Escriben: Alexander Benites (*), Sandra Quiliche (**)
El miércoles 28 de julio, luego de una larga y polarizada campaña electoral, Pedro Castillo juramentó como presidente, en el marco del cumplimiento de 200 años del Perú como república independiente. El discurso de toma de mando dejó explícita la intención de cambio del gobierno, pero a través del diálogo y el respeto de los arreglos institucionales. No obstante, la juramentación del gabinete, el día posterior al discurso presidencial, sembró (más) dudas sobre el futuro accionar del mismo.
El discurso desarrollado por el presidente Castillo es el segundo más extenso de todos los discursos presidenciales de toma de mando luego del retorno a la democracia a inicios de los años 2000, solo superado por el del ex presidente Alan García en el 2006. Eliminando términos genéricos e imprecisos, al igual que palabras comúnmente mencionadas en los discursos presidenciales, como “peruanos”, “gobierno” o “país”, las palabras más mencionadas por Castillo fueron “salud” (28 veces), “pueblo” (19 veces), “educación” (17 veces) y “desarrollo” (15 veces).
Además, el presidente utilizó términos que, aunque no fueron los más mencionados, solo han aparecido de forma excepcional en discursos presidenciales pasados. Castillo mencionó trece veces la palabra “constitución”; ocho veces las palabras “rurales”, “campo” y “locales”; siete veces las palabras “culturas” y “ambiental”; y cinco veces la palabra “ciencia”. Sin embargo, también llama la atención la poca frecuencia del uso de otras palabras. Solo se mencionó dos veces la palabra “jóvenes”, una vez la palabra “democracia”, y no se utilizó en ningún momento la palabra “crecimiento”. Todos estos han sido términos frecuentemente utilizados en los discursos de los ex presidentes Toledo, García y Humala.
Gráfico N°1: Nube con las palabras más mencionadas del discurso presidencial
Desde el inicio de su discurso, el presidente Castillo hizo énfasis en la importancia de la reivindicación histórica, la defensa de luchas sociales y, en general, en la promesa de constituir un gobierno más cercano al “pueblo”. Esto se vio reflejado en el recuento histórico de las estructuras coloniales que, en palabras del presidente, “aún se mantienen vigentes y han sido causa de explotación de cierto sector de la población”, y en las medidas por ser adoptadas desde el futuro Ministerio de las Culturas.
«Si a la contradicción entre el discurso y los hechos se le suman las declaraciones de Pedro Castillo en primera vuelta y la trayectoria de Perú Libre como organización, sobran las alertas sobre la posibilidad de rutas antidemocráticas en el gobierno».
En el plano político y económico, por su lado, se hizo referencia a varias propuestas ya anunciadas durante la campaña electoral. Para empezar, el presidente reafirmó el interés de convocar a una Asamblea Constituyente para la redacción de una nueva Carta Magna. Y, sumado a ello, se anunciaron medidas que buscan otorgar al Estado un margen de acción más amplio. Ello se vio reflejado, por ejemplo, en la universalización de la salud pública, el ingreso libre a la educación superior y la creación estatal de trabajos temporales.
De manera paralela al anuncio de estas medidas, el mandatario también buscó disipar algunos temores difundidos en campaña. Se señaló que se respetaría la propiedad privada, no se llevarían a cabo políticas de control de precios y tampoco se daría un proceso de estatización de empresas. En ese sentido, el presidente expresó que es posible realizar los cambios que son necesarios en el país sin poner en riesgo los avances conseguidos en las últimas décadas, actuando siempre dentro del marco legal y respetando las instituciones democráticas. Un discurso político de cambio, pero dialogante y conciliador.
No obstante, la mesura en las palabras no tuvo correlato en la presentación del gabinete ministerial, evento ocurrido el día posterior al discurso presidencial. Los cambios repentinos, la improvisación y la ausencia de dos personajes clave en los sectores de economía y justicia -ejes centrales de su propuesta- fueron ejemplos claros de la construcción de un equipo técnico que parte más de estrategias políticas que de una verdadera vocación democrática por atender los problemas que aquejan a la ciudadanía.[1] Peor aún, que se haya dado cabida en el gobierno a personajes con actitudes pasivas y hasta condescendientes con los hechos de violencia ocurridos en el Perú, entre los años 1980 y 2000, es una ofensa gravísima contra las decenas de miles de víctimas de estos lamentables eventos.[2]
En consecuencia, si a la contradicción entre el discurso y los hechos se le suman las declaraciones de Pedro Castillo en primera vuelta y la trayectoria de Perú Libre como organización, sobran las alertas sobre la posibilidad de rutas antidemocráticas en el gobierno. Frente a ello, desde el Congreso de la República se hace necesaria una fiscalización y vigilancia democrática y dialogante, antes que conflictiva y de intereses cortoplacistas. Porque las democracias solo subsisten ahí donde las partes se ven más como adversarios políticos legítimos que como enemigos confrontados.
(*)Alexander Benites, politólogo y asistente de investigación en el Área de Relaciones Institucional y Proyectos del IDEHPUCP
(**) Sandra Quiliche, bachiller en Ciencia Política y practicante profesional del Área de Relaciones Institucionales y Proyectos del IDEHPUCP