Una presencia así de relevante no se logra sin poseer y ser fiel a una “identidad”, a un conjunto de principios y de valores que la definen, precisamente, como centro de estudios superiores.
Históricamente la universidad se halla indisolublemente ligada al ejercicio libre del saber, al debate de ideas, a la búsqueda de la verdad sin prejuicios. Mas eso no basta para definir a una universidad de nuestro tiempo. La universidad es también parte del conglomerado ciudadano y cívico de toda sociedad, y ha de participar en la procura del bien común, animada siempre por la convicción ética del cuidado de los otros. Por ello –y eso ocurre en la PUCP– su preocupación por la formación de profesionales que no sean simples tecnócratas, sino ciudadanos sapientes, comprometidos con su país y defensores de la Justicia.
Ahora bien, dicho lo anterior resulta indispensable, en el caso de la PUCP, mencionar la trama espiritual que subyace al desempeño de este centro de estudios superiores. Hablamos de una universidad “católica”, es decir de una institución que tiene una identidad religiosa. Pero esa religiosidad no puede significar únicamente la profesión de ciertos dogmas y la repetición de rituales, ni se cumple o agota en artículos de un reglamento. La PUCP asume su identidad religiosa como una experiencia vivida auténticamente por hombres y mujeres y que encierra un mandato espiritual de amor y compasión, vivencia que es más profunda, dicho sea con todo respeto, que el sólo seguir directivas de un órgano jerárquico. Es la PUCP una institución que se orienta y propone –porque allí habla el Evangelio– lo señalado en el Concilio Vaticano II y en las Conferencias Episcopales Latinoamericanas de Puebla, Medellín y Aparecida: la opción preferencial por los pobres; la caridad y la humildad como virtudes; la dimensión transcendente del hombre. Asimismo entiende que la misión pastoral de quienes dentro de la estructura eclesial ocupan lugares jerárquicos no es privilegio para mandar sino más bien obligación de servir.
Lo que define pues a la PUCP son estos valores y fines, centrados en la formación de personas mejores, de ciudadanos, de jóvenes que vean más allá de los simples (aunque legítimos) réditos económicos que les puede deparar el ejercicio de una profesión. Ella practica el ejercicio del pensamiento libre, el hábito de la crítica inteligente, el cultivo de la autonomía, y todo ello presidido por la búsqueda de la verdad a través de la razón en diálogo con una Fe que nos vincula a Cristo como Dios que es amor y que se hace hombre para redimirnos: Un Dios-Hombre que vivió lejos del poder, del dinero y de la arrogancia cortesana exhibida por príncipes que no ven en los otros hombres prójimos sino vasallos.
Sería necio no percatarse de que a la Iglesia peruana y a la Iglesia Universal les favorece dejar que la PUCP siga siendo lo que ya es y que ha sido conquistado en sus casi cien años de vida: un lugar donde el credo se convierte en vivencia espiritual y desde donde los católicos que en ella se forman dan valioso testimonio mediante sus obras; un espacio donde el pensamiento admite la pluralidad que conduce a la tolerancia y al respeto; una atmósfera que es comunitaria y lejana por tanto del anquilosamiento egoísta. En síntesis una institución que asume la búsqueda libre y honesta de la relación fecunda entre el Saber sobre las cosas y el Creer en un Dios que, hecho hombre, nos enseñó a los católicos lo esencial: la práctica de la caridad, virtud que libera y salva.>> Este artículo fue publicado en el diario La República.