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Entrevistas 12 de abril de 2022

Escribe: Juan Takehara (*)

Un paro de transportistas que se prolonga, disturbios en Lima y diversas regiones, y un sorpresivo y frustrado toque de queda en Lima y Callao, marcaron esta última semana un panorama de inestabilidad en todo el país.  Existe una clara situación de crisis política que se acentúa con cada acción errática del gobierno, lo que impulsa a muchos ciudadanos a protestar masivamente y a veces de forma violenta. Para comprender las múltiples reacciones de la ciudadanía y lo que sigue exacerbando los ánimos colectivos, conversamos con Omar Coronel, sociólogo y docente PUCP.

Si retrocediéramos unos seis meses, ¿piensa que se habría podido avizorar la situación de enfrentamiento y protesta que tuvimos el 5 de abril pasado?

Intentar encerrar la capital, donde el 64.6% votó contra ti, en medio del auge de descontento por el alza de precios, y en pleno trigésimo aniversario del autogolpe de Alberto Fujimori es impredecible porque es una torpeza enorme. No es frecuente que actores políticos comentan ese nivel de error de cálculo. Su decisión solo sirvió para que un gran bloque de clase media descontenta, que no había participado en las escuálidas movilizaciones de extrema derecha, se lanzara a las calles o golpee sus ollas con mucha rabia. Castillo logró activar la primera movilización importante en su contra.  ¿Eran estos reflejos autoritarios predecibles hace seis meses? Desde la campaña se vio que Castillo tenía poco respeto a las instituciones democráticas. Si bien la extrema derecha ha intentado que su gobierno caiga desde antes de comenzar, Castillo ha mostrado una falta de tolerancia a la crítica, o incapacidad para identificar a la crítica legítima y diferenciarla del golpismo. Además, era muy probable que necesitase a Perú Libre para gobernar, lo cual lo inclina aún más hacia el autoritarismo. En ese sentido, no es tan sorpresivo que deslegitime protestas contra él o que asuma decisiones inconstitucionales para intentar frenar lo que cree es un plan orquestado para sacarlo del poder. Ya quisiera la extrema derecha tener tanta capacidad de coordinación o bases para eso.

¿Pudo ser diferente? Siempre creo que hay espacio para agencia de los actores políticos. Si el objetivo de Castillo era tener un gobierno que sobreviva y tenga logros que exhibir, lo racional en su posición era forjar coaliciones lo más amplias posibles. ¿Era pedirle peras al olmo que actuara así? Quizás, pero muchas veces actores políticos de los que se espera muy poco sorprenden con racionalidad. Del lado de los aliados, ¿pudieron hacer más? Es fácil hablar desde afuera, lo sé, pero creo que era crucial no tolerar el premierato de Guido Bellido, y ser duros con los casos de corrupción. Pero la correlación de fuerzas dentro del gobierno y con la oposición hicieron que se tolerara demasiados errores. Es grave que se pase por agua tibia el desmantelamiento del estado.

¿Por qué diversas organizaciones civiles en el país respondieron de forma tan violenta contra el gobierno?

Creo que en la semana del 28 de marzo al 3 de abril hay dos momentos en las protestas de transportistas y agricultores: uno pre y otro post declaraciones de Castillo. El alza de precios de gasolina y fertilizantes se da a nivel global, pero no en todos lados estallan protestas como en Perú. Además de la reducción de la capacidad adquisitiva de sectores populares, ahí había grandes expectativas con el gobierno de Castillo. Un amplio bloque de sectores populares, sobre todo rurales, no votó contra Fujimori, sino que votó entusiastamente por “el profesor”. Basta recordar la dimensión y ánimo de los mítines electorales de Castillo en el centro y sur del país. Esa expectativa crece cuando se promete una segunda reforma agraria, con todo el peso simbólico que eso tiene. El contraste entre esas expectativas y un gobierno espectacularmente mediocre, brinda muchos incentivos para reclamar. Y si bien ya había frustración, las declaraciones de Castillo diciendo que las protestas eran pagadas por dirigentes y cabecillas, generaron mucha indignación. Se espera ese tipo de ofensas de presidentes como García o PPK, pero no del “hijo del pueblo”. Creo que eso tuvo un peso simbólico grande. Por eso más gente participó en las movilizaciones a partir del jueves, y con repertorios más disruptivos. Es por eso que no se aceptó al respetado cardenal Barreto para conducir el diálogo. Se exigía que Castillo fuera y pidiera disculpas. Al final lo hizo, pero muy mal, y en medio de cinco fallecidos, lo cual lo emparenta más con los gobiernos neoliberales que tanto criticó. No quedan ventajas de este gobierno frente a los anteriores. Los une lo peor. El hechizo del “maestro rural presidente” se ha comenzado a deshacer entre lo que fue su electorado más entusiasta. Datum muestra que el 70% del NSE E y el 59% del sur lo desaprueba. Sin embargo, eso no alinea las demandas puntuales de estos grupos con políticos que buscan la vacancia. Datum también muestra que en el sur la mayoría prefiere que Castillo termine su gobierno y rechaza el adelanto de elecciones.

Sobre las marchas del 5 de abril en Lima, ¿cómo observó la reacción general de los manifestantes?

Responden directamente a la afrenta del gobierno. En su mensaje casi a la medianoche del 5 de abril, Castillo nunca explicó por qué nos suspendía los derechos. Esa madrugada, el ministro de justicia declarando que no cree que la gente se quede sin comer porque es solo un día. Eso incrementó el malestar. Por ello, hubo una inicial rebeldía cívica de miles de ciudadanos que mantuvieron su rutina desafiando el Estado de Emergencia. Luego, se tuvo un exitoso cacerolazo, aunque concentrado en los distritos con más recursos económicos de la ciudad. Sin embargo, no por ello hay que concluir que se trataba de una acción colectiva de la extrema derecha, como algunos en la izquierda señalan. Todas las veces que la extrema derecha ha convocado a cacerolazos, ha fracasado estrepitosamente. El cacerolazo del mediodía del 5 de abril funcionó porque se sumó un gran bloque que se opone a Castillo, pero no es de extrema derecha. Esa dicotomía con la que piensa parte de la izquierda debe ser superada. El 64% de Lima que votó por Fujimori no esta (toda) en la extrema derecha. Ni siquiera en la derecha a secas. Lo mismo con las movilizaciones. Convocaron los partidos y colectivos de extrema derecha que marchan con escasa convocatoria desde hace casi un año. Pero, por primera vez, también hubo iniciativas movilizadas de otros sectores que abiertamente declaraban en redes sociales que no comulgaban con la extrema derecha, pero que querían oponerse a Castillo activamente. El presidente subió mucho el costo de la desidia, sobre todo para bloques ciudadanos que no son progresistas, pero tampoco entusiastas de las cruces de borgoña. Ese sector se movilizó en pequeñas marchas o plantones barriales, y también en la marcha que se dirigió hacia el Congreso. Detrás de eso está la guía de organizaciones derechistas que venían entrenando hace meses en convocatorias, pero también redes interpersonales de grupos que simplemente querían expresar su descontento. A las 8 de la noche, se volvieron a expresar en un cacerolazo más amplio que el del mediodía, con presencia en distritos de menos recursos.

¿Qué tan espontánea fue la marcha y organización?

Hubo grupos expertos en violencia. Es muy inusual ver ese tipo de violencia en marchas en Lima. Los grupos de choque de la extrema derecha no habían demostrado esa capacidad de coordinación. Es verdad que, en redes, simpatizantes de estos grupos hace tiempo pedían precisamente esto, confrontación violenta, protesta “de verdad”. Pero aún así sorprende el nivel y capacidad de resistencia en la confrontación, de ataques coordinados a la policía y prensa, y a puntos estratégicos de edificios públicos. Aquello no parece violencia expresiva, sino violencia coordinada que debe investigarse. Ahora, ¿eso deslegitima la marcha? Sin duda mancha el evento, pero es importante señalar que quienes se quedaron horas confrontando a la policía era un porcentaje muy menor de quienes asistieron a la marcha. Me parece un error concluir que, porque un grupo era preparadamente violento, u otro era desalmadamente racista, todos los manifestantes son unos fascistas.

¿Es comparable la reacción de la población en noviembre el 2020?

Creo que no se compara ni con la dimensión ni con la intensidad de las protestas de noviembre de 2020, pero eso es, en parte, porque aquella campaña de protesta fue algo singular en la historia del Perú. Aquello fue una catarata de acción colectiva de millones que dudo que se repita. Por ello, creo que es más justo compararla con otras marchas, como las de No a Keiko en la izquierda o las de Con Mis Hijos No Te Metas en la derecha. Contrastadas con ellas, esta movilización fue más bien pequeña. Pero, en el contexto COVID y de gran desidia política, sí fue una de las marchas más grandes en la ciudad en el último año.

Considera que el presidente – y en extensión el gabinete –ante un nuevo problema, espera hasta el final o simplemente “patea” los problemas para más adelante.

Creo que no queda otra opción cuando no se tiene cuadros ni capacidad estatal para enfrentar los problemas oportunamente. La prevención de conflictos implica una capacidad estatal especial, equipos de información, vigilancia y acompañamiento que ayuden a responder a tiempo a problemas. El Perú fue acumulando esta capacidad en los últimos veinte años, pero en los tiempos -incluso antes de Castillo- esas capacidades se han ido desarmando; la oficina de diálogo en PCM ha perdido el peso que tenía hace una década. Con Castillo llegan a su peor momento no solo la oficina en la PCM, sino las oficinas de prevención de conflicto que existen en cada ministerio, incluido el de agricultura y el de transportes. Bajo esas circunstancias, es difícil no tener esa conducta de patear para adelante los problemas, a ver qué pasa. Pasan tantas cosas en simultáneo que problemas graves, como el descenso de la vacunación por limitaciones del exministro, quedan flotando. Por eso que hace meses muchos sentimos que estamos en una combi destartalada corriendo a toda velocidad por una carretera no asfaltada al lado de un precipicio.

¿Cómo observa el enfrentamiento entre las izquierdas?

Es una situación lamentable porque le acaba quitando representación a un sector importante de la ciudadanía. Si bien hay muchas divisiones internas, mucha de nuestra izquierda tiene en común el haber quedado atrapada en el dilema “castillismo o barbarie”. Esto le quita capacidad para exigir condiciones mínimas de gobernabilidad y la hace tolerar tantos errores y delitos que en otras circunstancias habrían sido duramente denunciadas. La incapacidad de plantear caminos realistas para “enderezar” al gobierno y el que todo se reduzca a un pedido de nueva constitución, que ya suena a cantaleta vacía, ha dejado fuera del juego a actores que yo todavía considero valiosos. En una reunión de un bloque de estas izquierdas de hace unas semanas, se insistía en el rechazo a la “ultraderecha neoliberal golpista”, pero no se planteaba rutas concretas para hacer que este gobierno no sea, en la práctica, algo muy similar a un neoliberalismo bien mediocre. La respuesta solo es que caído Castillo llega el fascismo. Entonces, nos tenemos que aguantar la corrupta mediocridad porque es el mal menor. Ese discurso solo puede reducir más sus electores.

¿Una radicalización de la derecha lograría reunirlos?


Dudo que la radicalización de la derecha reúna a las izquierdas. En parte porque parece que esas derechas pueden tolerar la convivencia con PL, con el fin de sobrevivir hasta el 2026. La amenaza planteada por la derecha tendría que ser muy aguda para empujar una coalición antivacancia. Tal como están las cosas, mi impresión es que a buena parte de las bases activistas ya no les da el alma para defender al gobierno de Castillo.

A pesar de las decisiones erráticas del presidente y las declaraciones poco afortunadas del premier, desde el Congreso solo han logrado interpelar ministros, ¿qué tiene que pasar para salir de este bucle de no agresión entre ambos poderes?

Lo racional para ellos, pensando en el objetivo de la sobrevivencia, sería que los dos sigan en ese bucle. Creo que solo una gran presión social por la renuncia o vacancia de Castillo haría que los congresistas se resignen a comenzar un camino en el que saben que hay grandes probabilidades de que ellos también terminen saliendo. Ese costo es el que sostiene el pacto de no agresión extrema. Creo que va a haber espectáculo de confrontación, pero no va a pasar a mayores si es que no hay una presión social muy fuerte. Eso es difícil -no imposible-porque, por más que Castillo siga cometiendo errores, en el Perú -con escasas organizaciones nacionales activas- es bien complicado agregar protestas a nivel nacional. Además, el enmarcado de “Castillo o barbarie” paraliza a las izquierdas. Pero hay bloques amplios de ciudadanos que podrían acabar más cerca a la derecha que sí les ofrece un espacio para hacer oposición.

Se dice que la salida política a la crisis sería fortalecer el centro, ¿cómo hacer que sea una propuesta real?

En el Perú todo es más heterogéneo. Hay bloques con diversos mapas mentales entre los bloques más activistas de derecha e izquierda, sectores sin preferencias ideológicas formadas, bloques que se sustentan más en reflejos antipolíticos. Creo que los bloques cívicos y republicanos, de centro derecha y centro izquierda, son una minoría que se ha ido reduciendo, y que además alberga antagonismos internos. Se necesitarían nuevos liderazgos de esos centros que planteen un horizonte, una salida. Sagasti ha intentado hacer eso, pero con una medida muy poco realista. Se necesita una coalición mucho más amplia que esos centros republicanos. Debería ser una coalición que le hable a esos sectores antipolíticos que ahora están con más ganas de marchar con la derecha y que al mismo tiempo les hable a esos sectores populares que han quedado decepcionados del primer “gobierno del pueblo”. Es una tarea titánica y la verdad es muy improbable que ocurra. No veo todavía liderazgos que den la talla para afrontar la crisis que vivimos. Lamentablemente es una coyuntura que me recuerda más al caótico desánimo brasileño preBolsonaro que a la entusiasta politización de la desigualdad en el Chile previo al estallido.

(*) Miembro del área de Comunicaciones.

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