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Opinión 25 de enero de 2022

Escribe: Dra. Luzmila Mendívil Trelles de Peña (*)

Ayer 24 de enero se celebró el Día Internacional de la Educación. La pregunta de base es esta: ¿hay razones para celebrar?

La educación es un derecho humano medular en la consecución del Desarrollo Sostenible. En virtud de ello, cuando la Asamblea General de Naciones Unidas en el año 2015 acordó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, estableció como cuarto objetivo el compromiso de los estados integrantes de garantizar una educación inclusiva y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje para todas y todos. La oportunidad es propicia para evaluar en qué medida el Perú ha avanzado en este compromiso y, en particular, para preguntarse sobre el derrotero a seguir. Para cumplir con las metas contenidas en el ODS4 es preciso establecer ciertas prioridades.

A nivel de educación básica, debiera priorizarse el retorno a la presencialidad. La crisis sanitaria ha puesto en evidencia que la escuela no solamente es un espacio de aprendizaje cognitivo, sino también una experiencia social.

En cuanto espacio de aprendizaje, por lo demás, pese a muchos esfuerzos de docentes y del propio estado, no llega a cumplir los resultados esperados. Los diversos agentes educativos se han visto desafiados a desarrollar los procesos de enseñanza y aprendizaje en un nuevo escenario insertando la dinámica escolar en el contexto familiar, adoptando nuevas mediaciones, pero también transfiriendo el modelo tradicional de enseñanza, lo que ha generado tensiones, malestar socioemocional, estrés, ansiedad, depresión, lo cual ha agudizado problemáticas de violencia y adicciones (Medina-Gual et. al.,2021) llegando inclusive a producir una situación que se ha denominado fatiga pandémica (Venegas y Leyva, 2020). CEPAL (2020) y diversos especialistas alertan que la interrupción de aprendizajes generada por la pandemia, tendrá efectos a nivel global y dejará una secuela de retraso escolar que, según algunas estimaciones, podría equivaler a dos años. Adicionalmente, Reimers (2021) destaca que, en Latinoamérica la pandemia ha generado retrocesos en el acceso y la calidad educativa; del mismo modo, advierte que los principales mediadores del impacto educativo de la pandemia son la clase social del estudiante y el país de residencia. Es decir, la brecha económica y social se profundiza y marca la diferencia en el acceso. De otro lado, la brecha digital a nivel de conectividad, dispositivos y habilidades digitales es otro factor que limita las oportunidades de aprendizajes.

Pero, como se ha advertido antes, es pertinente acotar que la educación es a su vez una experiencia social en la que el rol del docente es central. Aunado a ello el bienestar emocional, la convivencia y las ocasiones de socialización que ofrecen las instituciones educativas, especialmente en la primera infancia, constituyen componentes claves en el desarrollo humano y social. Es por ello que el retorno seguro es una decisión que no debe dilatarse más.

No es de menor importancia la calidad de los materiales y recursos educativos. A este respecto es necesario garantizar el derecho de niñas, niños y adolescentes a recibir una educación integral, plural, inclusiva, intercultural, libre de estereotipos, y desde un enfoque de género. Respetar la Ley General de Educación, el Proyecto Educativo Nacional constituye parte del respeto a un marco normativo democrático, respetuoso de las diferencias y de los derechos humanos.

A nivel de educación superior universitaria, el licenciamiento ha favorecido el desarrollo de publicaciones académicas y la formación científica. Cuenca, Panfichi y Mayta Tristán (2021) han revelado importantes cifras en el fortalecimiento de la investigación y la producción académica en las universidades licenciadas. Asimismo, corresponde al estado y a la sociedad civil velar por la calidad de los profesionales. La sociedad peruana requiere de profesionales que generen pensamiento crítico, que tengan competencias (técnicas y profesionales) que les permitan elaborar respuestas a problemas concretos de la realidad, así como el acceso a un trabajo y una remuneración justa. Cualquier retroceso en este ámbito generará ineludiblemente un perjuicio perverso en la sociedad.

Sin lugar a dudas Peralta (2020) es visionaria al sostener que “No podemos pasar de una experiencia tan brutal como la que estamos viviendo sin cambiar nosotros como personas y profesionales, y sin mejorar la educación de las nuevas generaciones que tendrán que reconstruir una mejor sociedad y hábitat”.

En el actual contexto, la educación requiere de su propia reinvención, así como de la apuesta por una escuela y una docencia renovadas en sus sentidos, visionarias y fortalecidas en el trabajo colaborativo y el respeto a la diversidad, y capaces de interpelarse, aprender y arriesgar con miras a la transformación humana y social.

En síntesis, la educación supone un compromiso conjunto y una oportunidad de desarrollo humano y social que impacta en la reducción de pobreza y desigualdades y que es de capital importancia en la construcción de una sociedad más justa. Si, como señala la evidencia, esto es así, solo cumplirá su propósito si es fruto del diálogo, la acción y el compromiso social.

(*) Doctora en Ciencias de la Educación. Experta en Educación de la Primera Infancia. Jefa del Departamento Académico de Educación PUCP.