Por Juan Takehara
Un tipo de descalificación muy usada durante la reciente campaña electoral ha sido el llamado terruqueo, práctica que consiste en endosar a alguien la filiación a una organización terrorista para menoscabar su credibilidad. Sobre por qué ha aumentado este tipo de ataques, conversamos con Oswaldo Bolo Varela, magister en Estudios Culturales y docente de la UNMSM.
En la conferencia “200 años de Memoria: Tensiones entre la historiografía y la legitimidad”, reflexionaste sobre las diferentes formas de hacer memoria y mencionaste la “memoria salvadora”, como el conjunto de recuerdos que glorifican un pasado no tan verídico, ¿Por qué tenemos diferentes versiones de nuestro pasado, en especial de lo que sucedió en la época de violencia?
Se dice que recordar el pasado es buscarle un sentido a ese recuerdo, es decir, hablamos en este caso de aquellas disputas para saber qué sucedió realmente. Si bien estas disputas son más evidentes y explícitas en un escenario de guerra interna o externa, uno de los principales legados de estos escenarios es la existencia de un pasado que se ha enquistado en cierta “oficialidad”. Ha logrado hegemonizar el recuerdo para saber de qué modo y en qué fechas, quiénes fueron los héroes y quiénes fueron los villanos. En Perú esto sucedió también, donde en un escenario post-conflicto encontramos un conjunto de memorias que han tenido mayor capacidad de difusión y que, justamente por eso, están defendiendo un conjunto de interpretaciones del pasado, muchas veces marcadas por sus propios intereses. Especialmente que se sepa quiénes son los sujetos que participan de ésta memoria, a quiénes se debe siempre condenar o a quiénes siempre reivindicar. Detrás de cada grupo, colectivo o sujetos que están intentando representar el pasado de una determinada manera hay intereses personales, particulares y también políticos y económicos que escapan a lógicas individuales y que más bien se enquistan en la estructura social. Cuando hablamos de la “memoria salvadora”, es una memoria que depende de instituciones – militar o policial – las cuales en este caso están vinculadas con el fujimorismo, pero no es sólo la memoria de los héroes fujimoristas o de Alberto Fujimori salvándonos del terrorismo, como argumenta un sector de la población, también es una memoria vinculada a factores económicos. Una memoria que nos recuerda cómo se propuso un modelo económico beneficioso para la nación y una memoria que nos rescató del caos. Éstas narrativas tuvieron mayor alcance cuando el liberalismo comenzó a hacerse presente en la región junto a los movimientos de derecha radical.
Esta “memoria salvadora” está también conectada con afirmaciones como “el presidente nos ayudó porque salvó la economía del país”.
La historia social no es una historia aislada. Va de la mano de la producción económica. El propio Sendero Luminoso decía que parte de su objetivo era cambiar la estructura económica del país. Se repite la idea de que el factor económico termina siendo uno de los núcleos de disputa. Si un factor importante es cómo recordamos el pasado, posiblemente otro factor en disputa tenga que ver con cómo nos organizamos económicamente. Saber qué modelo es mejor y cómo se redistribuye a partir de este modelo, ese es otro factor de conflicto.
Cuando decimos «esa época fue muy mala para el país» en general es porque se presentó una mala racha económica, por encima de si fue un periodo corrupto o si no se respetaron derechos fundamentales.
Tiene que ver con la manera como nos enseñaron esa historia. En la universidad esta enseñanza es “departamentalizada”; se estudia los sistemas económicos de la independencia del Perú hasta la actualidad separados de la historia sociopolítica del país. Es una visión de enseñanza clásica, donde no puedes realizar una transdisciplinariedad del conocimiento, en donde los procesos sociales no se han estudiado desde el punto de vista económico o social, sino más bien desde la complejidad que implican. Enseñar desde varias disciplinas es un proyecto más complejo y termina siendo más desafiante porque empiezan a aparecer todo esto que dices. Así, tenemos episodios de corrupción que aparecen en periodos que pueden haber sido económicamente positivos para la nación pero que tiene un correlato en las miserias morales que no están narradas en el mismo espacio.
¿Observas diferencias en la enseñanza superior cuando analizan el periodo de violencia interna en nuestro país?
Existen grandes diferencias. En Lima, las universidades nacionales mantienen un discurso más desde la izquierda que permite hasta cierto punto entender de manera crítica el Conflicto Armado Interno, pero también de manera un poco más complaciente. Por otro lado, en algunas universidades privadas existe cursos como Ética, o Realidad Peruana Contemporánea, donde el estudio del conflicto armado ingresa como parte de una unidad del curso. Muchas veces este tema es abordado desde una mirada contemplativa, a partir del dolor de las víctimas de los terroristas, pero también de los militares. Es un discurso importante, pero es una memoria reducida, en el sentido de que ya no basta con contemplar el dolor ajeno y compadecerte frente a ello. No basta con este abordaje filantrópico al Conflicto Armado Interno.
«Hacer el ejercicio de repreguntarse por el pasado es muy importante. Pero quizá ahí también hay que ser sensatos y saber que la mayoría pensamos en resolver lo inmediato y no lo importante».
El 16 de julio se cumplen 29 años del atentado en Tarata. ¿Cómo crees que se enseña este atentando fuera de Lima?
Posiblemente en las regiones no se enseña lo de Tarata, incluso ni siquiera se enseñe el tema del conflicto armado interno. Hay algunas universidades que apuestan por un discurso más complaciente, pero hay otras privadas que no sólo no tocan el tema, sino que incluso es algo hasta mal visto. Te “terruquean” por solo hablar de eso. En regiones tampoco no se habla mucho porque o es un tema prohibido o es un tema poco interesante. Sucede que hasta cierto punto es comprensible porque abordar la memoria de manera crítica es algo complejo. Decir, por ejemplo, que un senderista también podría ser una víctima, es problemático. Te dirán que los estás defendiendo. Hay un sentido común previo y muy asentado que prefiere no tocar ese tema.
¿Por qué el terruqueo ha estado tan presente durante la reciente elección?
Así como hay estigmatización racial, cultural, sexual o clasista, existe el terruqueo como estigmatización política. Cuando alguien te pregunta dónde vives y respondes “soy del Callao” te responden “seguro de en lugar peligroso” o cuando se enteran que estudias en la Universidad San Marcos te dicen “seguro eres un revoltoso”. El terruqueo es algo similar. Las personas o colectivos terruqueados son invalidados. Esta anulación se da en dos dimensiones: por un lado, hacen que tus reclamos no sean tomados en cuenta; lo que dices no vale porque eres “terruco”, y ser “terruco” a priori significa no tener voz ni voto y no tienes derecho a nada. Pero, por otro lado, es un arma también de prevención, porque yo al terruquearte estoy avisando que cualquier otro que quiera hacer algo parecido automáticamente va a ser identificado como terrorista y ser terrorista en nuestro país es el escalón más bajo de la escala social, ahí no tienes derecho a nada. Si te acuso de ser terrorista te niego cualquier posibilidad de reclamar o ser escuchado. Además, me parece que el terruqueo está vinculado a otras aristas como la clase o la raza. Frente a un discurso, podemos decir que alguien que es más cholo debe ser terruco, pero si es más blanco debe ser caviar.
La respuesta ante el terruqueo ha sido responder de fascista al otro, especialmente cuando quien ataca aparentemente pertenece a un sector socioeconómico elevado.
Sí, pero la discriminación no es solo por tu apariencia, es toda una maquinaria de operación. Esta es una respuesta más bien ante la radicalización de los términos y además porque terruquear es ya cruzar la línea, es patear el tablero. Posiblemente quien acusa de terrorista al otro sabe bien que no es terrorista. Por ejemplo, en esa conferencia de prensa que ofreció la comitiva que viajó a la OEA para pedir una auditoría de las elecciones, y en la que, al presentarse una persona que los acusó de golpistas, le respondieron: «sabemos que Sendero Luminoso tiene aliados fuera del país». Es así como el terruqueo también se vincula con toda esta lógica de posverdad y fakenews que ahora está repotenciada con trolls y líderes que tienen acceso abierto a medios como López-Aliaga o la propia Keiko Fujimori. Eso está presente cuando se dice “nos han robado las elecciones”, “el camarada Sagasti” o “son terroristas” y se difunde fotos falsas –que todos saben que son falsas– de Verónika Mendoza al lado de Abimael Guzmán que alguien envía en cadena de grupos familiares en Whatsapp. El terruqueo también se construye como posverdad, como una lógica de que si bien saben que algo es falso, se ha constituido en un discurso asentado, y ya se vuelve una creencia. Es como pensar que si eres de izquierda eres potencialmente un terrorista.
¿La posverdad es enemigo de la memoria?
No necesariamente. La memoria también puede ser un tipo de posverdad en el sentido de que podemos tener una memoria peligrosa o una memoria que le conviene a cierto sector. Tampoco hay que olvidarse de la memoria del propio Sendero Luminoso, que es bastante cínica, tanto como la “memoria de salvación”. Para Sendero no hay interés en el arrepentimiento, han justificado sus acciones diciendo que “las revoluciones son así” o lo que se buscaba era cambiar el Estado. Es básicamente un discurso negacionista. Esa es la clave de este tipo de memorias, niegan sus propios crímenes, las rechazan o mitigan y más bien enfatizan sus elementos supuestamente positivos. Así también se construyó el fujimorismo.
En un reciente reportaje de la revista MEMORIA, se observó que en la región norte del país – especialmente en Piura – todavía se mantiene un recuerdo positivo de las obras que realizó el gobierno de Alberto Fujimori. ¿Hasta qué punto vale la pena volver a revisar el pasado?
Hacer el ejercicio de repreguntarse por el pasado es muy importante. Pero quizá ahí también hay que ser sensatos y saber que la mayoría pensamos en resolver lo inmediato y no lo importante. Es centrarse en lo inmediato decir que te robaron las elecciones, decir que hay que hacer golpe de Estado, decir que los niños se vacunen, etc. En el caso de Piura, hay que pensar también en muchas otras cosas más, comprender por qué muchas personas están realmente agradecidas y tienen gratos recuerdos de su gestión. Por otro lado, quienes realmente tienen interés en repensar el pasado – como son los historiadores y antropólogos – deben repensar críticamente no solo la historia con H mayúscula, sino también todos esos pequeños procesos que están interpretados de una manera pero que también podrían tener otro significado, y esa es una labor pendiente.
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