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Editorial 23 de abril de 2024

El 24 de abril se conmemora el Día Internacional del Multilateralismo y la Diplomacia para la Paz. Existe un difundido escepticismo sobre la gravitación de estas fechas asociadas al sistema de Naciones Unidas, lo que es hasta cierto punto comprensible por la evidente distancia, que parece ampliarse en nuestros tiempos, entre los ideales de la comunidad internacional y lo que realmente sucede alrededor del globo. Pero es precisamente por esa diferencia que resulta necesario recordar y reeditar compromisos e incluso emprender el esfuerzo de recomponer los consensos humanitarios que hoy se encuentran debilitados.

En efecto, en la última década se puede observar alrededor del mundo una paulatina erosión de los ideales, principios y marcos de acción vinculados con el multilateralismo. La idea de la cooperación y de la búsqueda del consenso, el impulso a la autocontención y la preocupación por respetar los marcos jurídicos internacionales van siendo desplazados. En su lugar gana presencia creciente la acción unilateral de los países y, en términos más generales, la lógica de amigo-enemigo se convierte en muchos escenarios en el criterio decisivo de las relaciones entre países o bloques regionales o incluso áreas civilizacionales. Es una lógica que incluso se superpone y excede al viejo y conocido criterio de la ventaja comercial y que termina por bloquear no solamente el ideal de la cooperación sino también las capacidades de negociación sobre la base de intereses nacionales.

La erosión de la cooperación y la diplomacia para la paz se evidencia en nuestro tiempo de la manera más trágica y revulsiva en los escenarios de guerra que se multiplican en distintas partes del mundo como Ucrania y Gaza, con su consiguiente legado de atrocidades y la incapacidad de la comunidad internacional para ponerles coto.

Pero los escenarios de guerra no son los únicos en los que se hace necesaria una pronta restauración del multilateralismo. También es urgente pensar en los grandes retos que la humanidad entera afrontará en los próximos años, o enfrenta desde ya, con perspectivas catastróficas en ausencia de procesos de diálogo, acuerdo y cooperación entre los países, y en particular entre los más poderosos en términos económicos, industriales y militares.

El caso emblemático es el cambio climático, que ya ha producido en este momento desastres mayúsculos y tiene enormes repercusiones negativas sobre los derechos humanos de millones de personas. Aunque existen compromisos internacionales al respecto, todavía hace falta poner en acto de una manera efectiva políticas coordinadas no solo para mitigar el fenómeno sino también para atender a quienes son sus víctimas mayoritarias, es decir, las poblaciones vulnerables, entre las que se encuentran fundamentalmente la población pobre y los pueblos indígenas.

Otros retos que requieren una restauración eficaz del multilateralismo son las corrientes migratorias que cruzan el mundo –y que, además, están asociadas precisamente con la violencia bélica y con los efectos de la crisis medioambiental–, frente a las cuales se ha transitado en los últimos años desde un enfoque medianamente humanitario hacia enfoques decididamente centrados en la seguridad. Es una involución que refleja, precisamente, el reflujo de cada Estado hacia la realización de intereses nacionales como algo incompatible con los consensos internacionales.

Esto son solo dos ejemplos de situaciones que, además de la multiplicación de conflictos armados ya mencionados, colocan a la humanidad contemporánea ante un umbral crítico y ante la urgencia de tomar decisiones. La recuperación del espíritu multilateral aparece, así, como una necesidad apremiante para la defensa de los derechos humanos en el mundo.