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Entrevistas 10 de mayo de 2022

Por: Juan Takehara (*)

El año pasado se estrenó en televisión nacional el documental “La revolución y la tierra”, el cual buscaba acercar a la opinión pública a los distintos ángulos de la mayor reforma de la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado, la cual produjo enormes transformaciones en el país. Conversamos con Gonzalo Benavente, director a cargo del filme, sobre las imágenes de la reforma agraria que recogió en aquel documental y su relación o contraste con el discurso y las medidas del actual gobierno sobre el sector rural.   

¿Cómo cree que debemos contar el pasado colectivo, en el sentido de que todos puedan entenderlo, aceptando que existen muchas versiones de una misma realidad?

No creo en una sola Historia (con «H» mayúscula) que deba tomarse como invariable o escrita en piedra. Hay múltiples pequeñas historias dando vueltas por ahí y que pueden corresponder, en el mejor de los casos, a diferentes maneras de ver el mundo, y que, sumadas, nos van a ayudar a entender mejor ciertos fenómenos como los que mencionas (reformas, golpes de Estado, épocas de crisis, etc.) de manera más amplia. Esto no quiere decir que no hayan hechos verificables o que absolutamente todo pueda ser verdad, para nada. Pero sí que hay que analizar los fenómenos históricos desde diversos contextos, no solo los propios. Algunas de estas pequeñas historias terminarán ocupando un lugar central y hasta oficial dentro del discurso histórico nacional, por lo que hay que estar muy alertas a que no se impongan versiones motivadas por intereses particulares, tanto políticos como económicos. La lucha actual por defender los textos escolares en un claro ejemplo de cómo hay grupos que valoran más los intereses propios que mejorar la educación de las nuevas generaciones. En este sentido, el cine es también una herramienta para explorar, cuestionar y compartir visiones del mundo. A veces, muchas conversaciones, como esta que estamos teniendo, se desarrollan más en el marco de lo académico o de lo institucional, y no necesariamente llegan a otros espacios. Con el cine, en cambio, en tanto producto cultural destinado a llegar a un público no especializado en ciertos temas, se abre una ventana para generar preguntas en las y los espectadores. Digo preguntas porque el cine, en tanto arte, tiene el deber de cuestionar justamente esos relatos hegemónicos y problematizarlos, por lo que es más frecuente que una película detone no respuestas concretas, sino nuevas preguntas. En nuestro caso, el próximo proyecto que tenemos se llama El arte de la Guerra y trata de revisar los años de violencia política reciente (80s y 90s), desde múltiples voces, en particular de la experiencia de la generación de artistas de aquellos años (artes plásticas, música, cine, teatro, poesía, etc.), cuya producción nos acerque a las representaciones de la violencia pero también a entender que todo proceso histórico tiene más matices y giros y puntos de vista  que los que habitualmente se mencionan en el debate público.

A 20 años de la entrega del Informe Final de la CVR, que también fue muy atacado en su momento por sectores conservadores, creemos que es un buen momento para que algunas preguntas que se quisieron acallar en ese momento puedan llegar a oídos de nuevas generaciones que no experimentaron de manera inmediata los años del conflicto armado, justamente con ánimo de aprender de nuestro propio pasado y no repetir caminos de violencia que no llevan a nada.

Uno de los temas principales en La Revolución y la Tierra fue mostrar la profunda discriminación racial en el Perú. ¿Cómo lee el discurso del gobierno bajo esa luz?

Habría que diferenciar al Pedro Castillo candidato del Castillo en funciones como Presidente. El primero, ya para la segunda vuelta, fue muy importante en términos simbólicos, en cuanto a lo que representaba. Efectivamente era un ciudadano que, por su origen campesino, ni siquiera hubiera podido votar algunas pocas décadas atrás. Y, sin embargo, estaba peleando el cargo público de mayor responsabilidad en este país, nada menos que en oposición a una candidata que ha hecho una trayectoria de vida legitimada (para ciertos sectores) por ser la hija de alguien más. Era como si dos maneras totalmente inversas de entender el acceso al poder de pronto estuvieran frente a frente y acelerando a ver cuál de las dos sobrevivía el choque. En ese sentido, el Castillo candidato era alguien que podía enunciar en primera persona sobre la importancia de la lucha por la igualdad social y el acceso a la ciudadanía en este país. El mismo Velasco, independientemente de sus reformas o de sus intenciones, nunca fue parte de ese sector de la población que buscó favorecer, menos la mayoría de presidentes que vinieron después y mucho menos aun los que tuvimos antes. Lamentablemente, parece que ese mensaje con el que llegó Castillo, que sin duda podía conectarse con el programa del primer Velasco, ha sido del todo relegado por un estilo de gobernar en el que ya no importan nada las promesas de cambio, sino que simplemente se mantiene el mismo modelo, variando a las personas que se benefician desde el Estado. De manera increíble, si seguimos en esta dirección de populismo de derecha desregulador (ya que hasta ahora no se gobierna para todos y todas, sino en beneficio de ciertos intereses económicos, en su mayoría informales), este va a terminar siendo el gobierno más fujimorista que hayamos tenido desde Fujimori. En resumen, en el discurso inicial había mucho de Velasco. En la práctica actual hay mucho más del modelo neoliberal que fundó Fujimori. Veremos qué sucede en adelante.

El presidente Castillo suele decir que es el “primer campesino que gobierna el país”. ¿Sigue siendo la imagen del campesino representativa a nivel popular y en constante enfrentamiento con el empresariado?

Es verdad que la presidencia de Castillo ha recibido ataques desde antes que comenzara, incluso cuestionando resultados electorales a punta de teorías de conspiración absurdas, y en ese impulso original hubo mucho de racismo. Para un buen grupo de gente como la que mencionas, «blancos con recursos», fue casi una señal del fin del mundo (o de sus mundos) el que alguien que luciera o hablara como Castillo estuviera de pronto en el cargo de poder simbólico más importante de este país. Algo no cuadraba en la escala del mundo que aprendemos desde siempre en el Perú y esa inversión simbólica de la representación pública y del acceso al poder ya era un punto a favor de Castillo, al menos para cualquiera que pudiera estar de acuerdo con combatir el racismo que tenemos tan interiorizado. Un poco en la línea de lo que representó la elección de Obama para los afrodescendientes de EE.UU. en el 2008. Ahora, una cosa es el hecho simbólico y otra cómo impacta, ya desde la presidencia, en la generación de nuevas políticas públicas que hagan eco de tus propias palabras. La crítica a los grupos conservadores golpistas era válida durante la campaña, en tanto un obstáculo real, pero ahora el presidente Castillo tiene la facultad de llevar a la práctica eso que prendió tanto como discurso en su momento y que sigue existiendo solo en el terreno de las palabras (que somos el «gobierno del pueblo» y eso), pero el tiempo de las promesas ya pasó. Es momento de honrar los compromisos adquiridos o de lo contrario incumplir abiertamente con lo que se dijo y aclarar el panorama. Uno de esos puntos tiene que ver con el sector campesino, del que Pedro Catillo se considera también parte. Este es un grupo muy importante de la población cuyos problemas nunca se atendieron debidamente. Se intentó avanzar en esa dirección con las múltiples reformas agrarias, hasta la de Velasco, que fue la tercera en el Perú, pero que quedó trunca por la contrareforma que arranca en 1975 y por la crisis de los 80s, que afectó a todo el mundo. Eso sin contar las cosas que pudieron haberse corregido en el desarrollo de la reforma misma, por supuesto. Lo que sí logró la reforma velasquista, no solo en términos políticos sino también de comunicación, fue posicionar la imagen de las y los campesinos como sujetos políticos y ciudadanos y ciudadanas, al fin y al cabo, iguales en deberes y derechos. Esto fue clave para que se consiguiera el voto universal al final del periodo militar. Ese fue un paso gigantesco e importante, pero la práctica misma de la actividad agraria siguió siendo tan precaria como lo es el país. Cincuenta años después de la reforma agraria, ya tocaría dar, aunque sea un paso más hacia una protección mayor de los derechos de tantas personas.

En campaña Castillo insinuaba la estatización de algunos recursos y una mejor repartición de la riqueza. ¿Qué similitudes encuentra con la etapa velasquista?

Una cosa son las propuestas y otra las políticas públicas que impulsas una vez que llegas al poder. A nivel de discurso podía haber ciertas similitudes con el espíritu de la denominada «revolución peruana» que encabezó Velasco, efectivamente, pero a la hora de la hora no se ve nada de eso. Es más, pareciera que no hubieran pasado 50 años, pues en los medios se sigue hablando del fantasma del comunismo como si recién arrancara la guerra fría y todavía existiera el muro de Berlín. En el Perú siempre hemos habitado países distintos en función de nuestro color de piel, identidad de género o colegio al que fuimos, pero ahora pareciera que experimentáramos temporalidades distintas, como si los problemas del presente pudieran solucionarse con debates de 1920. Y esto pasa con los grupos de derecha como los que se denominan de «izquierda radical» y que al final terminan votando siempre igual en el Congreso. Pasa que no son extremos de nada, son conservadores y punto, y priorizan los intereses económicos de unos pocos (de quienes lideran las mafias de la educación, del transporte informal, etc.) sobre el compromiso por garantizar los derechos tanto de la mayoría como de las minorías, cosa que ni al Ejecutivo ni al Legislativo parece importarles demasiado. En este contexto, la mayor similitud que veo no es hacia afuera, sino hacia adentro, un parecido triste a los mismos gobiernos que hemos tenido los últimos treinta años, que dicen una cosa y hacen otra, y cuyo mayor interés es entrar al gobierno para beneficiarse económicamente del Estado.

Se anunció una “segunda reforma agraria” destinada a fortalecer a las familias campesinas. ¿Crees que lo que existe ahora es una continuación de lo que pretendió hacer Velasco?

Espero equivocarme, pero no parece que la «segunda reforma agraria» vaya a tener un impacto real en la vida de tantas familias campesinas, sino que parece más una de esas cosas que se escriben en un tweet y que quedan ahí. Puro discurso y nada más. Ni siquiera es que haya buenas intenciones detrás, solo es un engaño: cambiar algo para garantizar que nada cambie. Es lo mismo que el proyecto de ley dado «para el fortalecimiento de la SUNEDU» y que en la práctica la debilita. Creo que hemos aprendido a detectar las mentiras de nuestros políticos mejor que nadie en el mundo, siempre a punta de decepciones. Vamos a ver qué pasa, pero lo más triste es que no parece que haya ninguna intención real de impulsar los cambios que el Perú necesita.

(*) Integrantes del área de Comunicaciones.

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