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Editorial 3 de noviembre de 2020

Las elecciones presidenciales de los Estados Unidos son siempre un asunto de interés mundial por tratarse de la nación más poderosa del planeta. Este año ese interés es todavía más intenso, pues lo que está en juego es en gran medida el futuro de algunos consensos internacionales fundamentales para el mundo surgido después de la segunda Guerra Mundial. El reparto del poder en los Estados Unidos que surgirá de los comicios de hoy –y esto no atañe solamente a la Presidencia, sino también al Congreso— puede determinar el socavamiento terminal de esos consensos o, eventualmente, su gradual recuperación.

Se puede resumir tales consensos en dos ideas rectoras, y, hasta cierto punto, sinónimas: el internacionalismo y el multilateralismo. Se podría ser muy crítico, desde luego, respecto de la eficacia de diversos foros internacionales, empezando por el de las Naciones Unidas. Pero de todas maneras resulta innegable que muchos principios, políticas y programas de acción destinados a humanizar nuestro mundo, a mejorar la calidad de vida de la población, a dignificar la existencia de los habitantes del planeta, han sido posibles gracias a la acción concertada de naciones y bloques regionales.

«Las elecciones presidenciales y congresales de los Estados Unidos de este año están revestidas de una importancia suprema para el futuro de las democracias.»

En el centro de todo ello se encuentra, evidentemente, el avance de la cultura, los valores, el marco jurídico y el marco institucional de los derechos humanos. Ese avance, ciertamente, no ha significado la erradicación del abuso del poder y el autoritarismo, pero sí ha motivado el surgimiento de una serie de obligaciones internacionales para los Estados, las cuales significan una mayor protección legal e institucional a la vida, la integridad física y la dignidad de las personas.

Hoy la acción multilateral se manifiesta como indispensable sobre problemas enormes como el cambio climático, las necesidades de centenares de miles de personas en busca de refugio y asilo por todo el mundo, y, ahora, la pandemia de COVID 19, entre otros temas de enorme importancia.

Frente a todo ello ha surgido, sobre todo en la última década, la hostilidad de gobiernos nacionalistas, de rasgos autoritarios, hostiles al consenso internacional y la cooperación, y replegados sobre la idea de la rivalidad entre naciones -e incluso entre grupos étnicos o credos religiosos– como única forma de coexistencia internacional. Y esto viene ocurriendo en países poderosos, incluso con asiento en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, lo cual supone un riesgo grande para el multilateralismo. El hecho de que la política exterior de los Estados Unidos haya tomado también esa ruta –la del nacionalismo, como algo opuesto al internacionalismo, e incluso la del rechazo a los consensos de la comunidad científica—incrementa ese peligro.

Todavía se está tiempo para corregir ese rumbo y para recomponer los espacios de acción concertada internacional bajo principios de cooperación y humanitarismo. Por ello es que las elecciones presidenciales y congresales de los Estados Unidos de este año están revestidas de una importancia suprema para el futuro de las democracias, del bienestar común y del planeta mismo.


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