Fuente: Alessandro Cinque/Reuters.
Por Javier La Rosa Calle (*)
El punto de partida de esta reflexión es que nuestro país se encuentra ante una crisis sociopolítica de una magnitud nunca antes vista en el presente siglo, con el lamentable balance de decenas de muertos, centenares de heridos y daños materiales todavía difíciles de contabilizar. No es, entonces, cualquier crisis la que estamos atravesando por lo que en las líneas siguientes esbozamos algunos conceptos para intentar superar esta situación.
Una primera idea para aproximarnos a una búsqueda del dialogo es la determinación de las raíces de esta crisis y sus detonantes. No es posible de manera seria formular convocatorias a procesos dialogantes sino se tiene claridad de por qué está ocurriendo lo que ocurre y si es posible reducir sus niveles de violencia. Al respecto, de lo que se percibe en los medios de comunicación tradicionales y en el desempeño de los representantes políticos no habría mayor interés en esta necesaria identificación de las causas y más se apreciaría una grotesca estereotipación, una suerte de descalificación de la legitimidad de las protestas. Pero, sobre todo, una invisibilización de una demanda estructural que estaría detrás de la protesta ciudadana, especialmente, en el sur andino.
Una segunda idea se refiere a los efectos de los sucesos violentos en el marco de las protestas ocurridas en los últimos dos meses que, como sabemos, han dejado más de 50 personas civiles y un policía muerto de manera feroz. Al respecto, se requiere la conformación de una comisión investigadora imparcial del más alto nivel, que lleve a la determinación de la verdad y de las responsabilidades. Esto es fundamental para que, desde el Estado, se ofrezca un sincero pedido de perdón y compensaciones materiales y simbólicas a los familiares de las víctimas y ciudadanos de las regiones donde se han producido los lamentables hechos.
Una tercera idea nace de la necesidad de replantearnos los niveles de representatividad de quienes pueden efectuar un proceso de diálogo. Actualmente lo que se aprecia es una descalificación recíproca que impide iniciar siquiera los primeros pasos para disminuir la escala de la crisis y evitar que la violencia continúe. En este sentido, algunos pasos efectivos tendrían que realizarse para que se deje esta estigmatización por ambas partes a los interlocutores que podrían sentarse frente a frente y por lo menos lograr una suspensión de las hostilidades. Las calificaciones y los adjetivos deberían dejarse de lado si se tiene un sincero propósito de buscar una salida pacífica a este conflicto. Este es un gesto que correspondería a un país que se proclama democrático. Particular actuación tendría que desarrollar los funcionarios del Estado, quienes tienen una deuda de reconocimiento a ciudadanos culturalmente diferentes, especialmente de comunidades y pueblos originarios.
Si se lograra por lo menos que las partes enfrentadas aceptaran dialogar, habría que recurrir a instancias o personajes que pudieran intermediar en este primer momento del diálogo. Tendría que recurrirse a alguien que gozara de la confianza de las partes, que desarrolle un papel imparcial y que tenga las más amplias facultades para convocar sin exclusiones a los interlocutores que considere necesario para discutir los temas que ellos propongan. De antemano no tendría que haber vetos ni impedimentos para abordar por consenso lo que las partes enfrentadas propongan.
Finalmente, si existiera ese genuino propósito de diálogo, lo mínimo que se espera de los actores estatales es el cumplimiento de ciertos requisitos para que este proceso funcione. Siendo uno de esos desafíos el reconocimiento de la otra parte como interlocutor válido más allá que tenga o no un nombramiento oficial en la estructura del Estado. Al respecto, la forma como se ha venido accionando no solo no habría sido equivocada, sino que incluso carecería de legitimidad si consideramos los resultados de las encuestas realizadas a nivel nacional en estas últimas semanas.
Se requiere entonces una profunda revisión de la manera como se puede encarar esta crisis, asumiendo la necesidad de establecer un punto de inflexión que transforme estas formas rudimentarias de manejo del conflicto que solo traen pérdidas humanas y materiales y que no resuelven nada en el mediano y largo plazo. Aún podemos estar a tiempo de encontrar otras formas de reconocernos y, ojalá, de reconciliarnos.
(*) Profesor Asociado del Departamento Académico de Derecho de la PUCP.