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Notas informativas 14 de julio de 2020

Aldo Panfichi (*)

Poco después que el gobierno levantara la cuarentena que buscó confinar a la mayoría de los peruanos en sus hogares, la pregunta que muchos nos hacemos es qué significa la nueva convivencia social o la nueva normalidad que anuncian como necesaria los expertos y analistas.

A juzgar por lo observado en los últimos días, es difícil saber con precisión qué ocurrirá en el mediano plazo, aunque si podemos identificar el dilema que actualmente vivimos.  Se trata de la disputa en el terreno de la vida cotidiana entre el retorno de las viejas prácticas sociales que fueron puestas en cuestión por la pandemia y las nuevas formas de relacionarnos que emergen como recomendación de los epidemiólogos.  Es decir, entre los viejos y los nuevos patrones de convivencia social.

Todo parece indicar que el resultado de esta disputa depende de nuestra capacidad como ciudadanos de extraer lecciones prácticas de la dura experiencia y aplicarlas en el contexto tumultuoso post cuarentena; es un contexto que no luce bien con el empobrecimiento general de la economía, la débil institucionalidad del estado y la política, y la altísima informalidad en casi todas las esferas de la vida diaria.

«Modificar hábitos y prácticas culturales es un proceso más lento que los cambios políticos o económicos»

¿Qué se impondrá? ¿El uso de la mascarilla, el lavado de manos, y la distancia física como sinónimo de respeto y consideración por el otro? ¿La autorregulación en la salud y la alimentación como hábito de vida frente a esta y otras pandemias que el futuro nos depare?  ¿O se mantendrán los viejos hábitos de la cercanía y el contacto físico regular en las interacciones sociales, acompañados de la aglomeración en los mercados y el desorden y hacinamiento en el transporte público?

Lo más probable es que en el corto plazo la resultante de esta disputa sea una convivencia híbrida, como señala el salubrista Juan Arroyo, en la que se combine elementos de la vieja y la nueva convivencia, teniendo en cuenta que modificar hábitos y prácticas culturales es un proceso más lento que los cambios políticos o económicos.

Las desigualdades estructurales de la sociedad peruana también tendrán su papel, ya que la urgencia y desesperación por obtener diariamente los medios materiales de sobrevivencia afligen a la mayor parte de la informal fuerza laboral del país. El gran problema es que esta hibridez nos hace muy vulnerables como sociedad al poner en peligro la vida de millones de compatriotas.

(*) Vicerrector de Investigación PUCP.  Profesor principal del Departamento de Ciencias Sociales.