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Entrevistas 1 de marzo de 2022

Por Juan Takehara (*)

Conversamos con el politólogo Alberto Vergara, autor de “Ni amnésicos ni irracionales” y “Ciudadanos sin República”, entre otros trabajos, quien reflexiona sobre el desinterés de las autoridades electas en enderezar la marcha de las instituciones a pesar del rumbo errático del país. En un reciente artículo publicado para Current History el investigador ha sugerido la creación de un espacio donde varias fuerzas puedan trazar algún proyecto democrático.

En un artículo publicado recientemente en la revista Current History, “An Eruption of History in Peru’s Bicentenary”, afirmó que, tras el fin del llamado “milagro económico”, la mayor discusión ya no sería de contenido económico sino más bien social.

El artículo tiene como punto de partida esta paradoja: una elección muy mediocre en términos de las organizaciones, de los candidatos, de ideas, de las votaciones que obtuvieron, pero que dio lugar a una erupción inesperada de contenido histórico. Las casualidades de nuestra política terminaron emparentándose con ciertas honduras históricas nacionales. Sin que lo esperáramos aparecieron discusiones que interpelan la cuestión nacional, la construcción nacional: el racismo, la desigualdad, las distancias, la desconfianza, los odios. Le dimos, sin querer, contenido al Bicentenario. Un contenido espeluznante, pero nos quedó claro lo que somos.

¿Debió la academia prever esta situación?

La academia puede hacer buenas o malas investigaciones, pero no hacerse cargo de la discusión nacional. Finalmente, nuestro sistema institucional apenas se roza con la sociedad. Es una sociedad que va a su ritmo, tiene sus propios intereses, suele ser distante y desconfiada de los políticos, de las organizaciones y sus representantes. Si la sociedad está desvinculada del régimen político u otras dimensiones institucionales, también lo estará de las efemérides nacionales como el bicentenario. Yo formé parte de la Comisión Consultiva del Bicentenario y recuerdo que siempre volvía esta pregunta: ¿cómo hacemos para que la gente se interese por el Bicentenario? Y la realidad es que si tienes esa necesidad probablemente eso mismo ya revela un fracaso histórico. De otro lado, es muy difícil involucrar a la ciudadanía en discusiones sustantivas si sus representantes son incapaces de sostener una idea. Por ejemplo, Castillo ha hecho campaña y ganado la presidencia sobre la necesidad de cambiar la constitución. Sin embargo, en una de las entrevistas que dio quedó claro que no tiene ni idea sobre el asunto. ¿Cómo podrías involucrar a la gente en la discusión si el principal actor no puede discurrir un minuto y medio sobre la cuestión?

Sobre Castillo, ¿observas algún cambio en su discurso o es el mismo de hace seis meses?

Es el mismo de hace seis meses y de hace tres años. Es el mismo que se alió con Becerril. Más bien, lo que habría que preguntarse es por qué la gente aceptó verlo como el gran líder, el redentor. Y qué grado de autoengaño te infliges para hoy decir que ha habido alguna traición de su parte. Es un vivo sin ninguna responsabilidad. Nunca reconoce un error y siempre quiere jugar a la víctima histórica. Lo suyo es ver cómo despierta lástima. Es otro pillo de la política peruana. A mí no me sorprendería que Castillo se fugara y renunciara, ya no por fax, sino por Whatsapp.

¿Esta forma de gobierno es el reflejo de cómo se administra el Estado en diferentes lugares del país?

Sí, y la brújula principal ya ni siquiera es el corto plazo, es lo inmediato. Es entrar a una municipalidad, gobierno regional o presidencia y sacar mi tajada hasta que me revoquen o vaquen.

«Así como Castillo no puede hablar de la Constitución, ¿de qué pueden hablar Nano Guerra o Patricia Chirinos? No hay discurso radical porque no hay discursos.»

Hay cargos que solo duran semanas.

Y como no sabes cuánto vas durar -pero sabes que será poco – arranchas todo lo que puedas cuanto antes. Es un rentismo de baja estofa, que este gobierno escenifica a nivel nacional. El país está siendo manejado, como decía el escritor y exfuncionario de Educación Enrique Prozchaka, como si fuera una UGEL corrupta.

¿Es similar esta inestabilidad en el poder a la época de los caudillos?

No, aquí ya no hay ni caudillos. En el siglo XIX los caudillos podían entrar o salir del poder, pero los historiadores te muestran que detrás había redes, clientelas, programas, caciques. Hoy solo hay hologramas pasajeros. Fíjate en la encuesta sobre el poder que hace Apoyo, los presidentes solo figuran entre los más poderosos mientras son presidentes, luego desaparecen. En cualquier otro país los expresidentes seguirían figurando entre las 30 personas con más poder. Pero en el Perú ni Humala, ni PPK, ni Vizcarra aparecen. Es la disolución del poder.

La segunda vuelta parece ser una maldición.

Es curioso porque en todas partes las segundas vueltas no cumplen el rol de polarizar, sino más bien de moderar. Y de hecho así también había sido en el Perú. Pero en este ambiente de traiciones, odios y mucha pequeñez, la segunda vuelta nos envenenó como sociedad. Por ejemplo, en Chile la segunda vuelta ha sido polarizada, pero ambos candidatos, y sobre todo Boric, se movieron al centro con decisión. Boric terminó atrayendo a toda la concertación a su lado y hoy tiene un gabinete claramente socialdemócrata, bien diferente al Boric de la primera vuelta. Pero acá Keiko Fujimori y Castillo jugaron a “éste soy yo y si no te gusta vota por mi rival”. Tanto la derecha supuestamente liberal como la supuesta izquierda democrática se volvieran hinchas de Fujimori y Castillo cuando había que guardar una distancia escéptica de ambos. Y así arruinaron la posibilidad de ponerle límites a quien sea que ganase.

Por otro lado, ¿se ha normalizado un discurso radical como la xenofobia, el descrédito a las instituciones democráticas, proyectos de ley contra los derechos humanos?

Pero este gobierno ya no tiene ningún discurso radical. Algo tuvo en las elecciones y algo hay en la derecha con este acercamiento a VOX, pero todo es muy folclórico. Así como Castillo no puede hablar de la Constitución, ¿de qué pueden hablar Nano Guerra o Patricia Chirinos? No hay discurso radical porque no hay discursos. Creo que lo que sí estamos normalizando – y desde hace mucho – es una atmósfera de traiciones sin fin.

En muchos aspectos, no tenemos un relato nacional sobre los principales acontecimientos históricos y sociales, ¿en qué situaciones deberíamos tener un discurso unificado?

A mí me parece que lo que deberíamos intentar tener es una conversación razonable sobre los procesos históricos, temas como el conflicto armado interno, la reforma agraria, o la constitución del 93. Pero lo que prima cuando estos temas aparecen son las voces más estridentes y esas voces no están interesadas ni siquiera en imponer su versión de los hechos sino en que no haya conversación. Hay una ciudadanía en silencio, que ve a la distancia cómo los más interesados en esto se agarran a los gritos. Tal vez el único proceso sobre el cual hay un consenso nacional es la guerra con Chile. Nadie discute si Grau fue o no héroe. Es lo más cercano que tenemos a una versión nacional unificada.

«¿Para qué sirve el antifujimorismo si nadie convoca un cacelorazo, un plantón o una marcha contra un gobierno que tiene los vicios del fujimorismo? Solo sirve para alimentar la irresponsabilidad del gobierno.»

Y fuera de eso, ¿qué puedes encontrar?

Muy poco. Ni siquiera tenemos un relato consolidado de nuestra independencia. Ahora, insisto, no creo que lo importante sea llegar a una historia única sino tener un diálogo razonable.

Quizá el discurso más reciente que se busca generalizar es que durante décadas se sufrió una tiranía entre los grupos poderosos sobre los más necesitados.

Que es el relato del gobierno. Siglos de opresión de unos pocos sobre las muchedumbres. Esa es una versión victimista y mediocre de la historia. El problema es que desde el otro lado la respuesta no es mejor, es ser racistas o gritar comunistas. Pero no tienen un proyecto de país ni alternativo ni razonable. En la práctica la derecha ha desertado de una discusión sobre la construcción nacional, sobre el país que somos y queremos.

Ambas fuerzas se anulan generando cierta apatía entre los ciudadanos. 

Justamente cuando terminé el artículo que mencionaste – lo entregué en octubre pasado- decía que todos estos temas históricos que fueron destapados por las elecciones no iban a durar mucho en la esfera pública y que lo más probable era que volviéramos a la mediocridad. Una mediocridad que no es solo política sino también intelectual.

También ha sugerido que para cambiar la visión del país es necesario reemplazar – el ahora tan citado – término de pueblo por una ciudadanía que se plantee una sociedad civil que reúna varias fuerzas.

Creo que ese es el punto fundamental. Necesitamos que la sociedad civil se rehabilite y nutra a la vida política con algún tipo de plataforma, proyecto o discurso. Yo pienso que debería cuajar un proyecto político que yo llamaría la ‘MPC’: mesa por la cordura. Y que ahí se encontrase gente razonable – de centro, derecha o izquierda – que plantee ciertas líneas rojas que no vamos a tolerar que se transgredan, ponerle límites al gobierno. No solo a este, sino a cualquiera. Porque estos meses estamos descubriendo que no teníamos una sociedad civil democrática, solo era antifujimorista. ¿Para qué sirve el antifujimorismo si nadie convoca un cacelorazo, un plantón o una marcha contra un gobierno que tiene los vicios del fujimorismo? Solo sirve para alimentar la irresponsabilidad del gobierno.

Más que una opción democrática puede volverse un obstáculo.

Exacto. Lamentablemente, tienes que plantearte que no puedes seguir confiando en esa sociedad civil con capacidad de movilización para los avances democráticos. Tenemos que buscar una alternativa. ¿Cómo hacerlo? No lo sé. Es algo que no se logra en años sino en décadas. Necesitamos una sociedad civil democrática y no solo antifujimorista. El problema es que está la necesidad objetiva, pero no veo necesitados. ¿Dónde están quienes puedan empujar esto?

Se suele decir que la reconstrucción debe llegar desde el centro.

En el Congreso están los ‘morados’ como algo semejante al centro, pero en la práctica solo tienen tres representantes. Y en la sociedad tampoco hay muchas opciones. Con trabajo, creatividad y esfuerzo debería aparecer. Por ahora no tenemos nada. El problema es que la política peruana ha logrado que la gente con algún prestigio no quiera poner un pie en ese lodazal.

(*) Integrante del área de Comunicaciones.

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