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Opinión 26 de febrero de 2015

De acuerdo con la información recogida, Junín es el segundo departamento con mayor cantidad de víctimas mortales –entre muertos y desaparecidos– a causa del conflicto. Esta cifra no debería sorprendernos. Esta región era un territorio que se convirtió en importante para la estrategia de Sendero Luminoso por su alta densidad demográfica, su ubicación estratégica para la comunicación de diversas zonas del país, su cercanía a núcleos mineros importantes y su función como plaza comercial. Razones que, asimismo, explican el interés del MRTA en esta zona del país. 

Las cooperativas agrarias, la Universidad Nacional del Centro, diversas ciudades y poblaciones de la región fueron escenarios de la violencia ejercida por los actores armados del conflicto. En lo que se refiere a la actuación de las fuerzas del orden en la zona, aún se recuerda, entre otras desgracias, la desaparición de los estudiantes del principal centro de estudios superiores de la región. 

A lo señalado ha de sumarse lo vivido en la zona selvática de la región, en particular aquella habitada por el pueblo asháninka. La CVR recomendó, en este caso en particular, que se realizara una investigación en la que se determine si los hechos cometidos contra esta etnia –calificados como crímenes de lesa humanidad– debieran  tipificarse como delito de genocidio. Dicha indagación, lamentablemente, no se ha llevado a cabo hasta el día de hoy. 

A la luz de lo señalado resultaba lógico y esperanzador aquello que, a mediados del año pasado,  hiciera el gobierno regional de Junín: inaugurar el Lugar de la Memoria o Yaplana Wasi, donde se cuenta, con mayor detalle, la historia que acabamos de aludir.  Se trataba de la primera ocasión en la que una autoridad regional disponía el establecimiento de un sitio de memoria en forma de museo en donde se recordara lo vivido en esos años en una región de nuestro país,  esfuerzo que merecía ser replicado en otras zonas también afectadas.

Hoy, con sentimientos de pena y alivio,  vemos que se disipa lo que hasta hace algo más de una semana parecía constituir un cambio de actitud de las nuevas autoridades regionales y locales frente al mencionado Lugar de la Memoria  en Junín. 

En efecto, pareció en un momento que ese lugar de conmemoración iba a destinarse a otros fines, frustrándose así no solo una reparación simbólica sino también un acercamiento respetuoso hacia la verdad. El temor generado por el silencio mantenido hasta hace muy poco por las  nuevas autoridades regionales, así como el aparente deseo de la Municipalidad de Chilca de ocupar, destinándolo a otros fines, el espacio del Yaplana Wasi, felizmente, se ha disipado con  la  reciente decisión adoptada por el gobierno regional que ha respondido favorablemente al pronunciamiento de diversas personas e instituciones que solicitaban la institucionalización e intangibilidad del Lugar de la Memoria de Junín.

Hay que reiterarlo: sólo en el ejercicio de la memoria fiel se halla el camino que nos puede abrir a un futuro en el que el  dogmatismo y la violencia no hallen cabida dentro de nuestra vida social.