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Notas informativas 10 de diciembre de 2012

Estimado Salomón:

No pongo en duda tus buenas intenciones, pero tu artículo “Rescatar a la universidad pública” (La República, 25/11) está lleno de generalizaciones que responden más a la leyenda urbana sobre estas instituciones que a un conocimiento serio de ellas. Concentraciones burocráticas que se enquistan en el poder, radicalismo ideológico, ajenidad con respecto a los asuntos públicos, precariedad de la infraestructura, uso inapropiado de la autonomía, estudiantes sin calificación apropiada, docentes y autoridades sin calidad académica, etc. son características que atribuyes, en general y sin matices, a las universidades públicas.

Me pregunto si estas mismas deficiencias no son también atribuibles, en todo o en parte, a muchas universidades privadas (sin excluir a las “socialmente” más encumbradas), en las que, como es sabido, hay peleas internas y hasta “transnacionales” por el poder,  rectores con 20 y más años en el cargo, fundamentalismos ideológicos, búsqueda afanosa de rédito económico, atrapamiento de estudiantes desde antes de concluir sus estudios básicos, doctorados de fin de semana, profesorado sin calificación seria, tropeles de docentes a tiempo parcial, garajes que fungen de aulas, ausencia de laboratorios, inexistencia de aportes al desarrollo del país y hasta bellezas arquitecturales que cobijan mediocridades sin fondo.
Lo que está en crisis, y muy seria, amigo Salomón, no es la universidad pública, sino la universidad en general, la pública y la privada (lucrativa y no lucrativa). Cuando lo que se necesita es una cirugía mayor, la autocomplacencia y los imaginarios colectivos, cuidadosamente construidos, no son los mejores consejeros.  

Se nos está escapando una oportunidad de oro. Tenemos la posibilidad real de embarcarnos en un proyecto país que asuma la universidad, de gestión pública o privada, como uno de los ejes fundamentales para construir una sociedad equitativa, económica y socialmente empoderada, que cultiva con esmero su diversidad cultural y biológica, que se abre a la riqueza acumulada por la humanidad, que se desenvuelve con soltura en los ámbitos internacionales y se apropia de los últimos avances de las humanidades, las ciencias, las tecnologías y los recrea fértilmente. Nada de ello puede hacerse sin una apuesta decidida por la universidad, por la calidad, pertinencia y equidad de la educación universitaria.   

            
En este contexto, como bien dices, no es lo más atinado establecer distinciones rígidas entre universidades públicas y privadas. Lo que creo que deberíamos hacer, sin renunciar a nuestras peculiaridades ni a las diversas funciones que nos toca desempeñar, es trabajar juntos, promover sinergias, exigir y exigirnos el cumplimiento del derecho de nuestra gente a una educación de calidad. Para allanar el camino hacia esa cooperación y darle credibilidad a nuestra voluntad de encuentro es imprescindible, digo yo, olvidarnos de generalizaciones fáciles e imaginarios colectivos.

José Ignacio López Soria.

La República