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Opinión 7 de julio de 2014

Durante el mismo período, otros eventos trágicos han marcado la vida de los europeos y de sus vecinos del Este. Citemos en primer lugar el genocidio de los armenios, entre mayo y setiembre de 1915, el primero de la historia, organizado por los Jóvenes turcos nacionalistas cuyo jefe era Enver Pacha que controlaban el sultán Mohamed V, a quien habían instalado en noviembre de 1914. En 1915, 1,2 millón de armenios fueron masacrados, es decir dos tercios de la población. En ese momento, los turcos estaban aliados al Imperio alemán, que les garantizó la impunidad de sus crímenes raciales. La Turquía niega hasta la actualidad el genocidio de los armenios, que ha sido reconocido por 21 países en 2011.

Citemos en segundo lugar, la revolución de octubre de 1917, liderada por Lenín y por Trosky, que dio origen a la guerra civil rusa que se desarrolló entre 1917 y 1923. Esta guerra opuso a los bolcheviques («Rojos») contra los defensores de la monarquía rusa, llamados «Blancos», y en la cual participaron — en los dos campos — los campesinos, llamados «Verdes» (Werth 1997, Marie 1999). La revolución rusa y la guerra civil que provocó, fueron extremadamente violentas y con ellas se inauguraron los métodos de represión y de terror de masas más importantes en la historia: la policía política (la Tcheka, creada en diciembre de 1917) y los campos de concentración donde eran recluidos todos los opositores a la revolución, llamados «enemigos», a partir de 1919. Se estima que durante este período fallecieron entre 5,8 y 8,8 millones de personas en Rusia (Marie 1999).

Otros dos eventos se produjeron en esta época que vale la pena mencionar son, por un lado, la primera batalla del Atlántico (1917), durante la cual los submarinos alemanes atacaron a todos los navíos de guerra y mercantes de la zona, y donde murieron cerca de 5 mil personas. Y, por otro lado, la mal llamada « gripe española » (1918), que empezó en China, se expandió a los Estados Unidos y a Europa, produciendo entre 30 millones (estimación del Instituto Pasteur) y 100 millones de personas fallecidas según estimaciones recientes.

Las causas de la Primera Guerra Mundial 

¿Cuales fueron las causas de la Primera Guerra Mundial? Sin entrar en los detalles complejos de este conflicto podemos decir, sintéticamente, que fue el resultado de las luchas políticas y económicas entre las grandes potencias europeas, ellas mismas divididas, y el Imperio Otomano que tenía su base en Turquía. Recordemos que el Imperio Otomano, cuyos dirigentes eran musulmanes, se fundó en el siglo XIV y se afirmó por la caída del Imperio de Bizancio en 1451, cuando Constantinopla fue ocupada por los turcos que le dieron el nombre de Istambul. Dicho imperio se extendió hasta el siglo XVI hasta el Norte de Africa, el Oriente Medio, a la région de los Balkanes en Europa oriental, al Norte del Cáucaso, Crimea, Ucrania del sur, Rumania, Hungría, Albania, Grecia y Bulgaria. En cada país se respetaban las religiones y las costumbres locales y no se intentaba islamizarlos. La decadencia ligada a la corrupción empieza en el siglo XVII. En el siglo XIX, los Otomanos habían perdido mucho de su influencia política, pero eran siempre actores políticos importantes, con los cuales los otros imperios europeos tenían que contar en sus luchas y en sus alianzas políticas.

A inicios del siglo XX, en Europa occidental y oriental existían dos grupos de poder: la Triple Alianza formada por el Imperio alemán, el Imperio austro-húngaro y el Imperio de Italia. Y, de otro lado, el Triple Acuerdo: la República de Francia, el Imperio ruso y el Imperio inglés. Estas potencias —que estaban organizadas en imperios salvo Francia—, estaban en competencia y en conflicto permanente desde inicios del siglo XIX por el control de las zonas dominadas por los Otomanos, y después de 1850, por el control de las colonias en África y en menor medida en Asia.

La repartición de los territorios africanos se realizó en la Conferencia de Berlín de 1884, y desde entonces, había tensiones entre esos países imperialistas que comenzaban también su entrada en la industrialización, en la producción de bienes a gran escala, y en la afirmación de nacionalismos modernos, en oposición total al régimen imperial. La región de los Balcanes era el teatro par excellence de luchas entre los Otomanos y los pueblos eslavos del sur [Yugoslavos] (Serbios, Eslovenos y Bosníacos musulmanes) que dependían del Imperio austro-húngaro. La tensión se hizo más fuerte entre 1911 y en 1912. En octubre de 1912, los Estados balcánicos (Bulgaria, Grecia, Montenegro, Serbia) agrupados en la Liga balcánica declararon la guerra al Imperio otomano, y los vencieron. Sin embargo tuvieron que aceptar el arbitraje de las potencias europeas. Macedonia y Tracia fueron repartidas, Serbia debió renunciar a Albania. En 1913, otra guerra opone a Bulgaria, apoyada por los Austro-húngaros, contra Rumania; pero Bulgaria pierde la guerra y Macedonia debe repartirse entre Grecia y Serbia. A partir de ese momento, las potencias empiezan una carrera armamentista bajo el liderazgo de las élites militares. La Gran Guerra estaba ya en camino.

El casus belli tuvo lugar el 28 de junio de 1914, cuando el archiduque Francisco-Fernando, heredero del trono imperial de su tío, el emperador Francisco-José, y su esposa, la duquesa de Hohenberg, fueron asesinados en Sarajevo, Bosnia, por un estudiante bosníaco, Princip, miembro de una Sociedad secreta denominada «Bosnia Joven». El gobierno de Belgrado no tenía ninguna responsabilidad en este crimen, aunque algunos oficiales serbios hayan participado en el preparativo del atentado a la bomba. Sin embargo, a pesar de que el emperador Francisco-José quiso actuar con prudencia, el gobierno de Viena consideró que el momento era oportuno para solucionar el problema de Serbia definitivamente. El 5 de julio se tuvo el apoyo del emperador alemán Guillermo II y el gobierno austro-húngaro envió un ultimátum a Serbia el 23 de julio. Belgrado, capital serbia, trató de hacer bajar la tensión aceptando todos los términos del acuerdo, salvo el que exigía la participación de funcionarios austro-húngaros a la encuesta que debía determinar las responsabilidades del atentado. Eso fue suficiente para que Austria declare la guerra a Serbia y bombardeé inmediatamente su capital, Sarajevo. Rusia aceptó aportar su apoyo a Serbia para no perder su influencia en los Balcanes y movilizó su ejército el 30 de julio. A partir de ese momento, y a pesar de que los gobiernos francés, inglés y alemán tentaron de frenar el movimiento hacia la conflagración general, los estados mayores militares impusieron sus decisiones de acelerar la movilización de soldados y precipitaron a todos los países europeos, a los rusos y a los países dependientes del Imperio Otomano en la Gran Guerra (Cliotexte, Larousse on line).

Las consecuencias: particiones territoriales, nuevos países y nuevos nacionalismos

Luego de cuatro años de luchas terribles – sobre todo en las trincheras – con una alta cantidad de muertos debido a las nuevas armas letales que se inventaron en este período, la guerra fue ganada por las potencias aliadas y los combates se terminaron con la firma de un armisticio con Alemania, principal país vencido, el 11 de noviembre de 1918. Desde entonces, en Francia se conmemora cada año el Día del Armisticio, considerado como feriado nacional. Entre 1919 y 1920, se firmaron otros cinco tratados (Versailles, Saint-Germain-en-Laye, Neuilly, Trianon et Sèvres) que pusieron fin a esta guerra atroz cuyas consecuencias están presentes hasta el día de hoy.

En efecto, esta « guerra total » produjo los cambios más radicales en la política, en la economía y en la cultura de Europa, de África y de Asia. Cuatro imperios desaparecieron, países antiguos fueron borrados del mapa, otros fueron creados con fronteras nuevas, dando lugar a la emergencia de nacionalismos modernos y también a frustraciones aun presentes en Europa. Debemos recordar que el modelo de Estado-nación, tal como lo conocemos hoy en día, se forjó entre el fin del siglo XIX y 1918 (Hobsbawm 1990), y que la adhesión a la idea de nación, aún entre personas que nunca se han visto, estuvo en la base de lo que Benedict Anderson (1983) ha llamado las «comunidades imaginadas», es decir las naciones modernas. Esta guerra fue en efecto la primera guerra entre naciones, que invistieron en el conflicto sus identidades modernas y su sentido del honor, y fue también la primera guerra de patriotas, como lo demuestra la importancia numérica de los soldados que participaron y que murieron en combate y que regresaban a los frentes de guerra, hecho aún incomprensible para muchos europeos. Lo que si es evidente es que las jerarquías militares enviaron a la muerte a millones de soldados utilizados como «carne de cañón» durante el conflicto mundial.

Entre las grandes innovaciones, hay que destacar la promoción de las mujeres y de los obreros en la sociedad y la expansión del modelo de Estado-nación. Paralelamente, al final de la Primera Guerra Mundial, emergen los primeros organismos internacionales, y las nuevas ideologías políticas (el anarquismo, el comunismo) se afirman en los países europeos, en Rusia y luego se exportan al resto del mundo.

Aportemos algunas precisiones. La desaparición de los imperios alemán, ruso, austro-húngaro y otomano crearon países nuevos en Europa oriental cuya característica central era la importancia de minorías étnicas (Checoslovaquia, Estonia, Finlandia, Letonia, Lituania, Ucrania). Otros países como la recién creada Polonia fueron divididos. Alemania y la recién fundada Unión Soviética entraron en concurrencia por el control efectivo de esas regiones vecinas. De otro lado, las privaciones de la guerra participaron también en la radicalización de las ideas comunistas de la revolución rusa de 1917, que se extendieron a Alemania y a Hungría.

El Tratado de Versalles, del 28 de junio de 1919, fue firmado entre Alemania y los países aliados: Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Italia y Japón (y otros países de menor peso político). Este tratado considera que Alemania fue la única responsable del inicio de la guerra y en consecuencia le impuso una restricción de sus fuerzas armadas (reducida a 100 mil soldados) y le prohibió fabricar material de guerra (submarinos, artillería pesada y tanques). La aceptación del Tratado de Versalles será la causa histórica del desarrollo de la ideología nazi después de los años 1930, y el referente más importante de Hitler para provocar la Segunda Guerra Mundial en 1939. La mayoría de alemanes consideraba en efecto que el tratado no tenía legitimidad, y la propaganda de Hitler se centró en la idea nacionalista y populista de extrema derecha de «vengar la humillación de Versalles» para que el pueblo alemán recupere su dignidad.

La desaparición del Imperio austro-húngaro produjo el nacimiento de varios países (Rumania, Checoslovaquia, Hungría) que no lograron una unidad nacional. El caso más grave fue el de Yugoslavia, donde se produjo una guerra entre los Serbios nacionalistas y las minorías de Croacia y de Bosnia musulmana  en los años 1990.

El Imperio Otomano, en parte ocupado por los Aliados desde 1918, desapareció oficialmente en 1920, con el tratado de Sèvres. Los países que estaban bajo el protectorado otomano fueron repartidos entre Francia e Inglaterra, que impusieron sus protectorados en Grecia, Anatolia, Norte del Africa, Arabia, Palestina, Siria e Irak. La resistencia a los Aliados fue organizada por un militar nacionalista que defendia la creacion de una Turquía laica, el General Mustafa Kamal, que destituyó al sultán Mehmed VI en 1922 y proclamó la República turca en octubre de 1923. Este acto fue oficializado en el tratado de Lausanne (1923), que preveía también el nacimiento de dos Estados étnicos al Este de Turquía: Armenia, que no sobrevivió, y Kurdistán, que no fue nunca instalado. Estos territorios, anexados por Turquía siguen en conflicto hasta la actualidad, así como los territorios del Oriente medio, lo cual implica que no han podido construir Estados-naciones (bbcNews, Larousse on line).

Una memoria ambivalente: una guerra que no se ha terminado

La Gran Guerra ha dejado un traumatismo social colectivo muy importante en todas las sociedades que participaron en el ciclo de violencia de masas más importante de la humanidad hasta ese entonces. En los años siguientes la mayor parte de los países de Europa occidental y oriental estuvo en duelo, y miles de monumentos a los soldados caídos se erigieron en las ciudades y en los pueblos. Las pérdidas en vidas humanas implicaron un desequilibrio entre los sexos bastante alto, lo cual trajo como consecuencia una disminución masiva de la natalidad y un envejecimiento de la población. En Francia, el equilibrio entre los sexos y la natalidad normal no se recuperaron sino en 1950.

La Segunda Guerra Mundial, que es un resultado de la Gran Guerra, conmemora su 70 aniversario este año, y el contraste entre las celebraciones de esos dos conflictos es sumamente fuerte. En efecto, la lucha contra la extrema derecha nacionalista, el nazismo alemán y el fascismo italiano, son los valores comunes entre las democracias que defendieron la paz y la construcción de una Europa pacífica en 1945; así, las conmemoraciones refuerzan los valores de paz y de democracia y defienden el rechazo de los nacionalismos extremistas. El desembarco en las playas de Normandía fue celebrado en Francia con mucho entusiasmo por todos los países aliados en mayo 2014. [Ver Conmemoración en Normandia en las fuentes citadas].

En cambio, la Gran Guerra suscita una memoria ambivalente, dado que los tratados de paz recuerdan más bien los rencores y las frustraciones que permanecen vivaces hasta la actualidad, y no una posición común ante el pasado bélico. Como nota Jérôme Gautheret, en Sarajevo han tenido lugar varios actos conmemorativos en diversos sectores de la ciudad; oficialmente se recordaba que Belgrado fue responsable de la guerra y, paralelamente, los Serbios bosníacos celebraban de manera provocativa la inauguración de una estatua al asesino del archiduque Francisco-Fernando, Gavrilo Princip. Si Europa ha podido recuperarse de los traumatismos de la Segunda Guerra Mundial, no ha podido hacerlo todavía de los traumatismos de la Gran Guerra (Le Monde, 2 de julio).

El sentimiento de humillación de los alemanes luego del tratado de Versalles ha sido sobrepasado por el horror nazi, sin embargo en Europa oriental las heridas de los pueblos vencidos siguen abiertas, sobre todo en el territorio del antiguo Imperio austro-húngaro, que fue sometido a una repartición radical para el gran beneficio de los países aliados. Por ejemplo, en Hungría, que perdió dos tercios de su territorio (sobre todo Transilvania), los militantes del partido Jobbik, de extrema derecha, reivindican hoy el retorno a la «Gran Hungría » y la anulación del tratado de su partición en 1920. El estatuto dominante de Serbia ha provocado tensiones étnicas y la guerra de Yugoslavia en 1990. En la zona controlada por el Imperio otomano se crearon Estados débiles: los jihadistas que tratan de crear actualmente un Estado islámico sunita entre Irak y Siria no hacen sino retomar la existencia de una zona políticamente autónoma antes de 1914.

Por todos estos hechos, el centenario de la Gran Guerra no será conmemorado de manera unitaria. En efecto, dada la multiplicidad de memorias, de interpretaciones y de heridas abiertas, la Unión económica europea ha renunciado ha organizar una ceremonia unificada y cada país, e incluso varias regiones en el caso de ex Yugoslavia, lo han hecho y seguirán haciéndolo de manera autónoma. Hay qua añadir que la memoria de esta guerra es más presente en los países que fueron también aliados en la Segunda Guerra Mundial, Francia, Inglaterra, Australia y Nueva Zelandia ; en cambio en Alemania el recuerdo de la «catástrofe» de 1939-1945 ha escondido la Gran Guerra, sólo algunos Länder [provincias] celebran este acontecimiento. Lo mismo sucede en Italia y en varios países de Europa central. En cambio, en Francia la memoria de la Gran Guerra es muy fuerte y afectiva, lo cual está ligado a lo que Stéphane Audouin-Rouezau llama «el peso de los muertos sobre los vivos», expresión que traduce la importancia demográfica de los soldados que participaron en este conflicto. Son raras las familias francesas que no tengan familiares que lucharon entre 1914 y 1918, y raros los pueblos donde no hayan monumentos a los soldados caídos por la patria (Pierre Lamaire, Le Monde del 30 de junio de 2014).

Todo esto significa que, más allá de la idea de una « Europa unida », en realidad los diversos países que la conforman no han podido construir una memoria común un siglo después la Gran Guerra, ni apropiarse colectivamente de su pasado. En Europa cada país conserva su historia nacional y no se hace mucho par construir una cultura histórica común, en las escuelas, colegios y liceos se estudian los hechos de las dos guerras mundiales, pero se dice poco sobre la situación actual; ello a pesar de que los alumnos aprenden tres lenguas y viajan mucho en Europa. Podemos notar también que la Unión Europea ha insistido demasiado en la unidad monetaria y en la adopción de una economía unitaria, y no se ha privilegiado la construcción de una Europa política en la cual la historia ocupe un lugar preponderante. Es por esta razón que se observa actualmente un ascenso de las ideologías nacionalistas de extrema derecha, que utilizan el populismo y los discursos xenófobos como armas de propaganda que pretenden « resolver » los problemas del desempleo y de la quiebra financiera por la vía nacionalista. Los grupos y partidos de extrema derecha se oponen al «control de Bruselas» y afirman la «autonomía nacional», pretendiendo que un cierre al interior de los espacios nacionales serían la salida a la crisis inaugurada en 2008. Sin embargo, esas pretensiones son absolutamente absurdas. El mundo ha cambiado demasiado desde inicios del siglo XX, y sobre todo después de la Gran Guerra y de la Segunda Guerra Mundial, todos los países europeos están conectados al resto del mundo, y este proceso continuará durante las décadas por venir.

La situación de la memoria ambivalente en Europa pone en perspectiva la reconstrucción compleja y también ambivalente de los peruanos que vivimos una guerra interna durante cerca de veinte años. Si no se afrontan con valentía los hechos históricos verídicos, podemos pasar también un siglo sin haber llegado a construir una memoria unitaria que refuerce la pertenencia a una misma nación democrática, fundada sobre los valores republicanos de libertad, de igualdad y de justicia social.

Escribe: Mariella Villasante, investigadora asociada del IDEHPUCP

Foto: Soldados ingleses en la batalla de la Somme, Francia, 1916 (Herodote)

Fuentes citadas:

Anderson Benedict, Imagined communities, Londres, 1983.

Cliotexte, Genève, 2014, La première guerre mondiale, causes [http://icp.ge.ch/po/cliotexte/la-premiere-guerre-mondiale/causes.1.guerre.mondiale.html].

L’année 1914 : le début de la première guerre mondiale, [http://icp.ge.ch/po/cliotexte/la-premiere-guerre-mondiale/1914.guerre.mondiale.html]

Gautheret Jerôme, 2014, La seconde guerre mondiale est finie, la première continue, Le Monde del 2 de Julio de 2014.

Hobsbawm Eric, (1990) 1992 Nations et nationalisme, Folio Histoire.

La Documentation française, 2014, Mobilisés, tués et blessés de la Grande Guerre, http://www.ladocumentationfrancaise.fr/dossiers/premiere-guerre-mondiale/mobilises-tues-blesses.shtml#.

Lamaire Pierre, 2014, L’Europe en ordre dispersé, Le Monde del 30 de junio de 2014.

Marie Jean-Jacques, 1999, La guerre civile russe, Paris, puf.[http://www.cairn.info/la-guerre-civile-russe-1917-1922–9782746706248-page-5.htm]

Werth Nicolas, 1997, Un État contre son peuple, in Le Livre noir du communisme, S. Courtois et alii. : 53-379.

Werth Nicolas, 2008, Crimes et violences de masse des guerres civiles russes (1918-1921), Online Encyclopedia of Mass Violence, iep Paris-ceri [http://www.massviolence.org/Crimes-and-mass-violence-of-the-Russian-civil-wars-1918?decoupe_recherche=russie]