto a sus pares masculinos” (INEI, 2011, 18; Pedrero, 2014). Asimismo, afirma que “las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de dedicarse al trabajo de baja productividad, el cual se caracteriza por ser precario, inestable y mal remunerado; además, en su mayoría implica ausencia de los beneficios sociales legales que generalmente conlleva el trabajo asalariado”.

El logro de la autonomía económica de las mujeres es un factor central para prevenir o salir de círculos de violencia y avanzar hacia la igualdad.

Por otro lado, la pandemia agravó esta situación pues i) cuatro de cada cinco mujeres trabajaban en servicios y comercio, dos de los sectores más golpeados por la crisis, ii) trabajaban principalmente en micro y pequeñas empresas, las que resultaron más afectadas por la pandemia, y iii) tenían (y tienen) menos acceso a internet que los hombres, lo que dificultó su adaptación al trabajo remoto (BID, 2021).

Por lo antes mencionado, el logro de la autonomía económica de las mujeres es un factor central (mas no el único) para prevenir o salir de círculos de violencia y avanzar hacia la igualdad, siendo indispensable para ello el contar con un Sistema Nacional de Cuidado, que permita a las mujeres tener mayor libertad para decidir sobre su uso del tiempo y tener la posibilidad de generar y disponer de sus propios recursos.


Abogada, magister en Ciencia Política, especialista en temas de género, y cocreadora del podcast «No somos impostoras».

Fuentes:

  • Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán e Instituto de Estudios Peruanos, 2021, “Encuesta de trabajo doméstico no remunerado”.
  • Banco Interamericano de Desarrollo, 2021, “Participación de las mujeres en el Perú: 10 mensajes clave y 6 recomendaciones de política”.
  • Instituto Nacional de Estadística e Informática, 2011, “Encuesta Nacional de Uso del Tiempo”.