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Editorial 2 de noviembre de 2021

El 31 de octubre ha comenzado la cumbre climática denominada COP26. Esta reunión global, que tiene lugar en Glasgow, Escocia, durará hasta el 12 de noviembre. Esto tiene lugar en un ambiente de elevada preocupación, incluso de cierto escepticismo, por los resultados insastisfactorios que se vienen obteniendo desde el Acuerdo de París, un acuerdo universal y vinculante, el primero de su género, adoptado en la Conferencia sobre el Clima de París (COP21) en diciembre de 2015.

Así, el centro de la atención en esta cumbre estará en el grado de compromisos que expresen y asuman sobre todo los países más determinantes sobre este tema, ya sea por su papel en el calentamiento global por el tamaño de sus industrias, ya sea por su capacidad económica para financiar las políticas contra dicho calentamiento.

«Se sabe de la situación de vulnerabilidad de enormes sectores de la población mundial frente a los trastornos del entorno natural. Todo ello genera amenazas al hábitat y a la seguridad alimentaria, además de a los derechos territoriales.»

Hasta ahora esos compromisos han sido dudosos. Sobre todo se ha presenciado una rutina de postergación del cumplimiento de las metas. Todo ello hace insostenible la situación. En la comunidad científica y en la comunidad internacional hay consenso sobre que estamos ante una auténtica emergencia que requiere medidas inmediatas y de gran envergadura.

Cada vez se hace más patente –y esto puede ser contado como un avance en la discusión sobre este tema—de qué manera el calentamiento global tiene un impacto negativo directo, y desastroso, sobre los derechos humanos. Se sabe de la situación de vulnerabilidad de enormes sectores de la población mundial frente a los trastornos del entorno natural. Todo ello genera amenazas al hábitat y a la seguridad alimentaria, además de a los derechos territoriales. Se necesita crear mayor conciencia, por ejemplo, sobre la conexión entre el cambio climático y la afectación de los derechos de pueblos indígenas, así como también sobre el impacto diferencial de género que tienen dichas transformaciones.

Todos esos ángulos forman parte de la agenda de debates de la reunión COP26. Un tema que cruza a todos los objetivos es, por otro lado, el financiamiento de las políticas contra el calentamiento global. Sin que ese financiamiento esté asegurado, en realidad es poco lo que se puede hacer.

Toda la atención y todas las expectativas están puestas ahora en Glasgow. Se ha dicho que esta es “nuestra última oportunidad”. Tal vez no sea la última, pero si es el momento de ver qué derrotero se seguirá en las décadas siguientes. Los años anteriores han estado marcados por una suerte de crisis del liderazgo internacional sobre esta y otras materias. El futuro de las metas del Acuerdo de París y de lo que surja de COP26 también depende de que se recomponga dicho liderazgo y se fortalezca del paradigma de la cooperación internacional.